Evitar que se conozcan

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Estoy en medio de un bosque.

Al menos eso es lo que parece, porque estoy rodeada de nada más que enormes, frondosos e intimidantes árboles.

¿Qué demonios hago yo en un bosque? Es una buena pregunta.

Y hablo en serio. No tengo idea de que hago o de cómo llegué aquí. Y, sin embargo, no tengo la sensación de estar en el lugar incorrecto. Puedo escuchar que hay a lo lejos lo que podría ser un rio. Escucho el sonido del agua correr acompañado del agradable canto de las aves que probablemente vivan aquí.

Todo es demasiado tranquilo y hermoso. Incluso los pequeños rayos de sol que atraviesan el mar de hojas y que le proporcionan el ambiente debería de tener un bosque mágico.

— ¡Princesa!

Alguien me llama con entusiasmo.

Giro a mí alrededor, buscando al dueño de esa voz tan familiar.

Claro, no me llamo "princesa" y definitivamente no soy una princesa. Pero, sé que es a mí a quien buscan.

Mi mente parece estar a punto de ponerle una cara a esa voz, cuando... la alarma del despertador comienza a sonar.

Odio levantarme temprano. Y solo lo hago cuando me veo obligada a hacerlo. Como es el caso de esta mañana. Mi cerebro aturdido y aun adormilado, sabe que hay una buena razón por la que, antes de irme a acostar la noche anterior, tuve que colocar al molesto despertador.

Poco a poco y mientras el molesto ruido no me deja volver a dormir, voy recordando en dónde se supone que estoy.

Había venido a Nueva York por la semana de la moda, y mis actividades empezaban desde temprano. Aun así, no quería salir de la cama.

Apagué el molesto despertador y me cubrí con las cobijas de la cabeza a los pies, decidida a seguir durmiendo.

— ¡Buenos días! — entró canturreando a la habitación, mi asistente, socia y mejor amiga, Alex.

Nos conocemos desde los nueve años, y desde entonces jamás nos hemos separado. Esta chica ha estado conmigo en las buenas y en las malas. Sobre todo, en las malas. La quiero mucho, pero en momentos como este, lo único que deseo es que desaparezca.

— ¡Hoy es un hermoso día y hay muchas cosas que hacer! — canturrea. Para colmo de mis males a Alex se le ocurrió abrir las cortinas y dejar entrar la luz del sol. — ¡Vamos, Kara! ¡Es hora de levantarse!

Me grita como si no la hubiera escuchado desde que entró. Se acerca a la cama y da unos ligeros golpes sobre las cobijas a la altura de lo que ella puede imaginarse que es mi trasero.

Pero, la verdad, no quiero levantarme. Así que decido fingir que sigo dormida.

— De acuerdo. Voy por el agua.

Comprendo la amenaza de inmediato.

No sería la primera vez que me despierta de una manera tan drástica.

Me da la espalda y comienza a caminar, pero, antes de que se aleje, la jalo de la parte trasera de su blusa, la tumbo en la cama y la cubro con las cobijas.

— ¡Kara! — se queja, pero sin intentar liberarse de su repentino cautiverio.

Las cobijas están calientes y las almohadas son cómodas.

— No quiero levantarme. — le digo sin abrir los ojos.

— Tú nunca quieres hacerlo.

Nuestros rostros están realmente cerca, pero no es incómodo ni extraño. Vamos, que con esta chica he pasado toda mi vida, y estar así, no significa gran cosa. Ella es como mi hermana. Cierro los ojos y me vuelvo a acurrucar.

Cuando el amor se convierte en odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora