44 - Un consejo

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La mirada de Nevan se quedó clavada en las cenizas

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La mirada de Nevan se quedó clavada en las cenizas.

No podía entender... Un cadáver estuvo allí hace solo unos segundos, ¿qué clase de truco-...?

Debía ser un truco, ¿verdad?

Pero las cenizas en efecto estaban allí, a solo un par de metros. Ya no había nalari muerto, y el responsable de eso pasó por encima de estas como si nada, incluso pisoteando el cúmulo grisáceo cual montón de basura.

—Tu... ¿Qué hiciste?

La pregunta escapó de Nevan sin que se diera cuenta. Su incredulidad era demasiada y el horror de sus propias acciones quedó a un lado, su rabia sobreponiéndose al shock.

—¿Qué hiciste? —repitió—. ¡¿Cómo pudiste-...?! ¡Era tu camarada!

Solo entonces Muved se detuvo, se volteó hacia él y le miró en silencio por breves y a la vez eternos segundos, para después encogerse de hombros como si fuese la cosa más normal del mundo.

—Es parte del oficio, ¿sí? —hizo un gesto vago con una mano—. Un nalari muerto es un problema. Hay mucha información que puede sacarse de un cadáver, muchos secretos que están mejor convertidos en ceniza. Pero te aseguro que el amigo aquí lo tenía claro —dijo mientras volvía a pisar las cenizas—. Todos lo sabemos.

Nevan se quedó sin palabras, su rabia aún ardiendo.

De forma inconsciente pensó en Theo, en la forma que había muerto a manos de una nalari que tampoco se detuvo a pensar en sus restos.

¿Es que esos asesinos no sentían dolor por la muerte de otros?

Aquella no sería la primera vez que su rabia y su falta se control tomaban el control, pero sí tenía claro que lo lamentaría si se quedaba quieto.

Por eso Nevan levantó una mano, un puño envuelto en llamas que jamás lanzó, pues una mano ajena y oscura, cubierta en cuero negro y tela roja envolvió su puño con fuerza.

—¡Ugh-...!

Muved apretó su puño lo suficiente para hacer sonar varios de sus huesos, extinguiendo el fuego del mago tan pronto como apareció.

—Creo que nuestro encuentro ha sido una experiencia agradable, Nevan Grant.

—¡No huyas...!

—Me agrada tu entusiasmo —el asesino rió y le dio una palmada en un hombro—. Si volvemos a encontrarnos una vez más, espero que entonces valgas la pena. Tu nombre no volverá a salvarte.

El asesino le dio un golpe fugaz en las piernas y el chico cayó se cara al suelo, para esta vez no volver a levantarse.

—¡Anciano! —gritó de pronto la nalari Lyena, haciendo un gesto amplio con un brazo y señalando el cristal que ya había sido absorbido hasta la mitad—. ¡Debemos irnos!

La Balanza de Itier | El Legado Grant IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora