¿Amigas?

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— ¡Llegamos! — declare frente a la mansión, con las maletas sobre la acera y con alegría por estar ahí. 

El vuelo había sido un poco cansado, pero la emoción que me daba el volver ayudó a mi mente para mantenerse despierta.

— ¿Esta... es la casa? — Kal no compartía mi emoción.

Miraba la mansión con desdén. 

Lo sé, no se veía tan impresionante como nuestra casa de París, pero también era grande. Estaba abandonada ya que nadie había vivido aquí por algunos años y como llegamos cuando el sol ya se había ocultado la verdad era que se veía un poco terrorífica.

— Sí. — busque las llaves en mi bolso, cuando las encontré quite el candado y la cadena que había en la reja de entrada y al abrirla rechino un poco. — Necesita aceite. — le dije a Kal que seguía sin verse convencida de entrar.

— ¿Y si mejor vamos a un hotel? — sonreí ante el comentario de mi primo. — Anda, Kara vámonos y regresamos mañana.

— ¿Tienes miedo?

— No, pero... -- volvió la mirada a la casa y dudo.

— Solo es una casa, Kal. No pasa nada.

Entrelace mi brazo al suyo y caminamos por el jardín hasta la entrada.

Tardé unos minutos en abrir la puerta, pero al final lo logré. Entramos y busqué el interruptor de la luz en la pared. Estaba muy oscuro y Kal, detrás de mí, me tomó de la camisa como cuando era pequeño y tenía miedo.

— Listo. — declaré al encontrarlo y encenderlo, pero no pasó nada.

— Ni siquiera sirve la lu...— Kal no terminó de hablar ya que las luces comenzaron a parpadear hasta encenderse por completo e iluminar la sala.

Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas blancas y polvo. La casa se veía más pequeña de lo que recordaba, pero ya que me fui de aquel lugar cuando solo tenía seis años no era de extrañarse.

— ¿De verdad no prefieres que vayamos a un hotel?

— Kal...

— Está bien. Hay que meter las maletas.

Habíamos llevado mucho equipaje, varias de las maletas eran enormes, y no trajimos todo. Algunas cosas llegarían junto con Alex. Ella se quedó unos días en Paris, para arreglar algunas cosas. Pero dentro de tres días estaría con nosotros en San Francisco. Ese era el tiempo que tenía para arreglar la mansión. No toda, pero, al menos, tenía que dejar de lucir como una película de terror.

— Listo. Es la última. — dijo Kal dejando en el suelo la pequeña maleta. — Y... ¿Dónde se supone que vamos a dormir?

— Arriba, en mi habitación.

— Claro, tu habitación...

Sonreí. Kal realmente no quería quedarse allí esa noche.

— Mira, ven. — lo tomé de la mona y corrí con él escaleras arriba dirigiéndolo por un pasillo hasta la habitación al fondo de él.

Abrí la puerta y al ver mi antigua recamara sentí mucha nostalgia. Todo estaba igual que como lo había dejado, incluso algunos de mis juguetes seguían aquí.

— ¿Por qué esta habitación esta tan limpia y arreglada? No parece abandonada. — dijo Kal mientras pasaba la mano sobre una repisa llena de muñecas.

— Le dije a José que vendríamos y le pedí que arreglara mi habitación.

— ¿Y quién es José?

Cuando el amor se convierte en odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora