El camino hasta las tierras de los Rouge estaba despegado, las espesas ramas de los árboles y la espesura del bosque otorgaba frescor en aquellos días calurosos. Habría preferido ir en su propio caballo a pesar de su inexperiencia en la montura, pero no discutió cuando el lobo la montó sobre su semental para después subir él mismo tras ella. No intentó sujetarla con firmeza, simplemente sus brazos rozaban su cintura para agarrar las riendas y con ese gesto evitaba que pudiera caer del caballo.La última y única vez que había estado sentada en un caballo con el lobo, fue cuando él la capturó en ese mismo bosque en el que trataba huir de él hacia el mismo destino al que ahora se dirigían.
Habían pasado tantas cosas desde entonces, que ya no estaba segura de ser la misma muchacha inocente que se escondía tras una capa roja.
La comitiva se detuvo a las pocas horas de partir. Le habría gustado que Helena la acompañara, su amiga siempre la reconfortaba en los peores momentos de conmoción, pero el lobo se había negado a permitir que viniera, no quería ser el responsable de cualquier cosa que pudiera sucederle en el camino y tener que enfrentarse a su padre, así que se había quedado en el castillo junto a Enzo, su segundo al mando.
Estuvo a punto de protestar para que fuese Orson quien se quedara en lugar de acompañarlos, pero decirlo implicaba revelar la relación que existía entre el hermano menor del lobo y su amiga, así que guardó silencio mientras veía las miradas que se intercambiaban ellos dos.
El pequeño grupo estaba formado por veinte soldados además de su madre, Orson, la joven Eleanor, el lobo y ella.
En su urgencia por la premura de la partida y la desesperación de no llegar a tiempo para despedirse de su abuela, no pensó si sería necesario una doncella. Podría valerse por sí misma durante unos días y teniendo en cuenta que la acompañaba su madre, no necesitaba de esos servicios, pero el entusiasmo que mostró Eleanor al decir que le encantaría ver las tierras de los Rouge, le llevó a emitir esa concesión hacia la joven. Era lo mínimo que podía hacer por ella y puede que una vez que llegará a la casa de su abuela, le sirviera de gran ayuda.
El lobo no pareció tener impedimento en que viniera la joven, a diferencia de Helena, la doncella no le importó, es más, ordenó que se le ensillara una vieja yegua en lugar de cabalgar con algún soldado como lo hizo su madre.
Sus nalgas estaban dormidas debido a las largas horas sentada sobre la montura y tratando de mantenerse erguida para rozar lo mínimo posible a su acompañante. No habían cruzado ni una sola palabra en todo el camino desde que partieron al alba y el sol ya se alzaba en lo más alto, lo que indicaba que había pasado media jornada.
Agradecida de que sus nauseas iniciales hubieran mitigado con el paso de las semanas, comió con placer los panecillos de mantequilla y miel, queso, fruta y la carne seca que llevaban en las alforjas. Se echó un poco de agua por el cuello y escote para refrescarse del calor, la idea de un baño fresco le parecía una ensoñación, pero no pensaría en ello ahora, pues su premura era llegar cuanto antes a su destino.
No había pensado en lo que le esperaría cuando llegase a casa de su abuela, como tampoco lo había hecho en como sería su vida a su regreso.
—Debemos reanudar la marcha.
Era la voz de Orson la que hablaba, el lobo no se había apartado del resto de soldados que observaban el bosque, pendientes del más mínimo ruido que pudiera suponer una emboscada.
¿De verdad creía que los suyos les atacarían? Era incrédula de pensar algo así, pero durante todos aquellos meses, el lobo había mantenido todos los soldados a pesar de no producirse ni un solo intento de ataque. No bajó la guardia un solo instante y preveía que no lo haría incluso mucho tiempo después de que alumbrase a su hijo.
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La Melodía del Lobo
Historical FictionNo tientes al lobo, podría comerte... ¡Ya podéis agregarla a vuestras bibliotecas! Esta historia comenzará después de "Cohibida"