20| Cena de gala

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JULIE

Ryan se marcha poco después, cuando recibe un mensaje de Sarah que parece ser importante, por lo que me quedo sola en la cafetería. Me ofrece ir con ellos, pero deniego la oferta. No creo que Sarah y yo congeniemos tan pronto. Además, si tiene que decirle algo importante, no creo que sea muy cómodo para nadie que yo esté inmiscuyéndome por allí.

Antes de que se vaya, le explico que me quedaré a ayudar a Carmina con el resto de decoraciones y que ya nos veremos esta noche en el rancho para ir todos juntos a la cena. Solo cuando entiende que realmente quiero echarle una mano a Carmina, decide marcharse con tranquilidad. 

—Por hoy ya hemos terminado —oigo a Carmina decir mientras pone el cartel de cerrado en la puerta.

—Me quedaré a ayudarte.

—Eres un cielo, Julie. 

Después de dejarla pellizcar mis mejillas, me pongo a trabajar con la decoración del local y la dejo a ella limpiar las últimas mesas y organizar la caja registradora.

Tan solo terminar, se une a mí y empieza a contarme historias de su vida años atrás.

—He oído que este año será Ryan quien te acompañe a la cena y no Lucas.

—No me acompaña a mí —me quejo con diversión—. Viene con toda la familia.

Noto la traviesa sonrisa que hace el amago de aparecer en su rostro, pero no responde.

—Es la verdad —aseguro.

—Mhm.

—¡Carmina!

—¿Te he contado alguna vez cómo conocí a mi marido? —pregunta, sin hacer caso a mis palabras.

Todo el mundo en el pueblo conoce al señor Stanley, es el único que sabe llevar la locura de Carmina y apreciarla en plenitud. La trata como si fuera su reina y todos alrededor podemos darnos cuenta de cuanto la ama.

—Al principio no odiábamos —dice con una sonrisa, recordando aquel momento de su vida—. Stanley era el mejor amigo de mi hermano y nos hacíamos la vida imposible. No soportaba que mi hermano lo trajera a casa. Todo fueron malas miradas hasta que él se marchó al ejército durante un par de años. Al principio pensé que ya me había librado de él y no volvería a verlo, y me alegré por ello, no creí que le pasaría nada... Mucha gente del pueblo formaba parte del ejército y nunca había pasado nada demasiado grave, ya sabes. A los dos años, mi hermano llegó a casa rebosando preocupación y me contó que habían herido gravemente a Stanley y que lo mandarían de vuelta a casa.

No se detiene mientras sigue sacando cajas con flores y manteles.

—Cuando volvió, yo fui la única persona a la que permitió que cuidara de él —recuerda—. Lo primero que me dijo fue: "¿Fuiste tú la que ordenó matarme?". Su broma, escuchar de nuevo su voz después de haber pasado toda la noche en vela, fue lo que hizo que me echara a llorar como una magdalena. Desde entonces nadie pudo separarnos —ríe—. Durante el tiempo que él estuvo fuera, yo pensaba en todas las tonterías que estaría haciendo, y no me dio miedo admitir que me asustó que pudiera conocer a alguna mujer que lo pusiera a prueba tanto como yo. Pero lo único que él hizo fue escribirme cartas que nunca llegó a enviar, porque expresaban todo lo que nunca me había dicho en persona, todo lo que querría que hubiéramos sido para poder enviármelas.

—¿Cuándo te diste cuenta de que estabas enamorada de él? 

—En realidad creo que había algo dentro de mí que siempre lo supo, pero puede que abriera los ojos cuando sentí el sufrimiento por el que él pasaba como si fuera el mío propio y supe que haría cualquier cosa para acabar con su dolor.

Las Cinco AmapolasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora