xiv.

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Ahora comprendía... ahora comprendía por qué le costaba tanto confiar en alguien, porque llegar a confiar tanto en alguien como para dejar su vida en sus manos necesitaba tiempo. Mucho mucho tiempo.

Pero tu primo... —quiso empezar, pero se le formó un nudo en la garganta.

Ellos tienen permiso para llamarme por mi primer nombre, aunque no lo hacen porque no quieren, pero el permiso está ahí —respondió intuyendo la pregunta que Lo’ak quería pronunciar.

Pero... pero tú me diste pistas para intentar adivinar tu nombre, ¿por qué...? —Tragó saliva con fuerza, intentando deshacer el nudo de su garganta.

¿Por qué lo hice? —terminó por él, lo que de alguna manera agradeció—. No lo sé, eres raro, mucho, pero de la buena manera.

El Sully se levantó cuando la albina empezaba a caminar para volver a la aldea, no se había dado cuenta de que estaba oscureciendo. Llegó a su lado cuando volvió a hablar.

¿Cuál es la buena manera? —inquirió un poco extrañado.

Curioso, sonriente, impulsivo, hiperactivo, honesto y leal —dijo mientras se quitaba un mechón de pelo de la cara. Lo’ak se quedó un poco estático, él era esas cosas—. No sé hasta que punto eres las dos últimas cosas, pero he comprobado que sí eres el resto.

Ataraxia caminaba saltando de una raíz a otra mientras que el Sully se quedaba pensando un rato en las palabras de la albina. Se sentía... emocionado. Emocionado porque alguien se había tomado el tiempo de verlo.

Tú también eres rara —dijo después de un rato.

No en el buen sentido, ya lo sé —admitió con una pequeña sonrisa.

No, en una manera maravillosa —murmuró, aunque ella no lo escuchó.

Y realmente lo creyó mejor así.

𓏲᭄

El grupo de adolescentes estaba sentado en la misma piedra de siempre, pero, al contrario que otros días, no hablaban de cualquier cosa, sino que daban ideas para jugar.

¡Pilla pilla! —saltó Tuk acallando a todos.

A mí me parece bien —asintió Rotxo, el resto mostró su conformidad, pero cuando posó sus ojos en Ataraxia, ésta negó—. Vamos, Ataraxia, llevamos un rato pensando —pidió juntando sus manos.

Si jugáis vosotros, yo no —negó.

¿Por qué? —preguntó Ao’nung.

¿Tú me ves? Si le llego con suerte a la cadera al más alto, mis piernas miden menos de la mitad de las vuestras —espetó señalando sus piernas.

No puede ser para tanto. —Ataraxia bufó.

La última vez que jugué fue con Kiri y Tuk y tuve que subirme a un árbol para aguantar medio minuto más —gruñó—. Terminé con las piernas temblando.

Hay más formas de terminar con las piernas temblando, por si las prefieres. —Ao’nung sonrió de forma coqueta.

La piel de Ataraxia se volvió más oscura y de un tono rojizo al entender lo que ese bastardo quería decir, hizo una mueca y le gruñó de forma casi inhumana.

El nativo del arrecife sonrió con sorna.

Abre la boca de nuevo y serás tú el que termine temblando, bastardo —amenazó con el rubor casi extinto.

Me gustaría ver como lo intentas —retó. Ataraxia gruñó de nuevo.

¡Ao’nung! —reclamó Tsireya, con la piel algo más oscura.

Lo’ak miraba a su hermano mayor, que se estaba riendo con ganas ante la escena na’vi-humana que se acababa de dar. Rotxo se tapó la boca para evitar soltar una carcajada.

Hay una niña —espetó Kiri destapándole las orejas a una Tuk muy confundida.

Explícale eso a él —acusó la albina.

Le quitas lo divertido a la vida —comentó el Metkayina cruzándose de brazos.

Pedazo de idiota —insultó en portugués sin darse cuenta.

—No sé lo que ha dicho, pero uno de los científicos me dijo que ese idioma se llama portugués —explicó Lo’ak dándose cuenta del tono que había usado Ataraxia.

La albina murmuró algo como un «Ah, mierda» al darse cuenta del idioma que había usado sin darse ni cuenta, se sujetó el puente de la nariz con los dientes un poco apretados.

Perdón, no me di cuenta —se disculpó.

Los na’vi le quitaron importancia, olvidando la discusión de Ao’nung y Ataraxia fácilmente al saber que ella dominaba más idiomas que dos.

¿Jugamos al pilla pilla o no? —insistió Rotxo una vez más.

El grupo de nativos miraron a Ataraxia, esperando su respuesta una vez más. La albina resopló con exagerada fuerza mientras ponía sus manos en las caderas.

Vamos —murmuró, sacándole una sonrisa a más de uno.

𓏲᭄

Ataraxia se ocultó en el tronco hueco a la espera de que Rotxo, uno de los dos qué la llevaban en ese momento, pasara de largo. Pero por si acaso, empezó a subir con dificultad unos cinco metros, hasta otro pequeño hueco por el que ella vería perfectamente, pero gracias a su piel, ellos no lo harían.

Vio al nativo del arrecife correr y, maravillosamente, pasar de largo, sin notarla siquiera. Pero debía moverse, el bastardo de Ao’nung era el otro que la llevaba.

¡Lo’ak! —escuchó gritar a Rotxo. Ataraxia palideció un poco, ahora no estaba segura en ningún lado.

Vio una rama que conectaba con otro árbol y se arriesgó a mirar el tiempo que quedaba, habían dado tiempo de una hora. Faltaban veintiún minutos, si la llevaba ella estaría perdida.

Recordó que le habían pedido avisar cada diez minutos.

Para presionar al resto un poco —le había dicho Kiri con una sonrisa.

Subió un poco más, hasta salir del árbol por la parte de arriba y bajó con cuidado. Miró el reloj de la pulsera y se preparó para gritar, con un escalofrío recorriéndole ya la espalda.

Cuando tuvo la trayectoria de escape preparada, gritó:

¡Veinte minutos!

Y luego saltó al otro árbol, alguien gruñó a su espalda y vio a Lo’ak en el árbol vecino. Palideció un poco y huyó con el na’vi pisándole los talones.

«La mitad de las piernas sí, pero que rápida es» pensó el Sully viendo la espalda de la albina.

Apretó un poco el paso, pero no consiguió cogerla, pues ella saltó del pequeñísimo acantilado —medía unos tres metros— al agua más abajo.

Aunque luego la vio subir a una piedra saliente que había, huyendo del nativo del arrecife que parecía haberla estado esperando. Lo’ak se rio un poco desde su posición encima del saliente de roca al oírla maldecir en na’vi, inglés y el recientemente conocido portugués.

Ataraxia saltó al agua cuando Ao’nung estaba intentando escalar la roca como último intento de aguantar un poco más.

No consiguió avanzar ni cuatro metros cuando Ao’nung la levantó cogiéndola por la cintura, con el abdomen de la humana casi en el rostro del nativo y sus senos casi rozando la cabeza del na’vi.

Ataraxia se ruborizó, ante lo que Ao’nung rugió una risa, haciendo que el vientre de la albina vibrara.

Lo’ak hizo una mueca de molestia, aunque desconoció la razón.

Someone new - Lo'ak SullyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora