Extra 3

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TAE  CARTER

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TAE CARTER

Volverla a ver me había dado mil años de vida y sin dudas, todos esos días lo quería seguir pasando con ella, a su lado, viéndola simplemente siendo ser ella: auténtica y absurdamente imperfecta.

Enamorarme de Lacie fue como esos regalos que nunca esperas pero en el fondo sabes que siempre lo deseaste, que siempre hubo un pequeño destello lleno de ilusión porque ocurriese y nunca lo hubiese sabido sino fuera por ella, porque apostaba que las cosas que hice y dije solo me condujeron al triunfo y entre tantos, el más preciado era ella sin dudas.

Siempre me había gustado disfrutar la vida porque mi círculo me incitaba a eso, a gozar manteniendo el control cuando de mi vida privada se trataba. Las mujeres habían pasado por mi vida como en una pasarela, trayendo consigo tantas experiencias que ninguna se había sentido significativa. Conocía a hombres que por el día se llenaban la boca hablando sobre sus excelentes esposas, las mismas que por la noche engañaban y las mismas que sorprendentemente siempre corrían por un poco de mi atención.

Ser uno de los billonarios de la ciudad tenía sus cosas buenas, sobre todo cuando de mujeres hermosas se trataba y podría contar sobre muchas de ellas que considere en aquel tiempo como la perfección humana. Mi vida siempre se había basado en la perfección, en lo lujoso, que tal vez por eso la imperfección de la vida de Lacie y ella me habían cautivado tanto.

Secuestro cada pensamiento coherente, cada incentivo de razonamiento, me hizo perder el control de mi vida y poco a poco se robó por completo mi corazón.

Lo que sentía por Lacie no tenía límites, no contaba con fecha de caducación y eso lo comprobé cuando estuve lejos de ellas dos malditos e insufribles años. Dos años que lo único bueno que me trajo fue eso, tiempo. Tiempo para conocerme a mí mismo, para sanar heridas que no sabía que tenía, tiempo para darme cuenta que era lo que quería y tiempo para amar sin fronteras porque cada semana que pasaba el amor que sentía por la rubia terca de Lacie no paraba.

Saco de mi todo lo bueno, lo inexistente. Hizo que una persona que odiaba el amor le escribiera cartas y no cartas de: "¿qué tal? adiós." No cartas de documentos, no cartas formales, sino cartas donde expresaba con cada palabra el profundo amor que le tenía y lo idiota que me hacía. Cartas de tres a cinco hojas, cartas que escribía por las noches mientras bebía vino y me la imaginaba dándole color a mi departamento, cartas donde contaba lo que no me animaba a decir y lo que consideraba estúpidamente innecesario.

Entonces mi vida monótona, así como ella lo había llamado, tuvo una razón. Tuvo un incentivo, tuvo ganas, tuvo esperanzas y me aferre a la idea de volver a verla y a que volviera a llenarme la vida de emociones como solo con ver sus ojos brillosos lo conseguía.

Y el día en el que la volví a ver después de tanto tiempo forma parte de las cosas que nunca podría olvidar aunque me quitarán la memoria porque lo visual no fue lo impactante, sino el ritmo descontrolado que tuvo mi corazón cuando nuestros cuerpos se reconocieron.

Deseando tus curvas. [Trilogía:#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora