Lexy caminó detrás de Joseph, pues aún le costaba familiarizarse con los espacios de su hogar y, no obstante, no resultaba una mansión llena de lujos, la casa del hombre era dos o tres veces más grandes que su humilde morada.
—Mi hermana y sus amigas se reúnen cada viernes para cotillear —explicó Joseph cuando se acercaron a la cocina y un sinfín de grititos y voces femeninas se oyeron a su alrededor—. No te molesta, ¿verdad?
—¡¿A mí?! —cuestionó Lexy y se tocó el pecho con sorpresa.
Nunca nadie la había pedido su opinión, ni siquiera para algo que no le incumbía.
"¡Claro que no nos molesta! Somos la invitada de turno para este viernes, de seguro Emma y sus amigas están acostumbradas a ver desfiles de mujeres por la cocina de esta casa". —Malogró su conciencia y Lexy negó con la cabeza para responderle a Joseph, quien la observó desde la puerta de la cocina.
Los ojos le brillaron cuando se encontró con su oscura mirada y aunque aquello resultaba inusual para ella, pues tenía miedo de mirarlo a la cara, se derritió en su posición como un helado en pleno verano.
"No te ilusiones tanto, en la espalda tienes un cartel que dice 'Invitada N°386'". —Siguió su conciencia y las emociones que Lexy sentía por todo su cuerpo, se vieron pisoteadas por la mala onda de su conciencia, esa que ella misma se transmitía entre comentarios ofensivos y demoledores.
—Tengo carne mechada, verduras y algunas cosas para preparar emparedados. ¿Qué quieres comer, linda? —insisto Joseph, mirando el interior de su refrigerador.
Lexy pensó en lo que se le antojaba comer, pero su conciencia, tan detestable como siempre, la interrumpió para pisotearla otro poquito.
"Te dice linda porqué se olvidó de tu nombre". —Fastidió y a Lexy le dolió la garganta por tan execrable frase.
—En donde vivo hay un carrito de comida que vende sándwich de carne mechada. Son deliciosos —saboreó la joven con los ojos cerrados y Joseph se deleitó con sus detalles más íntimos.
—Jamás los he probado —respondió Joseph y la miró con intriga—. Y me encantaría hacerlo.
Ella sonrió con gracia y se coló para tomar algunos ingredientes desde el interior del refrigerador, todo bajo la curiosa mirada de Joseph, quien la analizaba en silencio y desde una posición lejana. Aguantó sus ganas de tocarla por largo rato y le agradó la idea de ver a la chica invadiendo su cocina, ese lugar con el que nunca había conseguido conectar.
»Eres muy rápida —murmuró él y se acercó un poco más animoso—. Yo soy un asco, es algo que nunca podré hacer bien —confesó y se sintió más aliviado.
Lexy lo miró con asombro y se sintió lo suficientemente valiente como para revelar su motivación detrás de la hornilla.
—Yo también era mala y me quemaba todo el tiempo, pero era esto o escuchar las aburridas charlas de Esteban y sus padres en las comidas familiares —dijo y se echó a reír con vergüenza—. Elegí aprender a cocinar y estar encerrada en la cocina durante esas festividades o reuniones que a los viejos les gusta hacer.
—Eres muy interesante, linda.
Dijo y se acercó para acorralarla cuando por fin comprobó que su preparación culinaria ya estaba concluida. Se apegó a ella con descaro y la sostuvo por la cintura, rodeándola para acercarla más a su cuerpo y sentir su respiración encima de la suya.
—Me llamas linda porque no recuerdas mi nombre, ¿verdad? —buscó asegurar ella, pero se quedó inmóvil cuando Joseph explotó en una carcajada que la hizo sentir ofendida—. ¡Lo haces, maldito desdichado! —lo insultó y se deshizo de sus brazos con prisa para marchar acelerada.
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Siempre mía
ChickLitPobre Joseph, alguien debió advertirle que se estaba equivocando al contratar a Lexy como su nueva secretaria, pero se "emocionó" demasiado y la mesa le ayudó a ocultarlo. La inexperta muchacha tiene un don que ni ella misma conoce: puede emocionar...