La magia, no consigue amor

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— ¡Excelente, Andrea! Así se hace. — la felicitó su madre cuando logró finalmente realizar el complicado hechizo.

Andrea apenas tenía seis años cuando su entrenamiento como hechicera había comenzado. Demostró su habilidad con la magia mucho antes de que pudiera tener una conversación con los demás niños.

Su madre estaba convencida de que algún día, sería la hechicera más poderosa de los últimos siglos. Y si no recibía la educación adecuada, podía ser muy peligroso.

— ¡Lo logre mami! ¡Lo logre! Voy a ser igual de buena que tú.

— Serás mucho mejor que yo amor. Y entonces, usaras tu poder para proteger a tu hermano.

Braini era el pequeño y delicado hermano de Andrea, solo tenía tres años, pero los médicos ya habían visto la debilidad de su cuerpo.

Viviana con su madre y su padre, en el palacio que pertenecía a su padre, un poderoso terrateniente de la zona a quien el rey tenía en buen agrado. Tanto así, que le había encomendado el cuidado de aquellas tierras, depositando en él su mayor confianza.

A pesar de ello, el padre de Andrea era un hombre malvado, codicioso y cegado por el poder. No era comprensivo, ni un buen padre o esposo. Andrea era muy pequeña para entenderlo y aunque la mayoría de las veces era rechazada, trataba de demostrarle a su padre cuanto lo quería.

En cuanto escuchó el trote de los caballos, salió corriendo hacia la entrada para recibirlo. Su padre era un hombre muy tosco y siempre estaba seguido de un grupo de guardias, pero Andrea se sorprendió al ver que una niña como de su edad, iba junto a su padre.

Cuando el caballo se detuvo, tomó a la pequeña y sin ninguna precaución, la arrojó al suelo. Andrea se llevó las manos a la boca para ahogar un grito. Su madre, que había llegado junto a ella, también vio con horror la escena.

Le entrego a Braini en brazos a la nana y le pidió que se llevara a sus hijos de allí. La mujer tomó a Andrea de la mano y la jalo para marcharse, mientras veía correr a su madre en ayuda de aquella pequeña niña que yacía en el suelo.

La curiosidad de Andrea era muy grande y a mitad de la noche se escapó de su recamara para ir a ver a la niña.

Escuchó, a la hora de la cena que su padre había ordenado que la encerraran en una de las jaulas de castigo que tenía en la casa. La niña estaba hecha bolita en una de las orillas de la jaula de madera. Con cuidado, Andrea se acercó e intentó tocarla.

La reacción de la niña fue inmediata. Y asustada se alejó de ella.

— No te asustes. No quiero hacerte daño— dijo Andrea tratando de calmarla, pero la niña tenía demasiado miedo — Ten. Te traje un pan— Andrea le extendió la mano, pero la niña se pegó más a los barrotes — Es solo un pan. Bueno, tiene un poquito de pelusa porque lo traía escondido, pero el sabor sigue siendo bueno. De verdad. — se miraron por un rato y al final, la niña se acercó a ella y tomó el pan para llevárselo de inmediato a la boca y devorarlo.

Andrea sabía que su padre prohibía que a las personas que estuvieran encerradas allí se les diera de comer. Pero no comprendía por qué una niña tenía que estar encerrada ¿Qué había hecho contra su padre para merecer aquel trato?

— ¿Tienes más? — preguntó la pequeña sorprendiendo a Andrea.

— No. Lo siento. — la pequeña se lamio las migajas de las manos mientras Andrea la observaba con atención. — ¿Cómo te llamas?

— Kieran ¿Y tú?

— Andrea.

— Extraño nombre.

Cuando el amor se convierte en odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora