xvii.

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¿Estás totalmente segura de que se me permite ir allí? —preguntó Ataraxia otra vez. Todavía no se podía creer que si pudiera acompañar a los na’vi del arrecife y del bosque.

Sí, por supuesto —respondió Tsireya viendo como la albina bajaba de la pasarela de tela de un salto—. Mamá accedió a regañadientes, pero te lo ha permitido porque solo se fía de ti, poco, pero lo hace. —La nativa del arrecife sonrió con algo parecido a la pena, cosa que la humana no comprendía bien.

Vale —murmuró poniendo una mano en la cadera—, solo quiero ver si otra conexión con el árbol de las almas le hace efecto a Kiri, pase o no algo, me quedaré la semana que resta —dijo cabeceando un poco.

Bien, pues vamos.

Tsireya cogió a Ataraxia del brazo con suavidad y la arrastró hasta una de las piedras de la orilla, donde ya esperaban todos los Sully, Ao’nung y Rotxo.

El na’vi del moño abrió la boca para decir algo, probablemente para proponerle ir con él, pero su hermana se le adelantó.

Yo te llevo, Ataraxia —dijo con una sonrisa.

Se ve que sois buenas amigas —rumió Ao’nung.

¿Qué rumias? —espetó la albina lanzándose al agua. Tsireya rio un poco.

La nativa llamó a su ilu cuando Ataraxia salió a flote y le pidió que se agarrara a su cintura. El resto imitó a la chica del arrecife y se prepararon para volver al árbol de las almas.

Ataraxia admiró el fondo marino una vez que Tsireya se sumergió, las plantas, los animales, todo allí era precioso.

Giró la cabeza para mirar al otro lado, encontrándose con Lo’ak —que estaba a unos metros—, quién miraba hacia todos lados, todavía impresionado por la fauna y la flora marinas.

La albina se fijó en los ojos amarillos de él. Brillaban con cada movimiento, cada vez que veía algo que le gustaba, algún animal exótico o cualquier pequeña cosa que llamara su atención.

Por alguna razón le recordó a los pequeños Fan Lizart.

Ella sonrió al verlo tan ensimismado en su tarea de observar todo lo que lo rodeaba. Era... bonito verlo así de feliz después de haberlo escuchado tan apenado la noche anterior.

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Ataraxia buceaba hacia el fondo, los na’vi delante de ella. Le hizo una seña a Kiri que podía entenderse perfectamente como un «Tómatelo con calma», a lo que la nativa le respondió con el pulgar levantado.

Solo entonces se permitió fijarse en el árbol. Todo parecía hasta oscurecido ante la vibrante luz violeta del árbol de las almas. Ataraxia se dio cuenta del estado medio inconsciente en el que se había sumido y miró a Kiri.

Estaba conectada, no había pasado nada. Luego se desconectó por sí sola y le sonrió, como indicándole que estaba bien. La humana levantó los brazos, victoriosa. Le alegraba que nada hubiera pasado.

Una de las ramas del árbol —que estaba extrañamente enroscada— se extendió hasta llegar al lado de Ataraxia. Los finos hilos —o lo que eso parecían— se estiraron, pareciendo estar extendiéndole una mano.

La albina buceó unos centímetros hacia atrás. Miró hacia los nativos, quienes la miraban sorprendidos, tanto a ella como a la rama que estaba a su lado. Tsireya reaccionó y la instó desde la distancia a tocar la rama del árbol de las almas.

Ataraxia miró al árbol y a la na’vi del arrecife de hito en hito.

Se acercó lo que había retrocedido a la rama y extendió el brazo derecho. Notó como le temblaba la mano, pero aún así tocó el árbol de las almas del arrecife.

Los hilos abrazaron su mano con suavidad y luego Ataraxia dejó de ser consciente.

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Los rayos del sol la cegaron, obligándola a darse la vuelta para poder abrir mejor los ojos.

Cuando la ceguera temporal desapareció, se arrodilló sobre... tierra, tierra del bosque. Miró lo que tenía delante, maravillándose con la frondosidad del bosque.

Se levantó, un tanto emocionada, recibiendo un mareo en respuesta. Achicó sus ojos, algo le fallaba... Ella no era tan... alta. Medía un metro ochenta, pero eso era mucho más de esa altura.

Bajó su vista a sus brazos y dejó caer su mandíbula. Estaba... era azul. El azul oscuro de los na’vi del bosque. Se miró a sí misma, tenía una ropa similar a la que le había visto a Neytiri, aunque no se sentía incómoda.

Una lucecilla blanca llamó su atención. Una atokirina. No, varias. Las miró con curiosidad, pero al saber lo que eran simplemente dejó que se acercaran.

¡Mamá! —escuchó gritar a alguien, un niño.

Se giró para mirarlo, siendo recibida por un pequeño que corría hacia ella con entusiasmo.

Mami —la llamó de nuevo llegando hasta ella.

Se agachó por instinto hasta la altura del pequeño niño, que la miraba con amor y alegría, y un nombre pasó por su cabeza, fugaz y extraño para ella.

Tseo —dijo cogiéndolo en brazos.

Papá llama para comer —comunicó abrazándose a ella como una lapa, aunque a Ataraxia no le importó—. Yrstta dice que pronto será tan buena como tú con la lanza, pero yo no le creo —refunfuñó mientras ella dejaba que sus pies la guiaran a su hogar.

Ya sabes que tu hermana es muy orgullosa. —Se dio cuenta de que su boca había hablado sola, pero lo dejó estar—, al padre tuvo que salir —murmuró, el pequeño rio un poco.

Salieron de entre los árboles, encontrándose con un hombre y con una chica de unos doce años luchando contra él.

Ella atacó un par de veces, siendo bloqueada otras tantas por el adulto, que agarraba la lanza con maestría, pero un ligero dejo de torpeza. Ella, sin embargo, agarraba su arma con fluidez.

Me cago en la... —empezó la chica entre dientes.

Eh, eh, eh, esa boca señorita. —El adulto la señaló, pero ella le sacó la lengua. Él entonces dejó caer el arma y atacó a la niña, cogiéndola en brazos solo para llenarla de besos.

Ataraxia se tapó la boca para no soltar una carcajada muy alta, pero el llamado Tseo sí lo hizo, alertando a los otros dos, quiénes rápidamente se relajaron al reconocerlos.

Dahlia —suspiró el adulto. Ella se quedó ligeramente estática. ¿Quién era ese hombre y por qué sabía su primer nombre?

Sintió como el cuerpo en el que estaba sonreía con amor al ver como se acercaba a ella. ¿Por qué? ¿Por qué lo hacía? ¿Quién demonios era ese hombre para ella?

Cuando se dio cuenta de que él le había agarrado la cintura y había juntado sus frentes, otro nombre pasó por su cabeza, tan claro como el agua y perfectamente reconocible para ella.

Lo’ak Sully.

Someone new - Lo'ak SullyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora