30| Fifth Avenue

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RYAN

Llevo rato despierto, pero no me he movido ni un solo milímetro desde que he abierto los ojos. No he parado de observarla y no quiero arriesgarme a que se despierte. Me dedico a acariciar sus dedos mientras veo el ligero movimiento de su nariz cada vez que inspira. 

Desde que toqué su mano por primera vez, no puedo evitar adorar la manera en la que parece tan pequeña cuando está envuelta por la mía. Acaricio sus finos dedos como hice ayer por la noche, antes de atreverme a besarla por fin.

No me arrepiento para nada de haberlo hecho. Sé que es algo que ninguno había previsto que pasara así, pero resultó ser de la manera más natural y perfecta que ambos podríamos haber esperado.

Lo que tengo claro es que ahora no pienso seguir dejando en la sombra todo lo que en realidad anhelo hacer con ella. No pienso impedirme agarrarla de la mano, ni darle pequeños besos distraídos, ni acariciarle las mejillas, ni peinarle el cabello con los dedos y mucho menos evitaré mandarle todas esas miradas que solo nosotros dos entendemos. No puedo negar que el corazón me late mucho más rápido de lo normal solo con pensar que ella quiera hacer lo mismo conmigo.

Ansío poder hacerlo todo con ella y, si me lo permite, ya no habrá nada que me impida empezar con ese deseo.

Una débil sonrisa se expande por mis labios al darme cuenta de que todo empieza a ponerse en su lugar. Y, por primera vez, parece que el destino está de mi parte. 

Todavía recuerdo la primera vez que la vi, llena de barro, la misma tarde en la que estúpidamente decidí que me obligaría a odiarla. También puedo acordarme de la primera vez que la escuché cantando country, de nuestra primera tregua en la cafetería de Carmina, de la vez que pasamos semanas sin hablarnos, de la tarde que ella pasó abrazándome a pesar de estar enfadada conmigo, de cuando nos enteramos de que de pequeños hicimos el juramento de ser mejores amigos para siempre, de la fiesta en la que nuestros verdaderos sentimientos hicieron el amago de salir a la luz...

Es imposible enumerar todas las cosas que nos han pasado durante los últimos meses, pero tengo claro que no hay otra persona con la que preferiría haber recorrido ese camino.

La sonrisa sigue en mi rostro cuando pienso en nuestro principio y en lo ridículo que fue intentar esconder la verdad detrás de una capa de odio. Es extraño entender que la quise desde el primer momento en que la vi. 

—Me encanta ver tus ojos —susurro, sin querer despertarla—. Su brillo está más fuerte que nunca.

Temo que abra los párpados y me pregunte de qué demonios hablo, pero eso no sucede. Inspira, espira y se acurruca mejor sobre mi brazo.

La observo y me doy cuenta de que Marcos siempre tuvo razón.

Una vez me dijo que encontraría a alguien que, según sus propias palabras, sería capaz de insultarme y regañarme sin siquiera pestañear, que sabría consolarme sin apenas plantearse los motivos y que sería capaz de hacer que mis mejillas dolieran por tanto reír. Dijo que sentiría que era la adecuada sin saber realmente la razón, que con apenas una mirada sabría que la querría en mi vida y que, aunque lo intentara, no podría evitar querer quedarme a su lado.

Nunca creí que alguien así existiera, y puede que por eso haya veces en las que la idea de que Marcos me la haya enviado desde el cielo, se me pasa por la cabeza.

Tan solo verla, lo supe. Ese brillo me lo decía todo. Fui consciente al instante y me empeñé en apagar esa luz, sin entender que meses después mi corazón ardería al ver sus pupilas iluminarse a cada instante.

Las Cinco AmapolasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora