Capítulo 73

7.8K 1.3K 90
                                    


Orson continuaba alejándose con ella entre sus brazos. Los gritos de algunos hombres se escuchaban cada vez más lejanos junto al sonido del metal que las espadas hacían al chocar.

—Debéis regresar, ¡Tenéis que ayudar a Cassian y a Enzo! ¡Está herido! —exclamó en un aullido de voz que se rompió y no por un nuevo dolor en su vientre, sino porque no podía olvidar esos ojos oscuros cuando se interpuso entre el puñal y ella.

El menor de los lobos continuó su marcha y la vieja casa de los Rouge apareció frente a ellos.

—Mi hermano jamás ha perdido un combate y hoy no será la excepción. No debéis preocuparos por ellos, mi señora, sino por el niño que viene en camino.

Aquella infranqueable lealtad entre hermanos la conmovió. Cassian siempre lo había mencionado. Sus hermanos eran sus únicos guardianes en el castillo porque confiaba plenamente en ellos y darían su vida por ella si era necesario.

Enzo lo había hecho, entregó su vida sin consecuencias y Orson la llevaba a un lugar seguro para protegerla.

Eso era la familia.

Su familia.

—No soy vuestra señora, sino vuestra hermana —dijo antes de sentir otra punzada de dolor a la que fue inevitable lanzar un aullido que mitigase el suplicio.

De la casa de su abuela apareció una figura femenina, apenas pudo reconocerla hasta que se acercó hasta ellos, pero ver el rostro de su amiga Helena allí fue un pequeño alivio de tranquilidad que estaba lejos de tener.

Su hijo iba a nacer prematuro y eso de por sí ya era muy peligroso. Estaba fatigada, cansada, dolorida y sentía que la sangre continuaba bajando por sus piernas cada poco tiempo.

No podía morir.

Su hijo debía nacer vivo.

Una batalla se acontecía a muy poca distancia de allí, Enzo y Cassian estaban dando su vida por ese niño.

—¿Qué le ocurre? —preguntó Helena.

No la podía ver, como no podía contestar a su pregunta porque el dolor comenzaba a ser insoportable.

—Está de parto —contestó Orson por ella—. Y está perdiendo sangre.

—¡Oh, Dios mio!, ¡Rápido!, ¡Llevadla dentro!

En cuanto la dejó sobre el lecho de la primera habitación más cercana, Helena acogió su rostro con ambas manos para obligarla a mirarla.

—Escuchadme bien Melissa —comenzó—. He visto esto muchas veces en mi familia. Sé lo que hay que hacer, pero tenéis que pujar con fuerza. Cuando regrese ese dolor intenso, empujad con todas vuestras fuerzas.

Melissa asintió y escuchó como Helena ordenaba a Orson traer agua caliente y paños limpios. Que revolviera toda la casa si era necesario hasta encontrar algo que fuera útil para limpiar la sangre y envolver al niño.

Un dolor intenso regresó y apretó con fuerza la empuñadura de la daga mientras gritaba sintiendo como algo en su interior descendía.

—¡Eso es!, ¡Lo estáis haciendo muy bien!, ¡Ya veo su cabeza! Tiene el color de cabello de su padre —sonrió mientras sentía como acariciaba sus piernas—. Respirad. Coged aire y empujad de nuevo cuando llegue ese intenso dolor.

Lo hizo hasta en seis ocasiones, pero estaba agotada, no podía más. Sus fuerzas flaqueaban.

—No puedo —afirmó—. No puedo más...

—¡Podéis!, ¡Sois la mujer más valiente que he conocido!, ¡Os habéis enfrentado a la furia del lobo!, ¡Habéis soportado tres meses cautiva!, ¡Y ahora estáis aquí!, ¡Alumbrando al que unirá dos clanes en uno solo para siempre!

La Melodía del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora