Capítulo 37.

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Como nigromante Matthew había sentido a la muerte más veces de las que podía contar, en cualquiera de sus realidades. Había escuchado las voces susurrantes, los gritos, las garras tratando de raspar la piel, las sombras pasar de un lado a otro, burlonas. Él conocía la muerte, la apreciaba, incluso cuando el frio se colaba hasta sus huesos y la sensación asfixiante lo envolvía. Era como recibir un abrazo relajante, de esa manera él siempre había mirado a la muerte.

Sin perder el tiempo trató de caminar por el campo oscuro, los terrenos parecían cambiar a cada rato por lo que no había forma de no sentirse perdido, los árboles se arrastraban de un lugar a otro, la niebla tapaba el camino que luego ya no existía. Como buscar una aguja en un pajar, lo único que tenía era que su magia aún estaba en Sirius y podía rastrearla.

Los susurros aumentaban en sus oídos, prometiéndole descanso y cuidado, consolándole, invitándole. Para alguien nuevo en ello simplemente seria la perdición.

La cuerda en su abdomen seguía alargándose, pero manteniéndolo unido al exterior. Se apuró aún más, sabiendo que aun si la protección evitaba que el Avada lo tomara, no lo cuidaría del ambiente de muerte que lo arrastraría inevitablemente con ella.

—¡Black! –Sostuvo de inmediato al verlo en el suelo, ¿Cómo si estaba inconsciente había llegado tan lejos? Probablemente el terreno había cambiado varias veces tratando de tragarlo. Sin dudarlo lo colocó como saco de papas en el hombro derecho y comenzó a seguir la cuerda de vuelta al exterior. Sentía sus manos congelarse lentamente y la punta de su nariz tan fría como un cubo de hielo. Incluso el dar un paso le costaba pues el suelo congelaba la suela y al alzar el pie se arrancaba poco a poco. Llegó a un punto en que estaba caminando directamente con sus pies, la planta ardiendo en cada paso.

Dejarlos pasar había sido fácil, salir definitivamente no tanto.

—Me debes una buena, perro tonto... -Gruñó el chico entre sonidos de dolor por cada que avanzaba.

Jadeo de alivio al notar que estaban por salir al fin, apenas traspasó de nuevo el velo en sus oídos estalló el ruido, como si antes hubiera estado con estos tapados.

Chimuelo había estado junto a la punta anclada de la cuerda, resguardándola. Y no tuvo que dar un paso afuera pues el dragón de inmediato se había ubicado para que cayera sobre él.

Harry no estaba cerca, estaba absorto viendo a Albus y Voldemort pelear, Remus fue quien se volvió al sentir movimiento, mirándolo con sorpresa. Sin dudarlo Matthew le pasó a Sirius, aunque fue difícil hacerlo pues sus ropas estaban congeladas una a la otra.

—Caliéntalo a como dé lugar, ya mismo. –Le pidió el azabache mientras en el pecho de Black aparecía un pequeño dragón negro que abría las alas y el hombre abrió los ojos jadeando por aire.

No se iba a quedar a ver como terminaría eso, su cuerpo temblaba por completo, así que desató la cuerda y Chimuelo de inmediato se desapareció con él a cuestas.

Lo llevó de vuelta al colegio dejándolo caer sobre la cama antes de volver a desaparecer, tan solo unos segundos después Ian estaba en el lugar alzándolo mientras convertía una mesa en una tina, la llenaba de agua tibia y lo metía en esta.

Sin poderlo evitar Matthew gritó. Las heridas le ardían y parecía que lo hubieran hundido en el mismo fuego. Pataleo llorando y con una mirada triste su padre tuvo que lanzarle un desmaius para poder curarlo sin que tuviera que sentir todo el proceso.

Así que, por un buen tiempo, todo fue solo oscuridad.

Para cuando volvió en sí estaba acostado en su cama de nuevo. Sus pies estaban curados pero sensibles, totalmente envueltos en grandes hojas y dictamo. Bueno, no solo sus pies, sus manos también estaban así, no sabía en qué momento pero se había arrancado en bastantes partes piel. Su cuerpo ahora estaba caliente pero sentía otras partes aun heladas, le costó un momento darse cuenta que estaba era hirviendo en fiebre y escalofríos.

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