Epílogo

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Epílogo


Aun teniendo los ojos cerrados, Scarlett se sentía mareada. Y cuando los abrió, lo único que pudo ver fue un techo morado.

Se encontraba tumbada boca arriba en el suelo. Un suelo muy frío. Su vista estaba medio borrosa, notaba el dolor en cada parte de su cuerpo y se sentía pesada, cansada.

Giró lentamente la cabeza a la derecha. Había una cama de metal con un colchón amarillento y roto. Volvió a girar la cabeza, costosamente, a la izquierda. Una mesa y dos sillas de metal. El mareo se incrementó, dándole náuseas. No estaba en condiciones de incorporarse. Un sabor amargo y ácido recorrió su garganta hasta llegar a su boca; retorciéndose en el suelo se puso de lado y vomitó, expulsando la bilis. Asqueroso.

Tras haberse recuperado un poco de las náuseas, se sentó en la pared que estaba detrás de ella alejándose del charco que ella misma había creado. Pudo divisar más objetos en la habitación en la que se encontraba. Dos puertas de metal, un armario y un baúl. Una de las puertas estaba abierta, dejando ver que había una pared negra afuera.

La agonía se instaló en su cuerpo. La hiperventilación se hizo presente. Agua salada formaba ríos en su cara con el origen en sus ojos. Conocía demasiado aquella lúgubre y sucia estancia. Instintivamente miró su cuerpo. El vestido de la fiesta seguía pegado a su piel, sin embargo, estaba más sucio y roto en algunos lugares. Sus zapatos habían desaparecido, al igual que sus pendientes y el collar que había llevado.

Se le pasó por la cabeza la idea de huir. Tenía la oportunidad de hacerlo, pero en su estado decadente no conseguiría ni llegar a la salida. También estaba la enorme posibilidad de que si salía al menos de aquella mugrienta habitación, las consecuencias serían peores que si no huía.

Su cuerpo decidió aceptar el futuro que le esperaba allí. Su mente, por desgracia, no.

Su respiración, el sonido de la bombilla que amenazaba con fundirse y la cisterna rota del baño, el cual se encontraba en una esquina, era todo lo que se podía escuchar. Ningún ruido proveniente de fuera era perceptible. Así casi media hora. Media hora que tardó en volver a cerrar los ojos, cansada.

Fuertes pisadas empezaron a retumbar en el suelo. Abrió los ojos; el miedo y el terror se reflejaban en ellos. La puerta chirrió. Fijó sus ojos en el suelo, mirando la sombra de una persona que se hacía más grande a medida que se iba acercando a ella.

Unas botas negras se pararon enfrente a sus desnudos pies. Vainilla y menta. La mezcla del perfume y del chicle que mascaba pausadamente intentaba ocultar su olor putrefacto sin éxito. Aquel olor tan desagradable incluso para el portador.

Alargó un brazo y levantó su cabeza tomándola del mentón entre sus pálidos dedos. Ojos negros, ojeras moradas, despeinado cabello negro. Horrible. Todo de su cuerpo le traía recuerdos a la mente. Horribles recuerdos.

Scarlett empezó a temblar y él formó una pequeña sonrisa en su rostro y le besó la frente.

—Me alegra que sigas siendo obediente. No esperaba menos cuando estuvimos removiendo cielo y tierra para traerte a casa —su voz ronca salió de su boca al igual que un aliento a menta. Repugnante—. Lo vamos a pasar bien, princesa.

En silencio, había atravesado altas copas arbóreas para retornar encadenada al edificio que se teñía de morado. Los ojos negros eran similares a los de los sabuesos calmados, rememorando el ayer.

El Loto Negro: ¿Podría Olvidarse El Pasado?© || ELN1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora