xxxix.

146 15 0
                                    

Ataraxia se había quedado estática al lado de su padre mientras uno de los científicos explicaba lo que creía que había pasado y hacía un recuento de las máquinas que le quedaban.

—Solo queda una —dijo al final el hombre.

La albina miró fugazmente a Bettye que, al haber sido descubierta hacía un tiempo, mostraba una mueca de aburrimiento que no se molestaba en ocultar. Ella deseó, en parte, la suerte de poder mostrar lo poco que le importaba eso.

—¿Cuál? —inquirió Parker, con una vez que nunca había usado ante Ataraxia, aunque ella tampoco le había dado las razones necesarias para usarla.

—La nave en la que vinimos —respondió el científico bajando un poco la cabeza.

La planta entera se quedó en silencio, uno casi aplastante para Ataraxia, se sentía como si la gente la estuviera vigilando, juzgando, como si pudieran ver su alma y descubrir que la culpable era ella.

—¿Y si... —empezó, captando la atención de todo el mundo— nos están incitando a irnos? —preguntó mirando a todos allí—. Quiero decir, si solo ha quedado la nave en la que viajasteis de vuelta aquí, ¿no sería lógico pensar que eso es lo que quieren? —comentó, aunque ella tampoco sabía a ciencia cierta que pretendía hacer su familia, pero confiaba en ellos. Ciegamente.

—No hemos recibido nada de la base del mar, no podemos irnos sin ellos —replicó el hombre, Parker observó al científico y luego a su hija.

—Tal vez ellos están en la misma situación, por eso no pueden conectarse a nosotros —caviló la albina—, pero cualquier persona cuerda llegaría a la conclusión de que nos están invitando a irnos —insistió.

—Si tienes razón, niña —empezó Quaritch, que se había quedado al margen, escuchando todo—, entonces pelearemos, llegamos aquí para quedarnos, no para que nos echen a patadas así como así —habló para todo el mundo, alzando la voz para ser bien escuchado.

Ataraxia se acercó a Parker un poco y murmuró:

—La idea de matar sigue sin resultarme atractiva. —Selfridge la miró, recordando aquella conversación, y sintió cierta pena por ella.

—Pero lucharás —intervino Quaritch señalándola acusatoriamente con una sonrisa que a Ataraxia le resultó macabra—, porque eres de los nuestros, ¿no? Tú lo dijiste.

La albina tragó saliva con fuerza, teniendo más miedo por las palabras del coronel que por la propia sonrisa o el hecho de que fuera un metro más alto que ella.

Asintió, desafiando al veterano con la mirada, que crispó su rostro un momento antes de empezar a ladrar órdenes para que todo el mundo se preparase para un posible ataque.

«Una emboscada» pensó Ataraxia mientras se acercaba un poco a Bettye, «y una desde dentro».

—Sé que no confías mucho en mí —admitió la más joven, la científica asintió—, pero vas a tener que hacerlo ciegamente si quieres salir de aquí —avisó, aunque no con mala intención.

Bettye asintió decidida después de tragar saliva con exagerada fuerza, aunque, en cierta manera, Ataraxia la entendía. No por el hecho de que ella fuera joven, sino por la cantidad de variables —en su mayoría malas— en las que podía terminar toda aquella situación.

Ambas se escabulleron a la sala gemela al laboratorio, donde la albina garabateó un papel a toda prisa y luego se acercó a la ventana para silbar un poco, esperanzada tal vez de que el resto de la bandada anduviera por allí.

Una joven hembra, nerviosa por todo el ruido y griterío en el que se había convertido la Bridgehead City, se posó en el marco y cogió el papel que su primer alfa le entregaba.

—Base de los bosques, ya —ordenó, luego el pajarito salió disparado hacia los bosques Omatikaya y, por ende, la base.

—¿Qué demonios...? —murmuró Bettye.

—Preguntas luego, ahora mantente separada de mí hasta que escuches tu nombre y sepas que soy yo, Quaritch no se fía —dijo como única explicación antes de salir de esa estancia gemela al laboratorio.

La científica acató sus órdenes al pie de la letra a pesar de no estar muy de acuerdo con tener que separarse de Ataraxia, pero si Quaritch las descubría... entonces jamás cumpliría la promesa que se hizo de niña. Y ella no iba a permitir eso.

La albina subió al ala residencial a por sus armas, encontrándose con algunos soldados que también habían ido arriba a coger algunas cosas. El pasillo estaba desierto allí, así que fue hasta su habitación y cogió las armas que había llevado el primer día en la ciudad. Y que había mantenido bajo su mano.

Volvió a bajar casi como un rayo y vio a un par de científicos con Parker, intentando conseguir algo, alguna grabación o cualquier dato, de lo que se había perdido irremediablemente y para siempre. Ataraxia no lo sintió.

Quiso salir fuera del edificio con la intención de estar lo más lejos posible de Bettye sin que nadie se diera cuenta, aunque una voz robótica la detuvo a poco más de dos metros de la puerta.

—Damas y caballeros, hemos conectado con la base del mar —dijo asustando un poco a la albina, que puso especial interés en lo siguiente que iba a decir—. Ellos también han caído, se preparan para abandonar.

Escuchó gritos desde fuera del edificio, alguno también dentro y en esa misma planta, supuso que eso era un problema menos en el futuro, pero en ese momento solo había empeorado las cosas. Escuchó más que vio como la gente estaba de verdad enfadada.

Se sentían traicionados.

«Cobardes, pero un problema menos para más tarde» pensó. La verdad era que sí creía que los humanos fueran unos cobardes sin remedio, pero también creyó que iban a oponer un poco de resistencia.

No lo prefería —en absoluto, vamos—, pero dado el lema de la RDA... realmente estaba decepcionada por su propia especie.

Algo explotó cerca del laboratorio, y cuando todos se acercaron —incluida ella—, pudieron ver que era una batería.

—¡Desconectad las baterías! —ordenó Parker.

Pero otras explosiones se tragaron sus palabras, haciendo que todo el mundo tuviera que salir por la fuerza del edificio. Ataraxia miró fugazmente a Bettye, quién le sonrió un poquito.

Parecía aliviada.

O suicida.

Someone new - Lo'ak SullyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora