Prólogo.

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La oscura noche del viernes se apoderada de las calles y junto con ella caíamos nosotros, los jodidos delincuentes de Hamburgo. Cargando en nuestras manos el poder de dominar a cualquiera y asustar hasta la maldita policía si era necesario. Nos respetaban, nos temían, el callejón Reeperbahn era nuestro lugar de encuentro en el barrio Sankt Pauli, el barrio rojo de Hamburgo, dónde la delincuencia, la prostitución y la droga eran el lienzo del lugar.

Teníamos un hogar, todos vivíamos en el mismo sitio, una vieja y sucia pensión  dónde apenas teníamos una pieza cada uno para llegar a dormir, no pagabamos una mierda, con mi banda nos habíamos apropiado del lugar y nos habíamos encargado de hacerla nuestro territorio.

Black y yo vigilabamos el callejón por las noches de las malditas ratas que buscaban quitarnos el poder.
Desde los catorce años había tomado el mando de Sankt Pauli y no iba renunciar a el fácilmente, para eso tenían que matarme. Éramos una banda pequeña, no teníamos muchos integrantes, pero éramos unos verdaderos dementes y eso hacía la diferencia en todo.
Había una banda que intentaba quitarnos el territorio, la banda de Los cabeza rapada, así les llamábamos nosotros, eran un grupo de más menos diez gilipollas que tenían la cabeza calva, usaban chaquetas de cuero negras con símbolos de neonazis pegados por todos lados, usaban botas militares y bebían cerveza en la calle de al lado, molestando a las personas y discriminado a cualquiera que no encajara en su estúpido sistema de vida y creencias de mierda.

Eran alrededor de las una de la madrugada cuando salímos del callejón Reeperbahn a buscar dinero, algún caminante con apariencia de pijo, algún idiota confiado que se atreviera a caminar por la calle a esas horas, siempre había algún gilipollas a quién robarle la billetera y darle un susto nocturno.
Black el negro, era bueno intimidando, medía casi dos metros y era robusto, pero era malo hablando, era lento para huir y tenía demasiada piedad de nuestras víctimas, así que no me gustaba mucho salir con él a robar, prefería ir con Kam, con Gerard o con Penny, ellos era igual de sádicos que yo, no le tenían miedo a nada, y estaban dispuestos a todo, pero esa noche el turno tocaba con Black y no quedaba de otra.

Black caminaba detrás de mi por el callejón mientras miraba a todos lados cubriendome las espaldas, yo avanzaba a paso lento y relajado como era mi costumbre, llegamos a la salida del callejón y nos quedamos ocultos en la oscuridad, podían pasar horas hasta que alguna víctima apareciera, incluso podíamos irnos con las manos vacías, pero estábamos siempre alerta, esperando con mil ojos para atrapar a nuestra presa.

Tenía en mis manos una navaja de veinte centímetros, afilada y brillante, dispuesto a usarla si era necesario, no me temblaba la mano para cortarle el cuello a cualquiera qué me impidiera llevar dinero a la guarida.
Habían pasado más menos cuarenta minutos cuando vi aparecer una silueta delgada en la esquina de enfrente...

Le hice una señal con la cabeza a Black y nos Preparamos para atacar... Podía sentir sus pasos acercarse lentamente, caminaba con las manos en los bolsillos y cabizbajo, su delgado cuerpo me hacia confundir si se trataba de un hombre o de una mujer, pero eso no me importaba, si era una chica debía taparle la boca para que no gritara, me entregaría todas sus pertenencias sin problema y la dejaría escapar, si era un hombre debía golpearlo, golpearlo fuerte para que no pusiera resistencia, pero se tratara de un hombre o de una mujer yo le quitaría el dinero y todas su pertenencias de valor.

Me puse de pie pegado a la muralla, esperando ansioso a que pasara por mi lado, la luz del foco parpadeante de enfrente estaba encendida, pero la teníamos modificada para que se apagara en cuanto alguien pisara nuestra calle, Andreas se había encargado de eso, no sé como mierda lo había hecho pero funcionaba genial.

Pude ver parte de su rostro antes de que el foco se apagara, tenía la piel blanca como la nieve, el cabello negro como la misma noche, y su delgado rostro le daban el aspecto de un vampiro, el corazón comenzó a latirme fuerte y rápido, era como si se tratara de alguien maligno, pero no maligno de delincuencia, era otra maldad, una maldad misteriosa y a la vez atractiva y extraña que te erizaba la piel.

Encadenados. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora