Capítulo 39

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Arrugo mi nariz antes de separarme por completo y dar una clara orden al cuartel.

—No quiero que nadie se retire de aquí, hasta que el más débil venza al más fuerte —demando—. Es lo más importante al ser las primeras tropas en atacar. ¿Entendido?

—¡Entendido, majestad! —responden al unísono.

Dirijo la vista a mi guardia imperial y él solo asiente con la cabeza. Paso por su lado, caminando hasta mi amigo, Sebas, quien me observa bastante asombrado.

—¿También peleas? —cuestiona lo obvio.

Alzo mi espada y hago un ademán de clavársela en el estómago.

—¡Cuidado! —se queja, dando pasos hacia atrás.

Me divierte su miedo innecesario.

Giro mi arma para guardarla en la cubierta que se encuentra en mi espalda.

—Para nada, solo me gusta jugar a la guerrera —contesto sarcásticamente.

Se ríe con disgusto.

—Qué simpática, majestad.

Me encojo de hombros y camino a dirección al carruaje, dejándolo atrás.

Tengo pendientes por hacer en el palacio y no puedo retrasarme.

—¡Ayla! —llama mi amigo, quien me sigue.

—¿Qué sucede? —pregunto, mientras me quito las manoplas y los guanteletes de los dedos y de las manos.

Se las entrego a mi dama de compañia, Linda —que me acompaña siempre—. Suelto mi largo cabello negro y doblo un poco mis rodilla a su altura para que ella me acomode la melena a mi gusto, pero antes, seca mi sudor y me rocía perfume para el mal olor.

Apenas llegué a mi castillo me bañaré.

—Llévame al mercado —me pide Sebastián.

Arrugo las cejas por su petición y la dama coloca mi corona, cuando mi cabello ya está acomodado.

—Sí, claro, espera y dejo un imperio descuidado para llevarte al mercado —contesto.

Las guardianas me abren la puerta del carruaje cuando llego a este, Sebastián rápidamente sube conmigo y me hace ojitos.

—Por favor —pide—. Quiero ir a comprarme un traje, no tengo.

Lo miro mal.

—¿Y para qué me necesitas? Te asigno un carruaje y vas solo —propongo.

Necesito bañarme.

—Porque si voy contigo, seguro y me dan un descuento —suelta—. ¡O hasta gratis!

Alzo una ceja por su confesión. Desgraciado.

—¿Qué estás insinuando? —amenazo.

—Nada, es broma, simplemente deseo pasar tiempo contigo —explica rápidamente—, pero lo de gratis es buena idea para personas de categorías bajas como yo, nomás digo.

Pongo los ojos en blanco y le doy lo que quiere.

Solo para que me deje en paz.

—Cambio de planes, llévanos al mercadeo de los sastre —anuncio al chofer.

Mi amigo alza su tobillo y lo coloca encima de su otra pierna, después, extiende cada uno de los brazos en el sillón y me sonríe victorioso.

Meneo la cabeza y opto por observar el exterior.

QUEEN OF DARKNESS (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora