xxxviii.

153 17 0
                                    

—¡Par..., pa...! —Detuvo su carrera un segundo, ¿era sensato llamarlo como había estado a punto de hacer o todavía era muy pronto? Sacudió la cabeza y se acercó a él—. Oye.

Parker se giró hacia la albina más rápido de lo que ella había esperado, el hombre relajó los hombros, dejándolos caer casi de golpe al ver a Ataraxia.

—¿Pasa algo?

—¿Te importa que te llame Parker..., por ahora? —preguntó, aunque no tenía pensado llamarlo de otra forma.

—No, claro que no, sé que ha sido todo muy... de repente —dijo sin más, aunque ella pudo ver como sus ojos se apagaban ligeramente.

—Sí —asintió notando como después Parker apartaba la mirada, sabedor de que ella había descubierto esa falta de brillo extraño en sus ojos—. ¿Podrías... podrías enseñarme algo más del edificio? Quiero decir, apenas sí sé llegar al ala residencial desde aquí abajo, no quiero perderme. —Bajó un poco la cabeza, fingiendo vergüenza, mientras jugaba con sus dedos.

Parker se lo pensó durante un minuto un poco agónico para Ataraxia. Luego otro y otro. ¿Bettye le había dicho algo? Esperaba que no. Aunque tal vez esperaba no tener que llegar a las medidas que había decidido tomar, por si acaso.

—Claro —respondió finalmente. La albina ahogó un suspiro de alivio. Él no sabía nada.

O también era un buen actor.

𓏲᭄

Ataraxia se derrumbó sobre el diván de la pequeña biblioteca que tenía su habitación, con un resoplido de frustración que casi le pareció que hacía eco.

¿Desde cuándo estaba tan malditamente débil? Ella no recordaba estar en tan poca forma. O tal vez sí había sido idiota al decirle a Parker que no había problema cuando preguntó si prefería subir escaleras.

Sí, definitivamente era idiota.

Caminó hasta el escritorio que había en otra esquina y cogió un papel cualquiera para enviárselo a su familia. Garabateó más o menos lo que había pasado en el día y abrió una de las ventanas que había en ese cuarto.

Silbó un poco y acto seguido un pajarito negro como la noche, tan grande como un colibrí, se posó en el marco. Ataraxia acarició su cabeza con levedad inhumana, calmando un poco al segundo alfa.

—Ten, pequeño —murmuró, el pájaro agarró el papel cuidadosamente doblado con una de las patas y esperó su siguiente orden—. Vuela rápido, a la base de los bosques —susurró.

El segundo alfa desapareció antes incluso de que Ataraxia terminara de establecerse. Ella echó una ojeada al suelo —bastante más abajo— y luego cerró la ventana.

Ahora tocaba... irse a la cama, Bettye podía esperar hasta el día siguiente sin ningún tipo de problema.

𓏲᭄

Soltó todas las palabrotas que se le ocurrieron en todos los idiomas que se sabía al despertar mientras se tapaba la cara, más roja de lo que alguna vez había estado, como si alguien la fuera a ver.

Se sujetó el puente de la nariz mientras maldecía una última vez y se tumbaba de nuevo en la cama.

Había soñado con Lo’ak y no tenía siquiera la cabeza para procesar el sueño que había tenido, al menos a esas horas de la mañana, tal vez no la tendría en todo el día.

Tragó saliva con fuerza, obligándose a olvidar ese sueño y a centrarse en lo que tenía por delante: conectar ese chip.

Algo golpeó contra su ventana, haciendo que se levantara como un rayo y corriera a darle paso a su cuarto al segundo alfa de su bandada, venía con otra nota en la pata y un aparato muy pequeño.

Ataraxia la leyó y la guardó para quemarla más tarde, luego se forzó a vestirse rápido. Necesitaba actuar con velocidad, conectar ese chip era la única manera de echar a los humanos de Pandora.

Sintió el peso que tenía encima de los hombros y se le contrajeron las entrañas. Cogió aire e intentó tranquilizarse, no podía pensar en eso ahora.

Eran las cinco de la mañana, prácticamente nadie estaba despierto a esa hora, así que corrió hasta la sala de mando con todo el sigilo del que disponía su estúpido cuerpo humano y se coló dentro. Aunque la puerta siempre estaba abierta, así que no fue difícil.

Los ordenadores estaban dispuestos de cuatro en cuatro en cada mesa, había varios más colgados en las paredes. Casi tropezó un par de veces con varios cables que había esparcidos por el suelo, como si alguien simplemente los hubiera tirado ahí.

Encontró el ordenador central, el que lo controlaba todo y lo encendió, aunque casi al instante palideció.

Contraseña. ¿Cuál era la contraseña?

Podía hackearlo, pero le llevaría demasiado tiempo y ya llevaba quince minutos fuera, aunque tardarían otra media hora en despertar no podía esperar más.

Recordó cuál era el llamado lema de los humanos, según lo que le había dicho su madre, antes de la guerra de los bosques: «Todo por la raza humana». Patético, pensó, pero no perdía nada por probar.

Tecleó todo lo rápido que podía y cuando terminó simplemente entró en la red de la Bridgehead City, sin problemas o más contraseñas. Solo... solo eso.

Ahí había gato encerrado, o eso creía ella.

Sacudió la cabeza y conectó el chip al ordenador, vio como ese aparatito volcaba su contenido en la red y borraba demás datos e instalaciones de la Bridgehead City.

Jadeó cuando el chip terminó su trabajo y algo sobre su cabeza soltaba chispas. Levantó la cabeza y vio una cámara. La habían estado grabando, y no se había dado cuenta.

«Ímbécil» pensó, luego en la pantalla del ordenador apareció una carpeta que decía «Grabaciones del ordenador central». «Imbécil, imbécil, imbécil. ¡Estúpida!» se repitió mientras borraba esa carpeta de la faz de red.

Vale, ahora tocaba volver por patas a su habitación y rezar a cualquiera que la escuchara por que no hubiera más cámaras por allí. «Estúpida» se llamó una última vez antes de salir de la sala de mando y correr como una demente hasta su habitación.

Garabateó un par de cosas y órdenes en un papel —con el que envolvió el chip— y se lo entregó al segundo alfa, que la había esperado pacientemente sobre su cama a su vuelta.

—Corre —le pidió, luego el pajarito salió como una bala en dirección a la base de los bosques. Cerró la ventana y esperó sentada sobre su cama.

Eran cerca de las seis y media de la mañana cuando una voz robótica habló para todo el edificio:

—Residentes y trabajadores, reúnanse en la primera planta. —Ataraxia palideció sobre su piel chocolate, ¿no había funcionado?—. La red ha caído —dijo por último como explicación.

Ahogó un suspiro de alivio, pero ahora tenía que salir de allí e intentar llevarse a Bettye.

Someone new - Lo'ak SullyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora