Capítulo 31: Antipatía

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Intenté visitar a Popee de nuevo, sin embargo él no quería recibirme y hacía mas rabietas. Tuve que limitarme a lo que los demás me reportaban sobre él. A pesar de todo ello, me mantenía esperanzada al creer que no todo era malo, pues a raíz de lo que paso, Popee recibió la atención que tanto necesitaba de su familia y también me entere que le brindarían la ayuda que yo no pude darle, eso me tranquilizaba.

Pasados unos días mis pensamientos se enredaban en una maraña de negatividad y autocritica, mientras luchaba por encontrar una razón para enfrentar otro día. Fue entonces que Popee finalmente fue dado de alta en el hospital.

Decidí no apresurarme aun y mantener mi distancia con él, esperando el momento perfecto para acercarme; Ese momento se dio cuando lo encontré solo, observando el cielo con completa tranquilidad. Me acerque lentamente, con una ofrenda de paz, que se traducía en una rebanada de pastel de fresa que me robe del refrigerador.

— Hey, Pope —Sonreí, tratando de ocultar la ansiedad que me consumía por dentro— Me alegra ver que te encuentras mejor, no deje de estar al pendiente de ti a pesar de que no querías verme —Ignoro por completo mi presencia— ¿Podemos hablar un momento?.

— ¿De qué quieres hablar, Umi? —Me miró con cautela, su expresión tensa y reservada.

Me mordí el labio nerviosamente, sintiendo la tensión en el aire entre nosotros.

— Pues, sobre todo —Dije con delicadeza.

Popee rodo los ojos fastidiado y aparto la mirada.

— No hace falta, ya lo sabes todo —Respondió evasivamente.

Sentí una punzada de dolor en mi pecho. Sabía que Popee no estaba siendo completamente honesto conmigo, extrañe demasiado aquellos momentos que pasaba a su lado donde todo lo demás no importaba y solo estábamos nosotros, pero no quería presionarlo si él no estaba listo aun.

— Te traje un pastel —Le ofrecí intentando animarlo.

— No lo quiero —Se apresuro a decir.

Me dolió su evasión, pero también me sentí frustrada y molesta.

— No entiendo porque te aferras en evitarme —Estalle alzando la voz— Solo quería ayudarte, pudiste morir por una sobredosis, si tu me hubieras dicho lo que te estaba pasando..

— Tu te entrometiste en mis asuntos y eso a ti no te incumbe —Me interrumpió de inmediato sin dejarme terminar— Mis problemas son solo míos.

— No lo entiendes —Suavicé el tonó de mi voz— tu me importas, no me contabas nada y solo empeorabas cada día más, tenía que hacer algo.

— Y entonces decidiste averiguarlo a mis espaldas, eres igual que todos —Se ofendió por lo que había hecho—No.. —Me miro decepcionado y enfadado— Tu eres peor que todos.

— Solo quería asegurarme de que sabes que siempre estoy aquí para ti si necesitas hablar —Murmuré con tristeza.

— Pensé que al volver ya no estarías, qué lástima que no te marchaste —Expreso su desdicha.

Sabía que esto no se solucionaría tan fácilmente, pero nunca llegué a imaginar que dolería tanto. Con el corazón pesado, me alejé, sintiendo el peso de la distancia que se había formado entre nosotros. 

Había esperado que mi intento de acercarme a Popee pudiera juntarnos nuevamente, reconciliarnos, pero en cambio, parecía haberlos alejado aún más.

— Ojala no te hubiera encontrado —Escuche arrepentimiento en sus palabras.

A medida que me alejaba, me encontré perdida en mis pensamientos, preguntándome como fue que se causo esta brecha entre nosotros. Me preguntaba si algún día podríamos recuperar la amistad que una vez compartimos, o si sería condenada a navegar en la incertidumbre de una distancia no deseada. Después de aquella conversación, no volví a acercarme a Popee.

Cada día se sentía más difícil para mí poder si quiera levantarme de la cama. El peso en mi pecho parecía aplastarme, como si estuviera siendo cubierta por un manto de sombra oscura, impidiéndome ver la luz del sol.

Las tareas cotidianas se volvían abrumadoras, y poco a poco, comencé a aislarse del mundo exterior. La ansiedad se apoderaba de mi en los momentos más inesperados, envolviéndome en un abrazo paralizante que me dejaba sin aliento y con los ojos tan secos después de derramar lagrimas hasta no poder mas. 

Los ataques de pánico represaron, pero esta vez se volvieron más frecuentes, convirtiendo mi vida en una batalla constante contra mis propios miedos y preocupaciones.

La depresión me arrastraba sigilosamente, envolviéndome en una niebla densa y opresiva que me impedía ver cualquier brizna de esperanza en el horizonte. Sentía que estaba perdiendo el control sobre mi propia vida o que ni siquiera tenía una, atrapada en un torbellino de oscuridad que me arrastraba cada vez más hacia abajo.

Los días se deslizaban uno tras otro, fusionándose en una monotonía interminable de desesperanza y desolación, sin fuerzas para luchar por encontrar una salida, una luz en la oscuridad que me recordara que todavía había esperanza en este mundo sombrío en el que me había despertado un día.

Me sentía como un cascaron vació, sin personalidad, un propósito, sin un pasado ni un futuro. Así llego el día de mi cita con el psicólogo.

Me recibió con una sonrisa cálida y una mirada comprensiva mientras me guiaba hacia su consultorio. Me hundí en el cómodo sofá, sintiendo un nudo en mi garganta mientras intentaba reunir el coraje para abrirme y compartir mis luchas internas. No fue fácil, pero logre darle un breve resumen mi situación.

—  Basándome en lo que me has contado, creo que estás experimentando síntomas de depresión y ansiedad — Dijo con cuidado y suavidad.

Mi corazón se hundió ante las palabras del psicólogo. Aunque había sospechado durante algún tiempo que algo no estaba bien, escuchar el diagnóstico de un profesional confirmó mis peores temores. Si soy un problema, tal y como lo he percibido durante todo este periodo.

Fragmentos Perdidos ||PopeexT/N||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora