En otra vida

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España, enero 1905

Lena miraba por la ventana del tren que los llevaba a ella y a su hermano, a la que sería su nueva casa.

Su nueva vida.

No conocía la ciudad, no sabía cuál era su nombre y tampoco le interesaba conocerlo. Podría tratarse de cualquier ciudad en el mundo, y para ella era exactamente igual. Lo único importante era que no se trataba de Londres.

Estaba en este lugar, no porque ella lo quisiera, sino por que la habían obligado a ir en aquel viaje.

Toda su vida estaba en Londres. Era muy feliz allí. Lo tenía todo y estaba segura de que moriría en su tierra. Esa era su única certeza. Hasta que, su padre y su madre le informaron que acompañaría a su hermano a aquel país, para hacerse cargo de las tierras que repentinamente habían adquirido.

Al principio no entendió por qué su padre, un empresario del negocio del té, que vivía en Inglaterra, había comprado hectáreas de tierra de un viñedo en otro país. Uniéndose a una industria de la que no sabía nada.

¿Qué interés podía tener en un lugar como este?

Pero al final, todo tuvo sentido.

— Llegamos, Lena. — le dijo su hermano, dándole unos pequeños golpes sobre el brazo, porque la creía dormida. – Es hora de bajar del tren.

Lena se limpió una pequeña lagrima que se atrevió a escapar de su ojo y luego tomó sus pertenencias y siguió a su hermano fuera de la estación.

Un coche los esperaba en la entrada.

— Buenas tardes, señores. — los recibió un hombre delgado, alto y con barba que le cubría la mitad del rostro.

– Mi nombre es Alfred y estoy aquí para servirles en lo que deseen.

El mozo, ayudo a los maleteros a subir las pertenencias de sus nuevos amos, en una carreta que seguiría al auto para llevarlos a la finca.

— Quita esa cara, ¿quieres? — le dijo a medio camino su hermano.

— No tengo otra. — respondió Lena, molesta.

— Claro que sí. No te morirás por disfrutar un poco de la vista.

— ¡No tengo nada que disfrutar, Monel! ¡Así que cállate!

— Oh, vamos, Lena. Esta ciudad es hermosa...

— Perfecto, a ti es a quien debe de gustarte, no a mí. Tú, obviamente tienes razones para venir a esta ciudad pero, yo no. No entiendo, por qué mi padre insistió en que viniera.

Monel miró a su hermana con una pequeña sonrisa en los labios.

— Sabes perfecto porque papá te envió conmigo. — se acomodó en el asiento – Lo que quieren es alejarte de tu amiga, Cat y de esa extraña relación que tenían.

En cuanto Lena escuchó el nombre de Cat, el corazón se le contrajo, y en la garganta se le formo un nudo doloroso.

Estaba segura de que iba a empezar a llorar de nuevo.

—¡No era una relación extraña! — le gritó a su hermano para evitar que las lágrimas abandonaran sus ojos.

Monel la miró con resignación.

— Yo estoy de tu lado, Lena. No me importa con quien te acuestes. -- trató de sonreír o por lo menos de fingir una sonrisa. -- Pero entiende, esa relación no podía durar mucho. Para experimentar está bien, todo el mundo experimenta. Pero sabes tan bien como yo que no puede llegar a nada. Tienes que buscar a un buen hombre que te quiera y con el que puedas formar un hogar, tener una familia y olvidarte de las locuras que has hecho hasta ahora.

Cuando el amor se convierte en odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora