Capítulo 70

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La casa estaba en penumbra, tardó un buen rato en adaptarse a la oscuridad del gran salón y, en un inicio, no vislumbró a nadie. Una sobra emergió de algún lugar oculto, era un hombre que no había visto antes y la observaba detenidamente sin acercarse. Continuó obligando a sus pies moverse, a caminar por la casa que en otros tiempos recordaba llena de luz en mejor estado que ahora. Parecía que llevaban sin limpiarla semanas, el olor a comida rancia abundaba y parecía mezclado con un hedor que no sabría reconocer.

Se dirigió hacia las habitaciones, si Elisa estaba tan mal, debería estar en su alcoba. Cuando llegó hasta la que reconocía como estancia de su abuela, vio la puerta ligeramente entreabierta. Ningún fuego prendía, ninguna antorcha o vela iluminaba el lugar y se sorprendió al hallarla completamente sola y mal atendida.

—¡Oh, Dios mio! —exclamó corriendo hasta el lugar y abalanzándose sobre ella. Oyó un quejido de lamento y se apartó—. ¡Eleanor rápido!, ¡Traed agua!, ¡Preparad un caldo! —comenzó a decir apretando con fuerza la mano inerte de su abuela.

—¡Tenéis las manos heladas! —exclamó comenzando a frotarlas entre las suyas.

Solo habían pasado ocho meses desde que la vio, ¡Ocho!, ¿Cómo era posible encontrarla en aquel estado de aparente inanición?

—Me...me...me... —La voz de su abuela era débil, y abrió los ojos provocando que ella se asustara.

—Abuela, ¿Por qué tenéis los ojos ensangrentados?

Pero no respondió, la miró con fijación como si tratara de decirle algo.

De su boca, comenzó a salir una ligera espuma y entró en pánico.

—Abuela, ¡Abuela!, ¿Qué os ocurre?, ¿Qué os pasa en vuestra boca? —exclamó sin aliento.

—Huid —Su voz fue clara, pero ante el aturdimiento no sabía realmente si había escuchado bien. ¿Huir?, ¿Podrían ser sus últimas palabras el deseo que huyera del lobo? —. No... No con...fiéis...en...en...él.

Con aquellas palabras, su abuela, queridísima abuela Elise expiró su último aliento.

Las lágrimas surcaban sus mejillas mientras cerraba sus ojos y trataba de convencerse de que había llegado a tiempo para verla una vez más. Aunque no lo suficiente... no para decirle cuanto la quería y que no debía preocuparse por su futuro, sino por descansar.

Alguien estiró de su brazo, la alejó de la cama de su abuela con la excusa de que la asearían y comenzarían a preparar su velorio. Era Eleonora, así que no le importó que la llevase a la parte trasera de la casa, donde dejó de respirar ese olor nauseabundo que acontecía dentro.

No había nada que hacer ya. Nada. Su presión en el pecho no disminuía, sino que más bien aumentaba y en el momento que una silueta de mayor altura que ella se acercó, pensó que se trataría del lobo, a pesar de no haber pasado el tiempo establecido que él le concedió. Tal vez alguien le había avisado de que su abuela ya no estaba en este mundo.

—Lamento las circunstancias en las que nos volvemos a ver, mi querida Melissa, aunque no podrían ser más convenientes. —Su voz, ¡Esa voz la había escuchado antes! —el rostro de Jasón apareció ante él.

Verle supuso una mezcla de sentimientos. Durante un tiempo consideró con fervor su propuesta, tan dispuesta a aceptarla que casi lo creía un hecho, ahora se daba cuenta de que jamás habría podido ser feliz junto a ese hombre. No le amaba. Ni le amaría. Quizá podría tenerle cariño, agradarle su trato, pero su corazón ya estaba ocupado por otro hombre, aunque éste lo hubiera dañado.

—Imaginó que estáis aquí por vuestra amistad hacia mi familia —dijo extrañándole que no haberle visto al entrar.

Quizá habría llegado tras ella, pero habrían avistado los caballos de ser así.

La Melodía del LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora