Tras diez años de encierro en la academia de magia de Marvelir, Nevan Grant regresa a su tierra natal para reconciliarse con su pasado, pero la libertad de la que goza es amarga, pesada, y las pesadillas junto con la culpa de lo que vivió en aquella...
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Nevan parpadeó, seguro de que en una situación normal consideraría eso una alucinación.
Para ser la primera vez que veía a un dios cara a cara y tan cerca estaba inusualmente tranquilo, y quizás tenía que ver con que tenía el fuerte presentimiento de que aquella no era la primera vez que Itier y él cruzaban caminos.
Y como si percibiese sus pensamientos el dios en cuestión se giró y le miró directamente, asintiendo una vez con una sonrisa calma.
<<Ah, sí. Definitivamente se habían visto antes.>>
Itier, dios élfico de la justicia y el equilibrio, aparentaba ser un hombre joven de poco menos de treinta años.
Su piel oscura de un toco casi grisáceo estaba cubierta en mugre y ciertos manchones de brea, al igual que su larga cabellera plateada, ahora desaliñada.
Vestía una túnica de múltiples capas en tonos verdes oscuros con grises claros, y muchos de los ornamentos que le decoraban estaban rotos o completamente deshechos, seguramente por influencia de la brea y el miasma del espectro.
Y quizás se debía a que era un dios, pero aún en ese estado Nevan podía ver elegancia y confianza en la postura de Itier, como si esos meses de luchar contra ese horrible espectro hubiesen sido un contratiempo.
—Sagrado...
Sedeos Eid'Viaj llamó la atención del grupo cuando habló, apenas levantando el rostro y manteniéndose de rodillas, agachándose hasta que su frente tocó el suelo de roca.
—Le he fallado, sagrado —dijo el comandante en un murmullo debilitado—. Mis errores y mi falta de vigilancia han provocado este desastre.
Incluso si Nevan consideró ese gesto uno heróico, asumir la culpa de todo lo que había ocurrido en la última década se le antojó una exageración ridícula.
¿Tomar la culpa de lo que había hecho un nalari? El enfrentamiento con Muved Ars'Ilen debió dejarle más afectado de lo que aparentaba a simple vista, pero antes de que el chico tuviese oportunidad de alegar fue Itier quien tomó la palabra.
—No es momento para reproches, Sedeos —se inclinó y tocó brevemente uno de sus hombros—. Ya podremos impartir juicio más adelante, pero por ahora...
—Comprendo —con esfuerzo y ayuda de Merath y Balnok el comandante se puso de pie.
—Todos hicieron un gran trabajo resistiendo todo este tiempo —entonces el dios se giró lentamente hacia él—. Y a ti te debo gratitud especial, Nevan Grant.
—¿Yo...?
—Por escuchar mis visiones y abrir la grieta a pesar del peligro que estabas liberando. Gracias a ti estoy aquí y pude liberar el sello que restringía las voces de los otros seis dioses élficos.