No dormiré contigo

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— ¡¿Qué?! ¡No! ¡No puedo quedarme aquí y menos contigo! — Lena estaba tomando las cosas con mucha calma. Estaba terminando de quitarse la chaqueta cuando yo abrí la puerta para salir corriendo.

Sentí el aire helado y cortante sobre mis mejillas, pero eso no me detuvo. No podía ver nada, ni siquiera escuchar algo ya que el viento soplaba con fiereza. Avance un par de metros antes de sentir el tirón por la espalda que me obligo a retroceder. Lena me tomó por el abdomen y me empujo de nuevo dentro de la cabaña. Cerró la puerta con dificultad y luego recobro el aliento.

— ¡¿Qué demonios te pasa?! ¡Estás loca! ¡No podemos ir a ningún lado por la torme...!

Se detuvo al darse cuenta de mi estado.

Había caído de sentón en el suelo, pero no sentí dolor en el trasero pese al golpe. Mientras ella cerraba la puerta yo me había deslizado hasta una de las paredes temblorosa y con el corazón golpeándome fuertemente el pecho. Abrace con fuerza mis rodillas mientras las manos y la nuca me sudaban, tenía los oídos tapados y no dejaba de sacudirme por los temblores de todo mi cuerpo. Sentía que me faltaba el aire y no podía mantener la mirada fija en ningún lado así que cerré los ojos con fuerza.

Era presa de un ataque de ansiedad.

Hacía años que no tenía un episodio y justo ese día y sin una razón aparente me había estallado en la cara. A pesar de cerrar los ojos las lágrimas empezaron a recorrer por mis mejillas, pero nada tenía importancia porque yo seguía temblando desesperada y asustada.

Sentí que alguien me apretaba los hombros y me sacudía un poco. Pero me negué a abrir los ojos. No podía escuchar nada más que un silbido dentro de mis oídos. Estaba tan rígida como una piedra, pero aun así la persona frente a mi logró levantarme la cara. Cuando sentí sus suaves y cálidas manos sobre las mejillas me atreví a mirarla.

Lena estaba de rodillas frente a mí con la mirada llena de preocupación mientras decía cosas que yo no entendía, pero el contacto de la piel de sus manos me lleno de calor poco a poco. Iba a cerrar los ojos de nuevo, pero ella sujetó mi rostro frente al suyo y clavó la mirada en mí.

Eran como dos imanes que me atraparon de inmediato y calmaron mi acelerado corazón. Ya no pude apartar la vista de esos ojos cafés que me hipnotizaron. Fue extraño el sentimiento que me invadió, tenía la certeza de que había visto esa intensa mirada antes, solo que lo había olvidado.

— Tranquilízate, todo está bien.

Débilmente empecé a escuchar su voz.

— Kara yo estoy aquí. No te pasara nada, yo estoy aquí.

Mis oídos se estaban destapando y los temblores comenzaron a desvanecerse, la voz de Lena tenía un efecto tranquilizador sobre mí. Con el paso de los segundos aflojé el agarre de mis manos y sentí como volvía a circular la sangre por mis dedos que se habían puesto blancos por la fuerza con la que los había mantenido apretados.

Con el pulgar, limpió una de las lágrimas de mi mejilla provocando que me sonrojara, luego tomó mis manos entre las suyas y las masajeo para que recuperaran calor.

—¿Te sientes mejor? — preguntó después de varios minutos.

Yo solo me limite a asentir con un ligero movimiento de cabeza.

— Espera. Déjame ver que puede servirnos...

— Es tu culpa. — dije en voz baja antes de que se pusiera en pie.

— ¿Qué se supone que es mi culpa?

— Que estemos aquí. Todo esto es por tu culpa.

— No es mi culpa que salieras corriendo como loca.

Cuando el amor se convierte en odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora