—¡Creo que me estoy volviendo loca! —bramó aquella mañana mientras entraba en la alcoba de Helena cuando ésta aún no se había levantado aún.Había cerrado la puerta con tanto ímpetu que eso provocó que su amiga se despertara y la mirase aturdida, probablemente porque aún estaba ligeramente dormida.
—¿Aún dormís? Os retirasteis pronto, ¿Es que os sentís mal? —preguntó acercándose para comprobar si tenía fiebre, pero estaba fría, así que relajó su preocupación mientras Helena comenzaba a sentarse y se apoyaba en el cabecero de la cama tratando de librarse de los últimos resquicios de somnolencia.
—Si, me retiré pronto, pero estuve despierta unas cuantas horas desde que me marché del torreón —contestó con una sonrisa e indicó la puerta.
Por alguna razón yo miré la puerta sin comprender nada y después me volví hacia ella con una exclamación de sorpresa y un grito que fui incapaz de controlar.
—¿Qué?, ¿Cómo? —exclamó ahora en un tono de voz bajo para que el aludido al otro lado de la puerta no pudiera escuchar.
Se subió a la cama, sentándose al lado de Helena que tenía una mirada soñadora como jamás había visto antes. Saltaba a la vista que estaba entusiasta y su rostro era relajado, nada evidenciaba el gesto sombrío que arrastraba de los últimos días.
—¡Oh, Melissa!, ¿Por qué no me advertiste del placer que hombre puede dar solo con sus manos y su boca? Creí que moriría, juro que anhelé esa muerte en sus manos con tanta dulzura que me estremecía —confesó con el rubor de sus mejillas apremiándola—. Orson confesó que ardía de deseo hacia mí, que se había contenido por la palabra de su hermano hacia mi padre, pero que no podía soportarlo más y estaba dispuesto a asumir las consecuencias que supusiera nuestra relación. ¡Creo que nunca me he sentido más feliz en mi vida! Ayer me convencí de que no le amaba, de que ni siquiera me gustaba y que todo era una confusión que yo misma había creado solo porque era el hombre más hermoso que había visto en mi vida, pero después de lo de anoche, después de su confesión y entrega, creo que no puedo sentir más amor en mi pecho del que ya siento.
La alegría que Helena desprendía era contagiosa, incluso ella misma sintió de sentir la correspondencia a sus sentimientos y recordó el momento en el que Jasón le confesó lo que hacia ella sentía.
No sintió regocijo alguno en aquella ocasión, ni siquiera se alegró lo suficiente para considerarlo. Pensó que solo era porque apenas le conocía, estaba segura de que si permanecía el tiempo suficiente a su lado, amarle sería tan fácil que no supondría un problema.
Pero no era su amor el que anhelaba y la realidad fue tan abismal que sintió el peso sobre sus hombros arrastrándola.
Quería el amor de un hombre que nunca se lo ofrecería. Quería sentir esa dicha que Helena sentía por el maldito lobo y saber que no la obtendría, le creaba un hueco profundo y vacío en su estómago.
—¿Cómo sabéis que es amor y no simplemente deseo carnal? —preguntó sin saber si la desesperación en su voz sería apreciada por su amiga.
—No puedo evitar sentir una presión en mi pecho cuando le miro. Me estremezco si está cerca. Pienso en él cuando no lo está. Es el dueño de mis sueños y desvelos y cuando miro a cualquier otro hombre, no encuentro el mismo fervor que sin embargo solo él consigue que sienta. No me importa la oposición de mi padre, ni siquiera pienso en las consecuencias o si mañana no podremos estar juntos, solo me importa que él me corresponda del mismo modo y para mí, eso es suficiente —confesó en el mismo tono de ensoñación que antes—. Necesito que guardéis mi secreto, nuestro secreto —advirtió entonces haciéndola cómplice de su relación oculta con Orson—. Nadie puede saberlo, tampoco vuestro esposo —insistió con temor en sus ojos.
—No lo sabrá por mi. Os lo prometo —afirmó antes de levantarse y llevarse una mano a su estomago por el revoltijo de sensaciones que estaba sintiendo.
—No debéis preocuparos por mí, Melissa. Soy consciente de las consecuencias que supondría si se descubriera y no las temo —dijo Helena pensando que su estupor era consecuencia de su confesión.
—Lo sé y confío en los sentimientos de Orson hacia vos lo bastante para hacer lo correcto si ese fuera el caso —admitió—. No puedo hablar sobre una actitud deshonesta por su parte desde que llegué al castillo, es un muchacho responsable y me alegro infinitamente por vos de que corresponda a vuestros sentimientos.
Helena se incorporó y a pesar de que estaba ligera de ropa, no se preocupó en cubrirse para acercarse hasta ella.
—¿Entonces que os preocupa?, ¿Por qué estáis agitada? —interrogó ofreciéndole sentarse en la única silla libre de su habitación, pues en la otra estaba el vestido que se había quitado del día anterior—. ¿Es por esa historia de las hierbas en el té?, ¿Teméis por vuestra vida? Ayer no parecíais tan preocupada, ¿Es que ha sucedido algo más? —continuó insistiendo.
Melissa no sabía como decirlo, como poner nombre a lo que estaba comenzando a sentir o más bien a preocuparla, pero también era consciente de que si no lo sacaba de su interior, terminaría volviéndose loca, como ya comenzaba a creer que lo estaba para afrontar tales pensamientos.
—Si os digo esto, debéis jurarme que jamás le diréis ni una sola palabra a Orson. Nunca. Bajo ningún concepto o presión por su parte —dijo ante la atenta mirada de Helena.
—Sois mi amiga antes de que le conociera y os debo por lealtad mi promesa de que jamás contaré vuestra inquietud —afirmó con severidad.
Melissa respiró hondo, sintió que su pulso era errático, que se aceleraba y detenía acompasando a la inquietud y temblor con el que se había despertado.
—No entiendo como ha ocurrido. Juro que no lo concibo ni tengo explicación para ello. Por más que lo pienso no encuentro las razones, se supone que el deseo no debería ir ligado con un sentimiento más profundo —dijo comenzando su discurso bajo la atenta mirada de Helena—, pero la opresión en mi pecho me dice que es cierto. El revoloteo en mi estómago me lo recuerda. La aprensión y celos cada vez que Beatrice se cruza por el castillo y mi mundo se descompone por lo que ella representa. La certeza de que si él me pidiera quedarme en el castillo accedería... —su voz se apagó con cada frase, sintiendo que era incapaz de mantenerse en pie, de que aquella verdad absoluta le pesaba demasiado, sobre todo por lo que implicaba reconocerlo.
—Te has enamorado del lobo y ni siquiera te has dado cuenta —afirmó Helena colocándose en cuclillas para estar a su altura.
Las lágrimas comenzaron a rondar por sus mejillas y su amiga tuvo la amabilidad de abrazarla para que se desahogara en su hombro mientras acariciaba su espalda.
Lo había hecho.
Se había enamorado del hombre que había jurado odiar con toda su alma.
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La Melodía del Lobo
Historical FictionNo tientes al lobo, podría comerte... ¡Ya podéis agregarla a vuestras bibliotecas! Esta historia comenzará después de "Cohibida"