Te lo dije

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Rápidamente pasaron los días, y el tiempo que tenía para arreglar y acondicionar la mansión se pasó volando. Durante esos días la casa estuvo llena de hombres construyendo, chicos pintando y un par de mujeres que se encargaban de la decoración.

A pesar de todos nuestros esfuerzos, la casa no estuvo lista para la llegada de Alex.

— ¡Esto es un caos! — se quejó Kal entrando a mi estudio con la ayuda de las muletas que debía usar.

Lo primero que me asegure en terminar fue el estudio. Porque, aquí es donde estaríamos trabajando los próximos meses y Alex no me perdonaría nunca si a su llegada no estaba terminado.

— Lo sé. Pero había partes de la casa que necesitaban más atención de la que pensábamos. — Kal resoplo mientras que yo revisaba unos papeles. — Tu cuarto estará terminado hoy.

— Ya era hora. Estoy algo cansado de dormir contigo, necesito mi propio espacio.

Sonreí.

— ¿A qué hora llega Alex?

— A las cuatro. — miré el reloj en la muñeca. Solo eran las ocho de la mañana. Realmente era temprano y tuve el extraño antojo de un café. Cosa rara, ya que el café casi no me gusta —¿Quieres un café?

— ¿Café? Pero la cocina no está terminada ¿De dónde vas a sacar café?

— Recuerdo que a veces acompañaba a papá en las mañanas a una cafetería cerca de aquí. Estoy casi segura de recordar el camino y si es que aún está abierta puedo traerlo de allí.

— ¿Estás segura?

— Sí. No está muy lejos y es delicioso.

Me costó un poco dar con el lugar porque las calles habían cambiado durante los últimos años, pero al final lo logre y me lleve la sorpresa de que la cafetería no solo permanecía abierta, sino que al parecer era muy famosa.

El lugar estaba lleno y eso que solo eran las 10 de la mañana. Todas las mesas estaban ocupadas. Trate de hablar con uno de los meseros, pero ni siquiera me volteo a ver, el chico se veía demasiado atareado. Pude acercarme a la barra, pero la chica que atendía me dijo de muy mala gana que debía de formarme para que me pudieran atender. Y la fila era realmente enorme, llegaba hasta la calle. Suspiré y terminé formándome.

Estuve lo que pareció una eternidad formada, pero ya solo faltaban dos personas para que fuera mi turno.

Un pequeño estaba jugando a un lado mío y lanzo su pequeña pelota por debajo de los pies y fue a parar debajo de una mesa, la madre del niño lo tenía sujeto de la mano y no lo dejaba ir tras ella, razón por la que el niño comenzó a llorar. Así que fui por la pelota para dársela al pequeño.

Cuando regresé a la fila para tomar mi lugar, no me lo permitieron.

— A la cola. — dijo un hombre alto y moreno.

— Yo estaba formada aquí. — traté de explicarle. — Solo fui a entregarle la pelota al niño.

— Pues lo lamento, pero debe de irse a la cola.

— Pero...— intente meterme a la fila en el lugar donde estaba antes, pero aquel hombre feo grosero no me lo permitió — ¡Este es mi turno! — grite un poco, llamando la atención de los demás comensales.

— ¡A la cola! — las demás personas también comenzaron a gritar.

¿Qué les pasa a todos por la mañana? ¿Por qué eran tan horribles?

— ¡Este es mi turno! ¡Solo quiero un café! — volví a intentar entrar en la fila, pero aquel sujeto me detuvo y me empujó.

Los gritos se extendieron por todo el local.

Cuando el amor se convierte en odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora