Capítulo 50. Conclusión

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Narrado por Nicolás.

La primera vez que miré a Edgar sentí una patada en el estómago que me dejó sin aire. Estoy hablando de aquella vez que estreché su mano por primera vez, esa fue la primera vez que vi por mis propios ojos el significado de la vida. Desde entonces siento una patada en el estómago cada vez que lo veo.

Tenía sólo quince años, estaba asustado, aterrado como cualquier otro adolescente que no sabe qué hacer con su vida y siente que la desperdicia. Con tan sólo quince años. Me encontré con Edgar y me dejó sin ninguna maldita palabra, me sacó todo, se adueñó de todo.

Desde entonces, entendí cuál era mi lugar en el universo: junto a él. Vivir para él, vivir con él, vivir de él. Ahora entiendo que nunca he desperdiciado ningún segundo de mi vida. Tengo tanta suerte de haberlo encontrado.

Ahora, estoy acostado en mi cama, mirando al techo, reflexionando por millonésima vez mi existencia. Finalmente soy feliz. Los días han pasado rápido y han sido días realmente tranquilos. Evan, Daniela y Diego saben de mi relación con Edgar y estoy cómodo con eso. No me ha afectado en nada que ellos lo sepan.

Ya es de madrugada y sigo aquí, tirado en mi cama, esperando que Edgar venga a acostarse. ¿Por qué tarda tanto? ¿Qué lo mantiene tan ocupado? Tengo muchas ganas de tenerlo cerca, quiero sentir su fría piel junto a la mía, quiero acariciar su cabello hasta quedarme dormido, quiero abrazarlo y que él me abrace.

Mierda, lo necesito tanto. Necesito su piel pálida, su cabello castaño, sus ojos claros, su perfecta sonrisa, sus adictivos labios, su embriagador aroma, su altura intimidante, la melodía de su voz, la forma en la que me toma cuando nos besamos. Dios mío, el corazón se me acelera con sólo pensar en eso, las mariposas invaden mi estómago y... ya hasta tengo una erección.

Mejor voy a buscarlo.

Me levanto de la cama con toda la intención de ir por Edgar. Salgo de mi habitación y el sonido de la televisión me hace adivinar que está en la sala de estar. Lo encuentro dormido en el sillón y al verlo se me eriza la piel.

Recuerdo la última vez que lo encontré así. Él y yo teníamos problemas, estábamos pasando por tiempos difíciles y me atreví a despertarlo para que fuera a su habitación, dios mío, las cosas no terminaron para nada bien aquella noche. Él me coqueteó, yo derretí por completo y terminamos haciéndolo en mi cama, después él se fue y me dejó solo...

Las cosas son diferentes ahora, tenemos nuestra mente clara; nos amamos y no hay ningún problema que sea más grande que nuestro amor. Ahora él está dormido en el sillón, seguramente está tranquilo y yo también lo estoy.

Me paro frente a él, lo observo dormir y las mariposas en mi estómago se vuelven locas. Es guapísimo, nunca me voy a cansar de contemplarlo. Todo en él es hermoso. Es imposible que este hombre sea mi hermano, yo no tengo ni una pizca de él. Obviamente toda esa belleza no está en mis genes.

Llevo una de mis manos hacia su cabello y lo acaricio casi de forma automática, algo tiene él que siempre consigue atraerme inconscientemente, no puedo evitarlo, me encanta sentir su cabello y me encanta acariciarlo.

Una molestia en mi entrepierna me hace recordar el problema que me cree al pensar en él. Tengo una erección y también tengo a Edgar frente a mí. Es una excelente combinación pero él está dormido y no quiero interferir en su paz.

Una voz en mi interior me dice que lo deje tranquilo, que me vaya a solucionar mis asuntos y después regrese para llevarlo a la cama. Pero termino haciendo todo lo contario, me acerco a él lo suficiente como para darle un beso en la mejilla y con eso basta para que despierte.

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