Capítulo 33. Campamento (parte 2)

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Narrado por Nicolás.

Estoy en un bosque en medio de la nada, el carro de los padres de Arturo está estacionado justo al lado de un camino de tierra que nos ayudó a llegar hasta aquí. Estamos caminando sin rumbo fijo, adentrándonos más en este lugar que está lleno de árboles altísimos y por lo tanto también debe de estar infestado de insectos.

Arturo deja marcas en los árboles para no perdernos. Había otros dos carros estacionados en donde dejamos el nuestro, por lo tanto debe haber otras dos familias o grupo de personas acampando en este lugar y no queremos ser molestados así que decidimos adentrarnos mucho en el bosque, saliéndonos completamente del rango que es seguro para acampar.

El atardecer hace que se cuele una luz entre los árboles que hace ver todo con tonos naranja, debo de aceptar que es un ambiente bastante bonito, los árboles son tan altos que apenas puedo ver el cielo, el piso está lleno de hojas secas y pedazos de ramas. Estoy tan entretenido admirando el paisaje que casi no me molesta el peso de todo el equipaje que estoy cargando.

Edgar está caminando junto a mí, en silencio, ambos estamos siguiendo cada uno de los pasos de Eduardo y Arturo, pues ellos ya han venido antes y conoces el lugar. Rafael está junto a ellos mirando a todos lados, buscando el lugar perfecto para instalarnos.

Todavía tengo una erección, pero intento no pensar mucho en eso y dejar que se me pase. Esos juegos de manos con Edgar durante el recorrido ha sido hasta ahora lo mejor de este campamento.

Después de caminar durante varios minutos encontramos un buen lugar: una superficie plana donde no hay tantos árboles que nos estorben, a decir verdad, hay mucho espacio para poder poner las casas de campaña y encender una fogata en medio de todo.

Apenas llegamos ahí, pongo el equipaje en el piso y me siento sobre él, descansando un poco mientras miro como los demás se organizan para hacer cosas como armar las casas de campaña, ir a buscar madera para la fogata e instalar otras cosas sin tanta importancia.

Me pierdo completamente mirando a Edgar entre el resto de mis amigos, todavía a estas alturas de mi vida me sigo preguntado: ¿cómo es qué me llegué a enamorar de él? Y a veces conozco la respuesta de esa pregunta tan bien que podría escribir un libro explicando por qué estoy enamorado de él. Y otras veces simplemente no lo entiendo, supongo que el amor es así, un día crees que lo sabes todo y al día siguiente estás en blanco con un incomprensible dolor en el pecho.

Estoy enamorado de Edgar; estoy enamorado de sus ojos, de cómo mira al mundo con ellos, de cómo me mira a mí, como si yo fuera algo fundamental, algo que tiene un significado que no entiendo.

Estoy enamorado de su sonrisa que arregla cualquier cosa, estoy enamorado del tono de su voz, el sonido de su risa, sus ideas raras, su manera de pensar, estoy enamorado de su forma de ver la vida. 

Me encanta pronunciar su nombre, me encanta mirarlo, me encanta saber que está viviendo junto a mí, estamos compartiendo el mismo siglo enfermo que nos tocó vivir. Estoy enamorado hasta del más insignificante detalle de su existencia. ¿Pero por qué?

No lo sé, supongo que la respuesta más sencilla es que estoy jodidamente enfermo. Si el amor no es una enfermedad entonces no sé qué es. Le he dado muchas vueltas a este maldito asunto y siempre es lo mismo, el amor es sentirse endemoniadamente enfermo, el amor es una enfermedad sin cura, es una condena a una muerte lenta y dolorosa.

No tengo nada de miedo en aceptar que estoy gravemente enfermo. Estoy profundamente enamorado de Edgar, de un hombre, de mi mejor amigo, de mi hermanastro…  No me importan los roles que tenga esa persona en mi vida, la enfermedad es la misma de todos modos.

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