68. Mimi

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Joseph le pidió que adoptara una nueva posición. Lexy no tuvo más remedio que moverse al ritmo que sus varoniles manos le pedían y encontró la posición perfecta para sus caderas.

Joseph abandonó su húmedo interior para besarle el filo de la cadera y delinear con su lengua la curva de su cintura, esa que se dibujaba perfecta por la posición que la había obligado a adoptar.

Lexy se levantó con sutileza para mirar y, aunque le gustó el modo en que Joseph le besaba las caras traseras de sus muslos, tuvo que lanzarse al colchón con fuerza cuando la lengua de este llegó hasta su ano y se coló por esa zona sensible a la que nunca nadie había llegado.

Bueno, Joseph había llegado un sinfín de veces, pero nunca con un fin como el de esa noche.

—Relájate, mi amor —pidió él y abandonó la zona para besarle otra vez la nalga expuesta y el filo de su cadera.

Lexy asintió con la cabeza y se desarmó encima del colchón. Cerró los ojos conforme apretó los dientes cuando la lengua del hombre regresó al mismo lugar y sus lengüetazos húmedos la hicieron temblar.

La textura de la lengua cambió y Lexy se inquietó cuando algo más rígido rozó esa apretada apertura a la que Joseph buscaba entrar. Se levantó ansiosa desde el colchón, provocándose un feo dolor en el cuello y jadeó nerviosa cuando una fuerte presión la llevó a apretar cada músculo de su cuerpo.

—Lexy, es mi dedo —resopló Joseph, levantando la cabeza para mirarla a la cara.

—¿Me vas a meter un dedo? —preguntó ella, horrorizada.

La idea le parecía de lo más descabellada.

Joseph se rio divertido y le besó otra vez la nalga expuesta para acotar:

—Mi amor, te voy a meter un dedo y, si no te gusta, me lo dices y yo entenderé —explicó y Lexy abrió los ojos como plato para rendirse otra vez sobre el colchón.

No se negó a lo que su novio le decía, al fin y al cabo, ella había insinuado lo del sexo anal y se dejó llevar por las caricias del hombre alrededor de la rugosa zona con la que jugaba. Una sensación de calor invadió su ano y la zona interna de sus nalgas y arrugó el entrecejo cuando el calor comenzó a quemarle y a producirle menos dolor.

—Jo-Joseph...

Gimió nerviosa, podía sentir la punta del dedo del hombre entrando en esa zona inexplorada, esa zona que no acostumbraba visitas ni desconocidos. Quiso patalear y gritar, pero cerró los ojos y se tragó todas sus palabras cuando la sensación de dolor, de presión y de quemazón se mezcló con los húmedos besos de Storni, esos que trataron de aliviar el ingreso de su grueso dedo por su ano y que delineó la apretada zona con mucha lentitud y cuidado.

Fue delicado con cada movimiento y en cada una de sus acciones dominó la paciencia. No quería lastimarla, ni hacerla vivir una mala experiencia, por lo que se fijó siempre en sus expresiones, esas que denotaban asombro o malestar.

El hombre se apreció conforme cuando logró hundir todo su dedo corazón en ella y suspiró entusiasmado conforme sintió las contracciones que Lexy le dedicaba involuntariamente con el músculo de la zona que irrumpía.

Con su mano libre acaricio el cuerpo de la joven y delineó otra vez su cintura, buscando transmitirle calma en cada roce conforme su dedo corazón dibujó círculos por su ano, intentando dilatar la zona sin abusar del lubricante que tenía junto a él.

Sus miradas se encontraron desde la distancia y a pesar de que compartían diferentes emociones en ese entonces, los dos se hallaron agitados y complacidos a su propio estilo.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora