Pase lo que pase.

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Tock, tock. 

Escuchaba, Lena a lo lejos. Pero sentía los ojos demasiado pesados como para abrirlos. Tock, tock volvió a escuchar. No iba a levantarse, esperaría a que la persona afuera de su habitación se cansara de tocar y decidiera marcharse.

Tock, tock, tock, tock...

Realmente molesta, Lena se levantó de la cama y fue a abrir.

— ¡¿Qué?!— gritó, abriendo la puerta sin importarle quien estuviera afuera.

— Que humor tan horrible. — le dijo Lex entrando al cuarto.

— ¡Estaba dormida!

— ¿Y no te da pena decirlo? — preguntó divertido haciéndola a un lado para pasar.

Lex, era migo de Sam y Lena desde la escuela de medicina y aunque era el más inteligente de los tres, también era el más fiestero.

— No puedes venir a Nueva York y pasar tu tiempo libre encerrada durmiendo, ¡Hay que ir de fiesta!

Lena lo pensó

— ¡Vamos! -- insistió él. -- ¿Sabes cuantos bares existen en la ciudad? -- Lena no respondió -- ¡Muchos! Y cada uno de ellos estará repleto de chicos guapos y sexis con los que ligar.

Lena puso los ojos en blanco y volvió a dejarse caer sobre la cama.

— ¡Claro! Sobre todo, porque a mí me gustan los chicos.

— Bueno, también tienen que estar llenos de chicas lindas a las que puedas acosar. Hasta puede que encuentres una que te haga caso.

— Déjame en paz.

— Anda, vamos. — Lex le dio una nalgada para que se pusiera de pie.

Lena se levantó como un resorte, dispuesta a sacarlo a patadas del cuarto, pero en cuanto lo vio no pudo hacerlo. Lex había puso su mejor cara de "niño tierno". Esa que Lena tanto odiaba y que sabía que era acompañada de la voz más irritante del mundo.

— Por favor. — pidió él juntando las manos como si fuera a rezar.

— Está bien. Pero deja de hacer eso.

°°°

Alex y Sam salieron corriendo del elevador para dirigirse a sus habitaciones.

— ¡¿Lena?! — Sam entró gritando a la habitación que compartían, pero lo encontró vacío.

Regresó al pasillo para encontrarse con Alex.

— No está. — le dijo para después dirigirse a la habitación de Alex.

Pero antes de que pudiera siquiera tocar la puerta, esta se abrió y detrás de ella apareció Kara.

— ¿Alex? ¿Qué haces aquí? ¿No ibas a comer? — las preguntas de Kara la tomaron algo descolocada, pero al verla pudo respirar tranquila.

— Yo... sí. Solo que el comedor está lleno. Volveré más tarde. — fue lo primero que se le ocurrió.

— Esos molestos médicos. Se creen dueños del edificio. No los soporto. — Kara hizo un gesto de desagrado con su boca. — Perdóname.

— ¿Por qué?

— Yo elegí este hotel.

— No te preocupes por eso. Tú no podías saber que iba a pasar esto. — Kara sonrió. — ¿Te vas?

— Sí. Pasas por mí dentro de dos horas más o menos, ¿De acuerdo?

— Dalo por hecho. — Kara caminó hacia el elevador — Oye, Kara... no hables con nadie extraño. — aquella petición se le hizo muy rara a la diseñadora y en su rostro apareció una expresión de confusión. — Es solo por precaución. En nueva York hay mucha gente loca. — Alex sonrió tratando de quitarle importancia

Cuando el amor se convierte en odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora