39 - Allí, una vez más

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—pocas horas atrás, tras la caída de la barrera de Erindir—

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—pocas horas atrás, tras la caída de la barrera de Erindir—

Cuando la nalari Lyena ordenó el ataque a la capital, tanto Nevan como los demás temieron lo peor.

Si bien el sentido común les decía que esas terroríficas pero pequeñas marionetas esqueléticas no eran la gran cosa, Nevan sabía que no podían subestimar a los nalari.

Y tal y como se lo dijo el instinto, con el paso de los minutos todos en la caverna vieron cómo la última barrera que protegía el enorme cristal ante ellos comenzaba a echar chispas y a parpadear, incluso perdiendo luz a momentos.

Nevan y los demás sabían que eso no era bueno, pero ¿qué podían hacer en las condiciones en las que estaban?

El joven mago trató de quemar o cortar los hilos que le ataban, pero fue inútil y acabó hiriéndose a sí mismo. Por muy delgados e inofensivos que pareciesen, el poder que les conformaba era tan firme que bien podían estar hechos de metal.

Aunque se odió por ello, su impotencia era simplemente mayor.

Y así pasaron las horas, hasta que de pronto los nalari comenzaron a actuar extraño.

Se habían mantenido en relativo silencio esperando a que la barrera del cristal se rompiese, pero la muchacha soltó un repentino quejido agudo que llamó la atención de todos los demás.

—¿Via'Lyena?

—Mis muñecas... —miró una se sus manos, de la cual emergían varios hilos de luz que se agitaban como sacudidos por una ventisca—. Una se quedó sin energía y ya no responde.

—¿Oh?

—Hay alguien en esa ciudad dándole problemas.

—¿Está todo bien?

—Sí, las otras tres pueden hacerse cargo. Pero no esperaba este nivel de resistencia. Creí que los elfos aquí apenas daban la talla al pelear.

—Pues sí que es una sorpresa —Muved asintió efusivamente.

—Voy a tratar de dar apoyo a las demás, así que necesito silencio.

Dicho esto la muchacha fue hasta el cúmulo de grandes cojines que tenía en el suelo y se sentó de piernas cruzadas sobre estos, para luego agitar una mano hacia el grupo de cautivos y dejarlos caer al suelo con brusquedad, incluso quitándole las mordazas a los que aún las tenían.

—Necesito toda la energía posible, así que vigílalos y que no den problemas, anciano.

—Cuenta conmigo.

Ella gruñó pero mantuvo la boca cerrada y dejó de moverse. Aunque aún con la distancia de varios metros entre ellos, Nevan podía ver que algo a su alrededor cambió.

Concentrando una pizca de magia en sus ojos el mago vio que numerosos hilos de luz, mucho más finos y casi transparentes en comparación a los que les tenían atados, brotaban de todo el cuerpo de la muchacha y parecían perderse entre a medida que se alzaban en lo alto.

La Balanza de Itier | El Legado Grant IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora