7| Tregua

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JULIE

—Lleva tú a Coco —le digo, tendiendo la correa en su dirección.

Todo el mundo ha notado que tiene un miedo tremendo a los animales y, teniendo en cuenta donde ha decidido trabajar, no puedo dejar que esa sea una opción. Debe ser lo suficientemente fuerte y valiente como para trabajar sin dejar que nuestros animales huelan su pavor.

—Ni lo pienses.

Sabía que al venir de donde viene no habría estado en contacto con muchos animales, pero que le tema a un perro inofensivo, es demasiado.

—No sabía que eras un cobarde.

Veo la rivalidad aparecer en su mirada en ese mismo instante. Si hay algo que motiva a Ryan, es la posibilidad de que yo tenga razón. Haría lo que fuera con tal de llevarme la contraria o demostrar que mis palabras no son ciertas.

Extiende su mano hacia mí, con la palma hacia arriba, y me mira como si quisiera demostrarme lo equivocada que estoy.

¿De verdad piensa que esto es lo que quiero? ¿Competir por quién lleva a Coco? Lo único que busco con todo esto es que le pierda el maldito miedo a los animales, cuando lo consiga, entonces sí que me centraré en fastidiarlo tal y como él ha estado haciendo desde que llegó.

Llegamos a casa de la señora Green en pleno silencio. Un silencio que no se rompe hasta que me acerco a tocar el timbre de la casa.

—Hola, Julie, cielo —dice, animada, cuando abre frente a nosotros—. Tú debes ser Ryan.

Las noticias por aquí vuelan. Dudo que haya alguien en el pueblo que no sepa de la llegada del chico que me acompaña.

—Buenos días, señora Green. Le traemos su pedido.

Ella, con sus cansadas articulaciones y su canoso cabello, se acerca a mí con lentitud. Me hace asomarme a su casa para dejar las cestas en su rellano, como hago desde que empezamos a traerle sus verduras, y me brinda un cariñoso abrazo al retirarme.

Realmente espero que Ryan se esté fijando en cómo tratar amablemente con los clientes, porque dentro de unas semanas será él quien tenga que hacerlo todo solo. No puedo ser su niñera por lo que queda de año. Ni puedo, ni quiero.

—Muchas gracias a los dos, hacéis una parejita hermosa.

Mi cuerpo parece paralizarse al escucharla, sin saber qué decir. No esperaba que la gente de por aquí pensara que somos una pareja. De alguna manera, a lo largo de estos días, he llegado a asumir que nuestro odio mutuo es conocido por todos.

Observo a Ryan, esperando que él reaccione, que suelte esas palabras que parecen haberse atascado en mi garganta, pero se mantiene inmune, como si ni siquiera le hubieran afectado las palabras de la mujer.

—No estamos juntos —me oigo tartamudear.

Su cara de desagrado no tarda en aparecer. No creo haber visto ese gesto en ella en todo el tiempo que la conozco, siempre la recorre una genuina sonrisa y mirada ilusionada.

—¿Verdad que deberíamos estarlo? —interrumpe Ryan por primera vez—. Llevo tiempo insistiendo, pero es una chica dura de pelar.

No presto atención al resto de la conversación, simplemente intento remitir el dolor de cabeza al pensar en Ryan y yo siendo de otra manera.

¿A qué se supone que juega?

—¿Por qué le has dicho eso, estúpido? —le reprendo cuando regresamos a la calle principal.

Las Cinco AmapolasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora