63. Mía, pero libre

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Un año después...

Se rio feliz y se relajó en el sofá individual en el que se hallaba cómodamente sentada, mirando un cálido crepúsculo en la mitad de una ciudad que se movía y crecía con prontitud.

Se acarició las rodillas y sintió un poderoso escalofrío colándose bajo la elegante ropa que llevaba ese día. La falda de tubo que se ajustaba a sus caderas con poderío remarcaba también las curvas de su cambiado cuerpo y aunque nunca se había sentido tan cómoda con su figura, sintió la urgente necesidad de encontrar abrigo.

—El invierno está cerca —siseó Eric, el psicólogo de Lexy y miró a Joseph con curiosidad—. Será mejor que cambiemos las terapias a un lugar en donde halla calefacción o nos vamos a resfriar —reflexionó y Lexy lo miró con gracia.

—Tal vez podríamos seguir con las terapias en casa. Emma ya no está y Lexy pasa la mayor parte del tiempo sola —explicó Joseph, aportando sus ideas a las terapias que Lexy recibía semanalmente y las que habían mejorado notablemente su seguridad, ansiedad y estabilidad emocional.

—Me gusta la idea, Storni. Gracias por el café y la buena charla, nos vemos el otro viernes —siseó el hombre y se levantó desde la silla con lentitud—. Mi secretaria te llamará para confirmar la cita y recuerda usar las técnicas que aprendimos hoy —explicó mirando a Lexy, quien asintió con la cabeza y luego miró a Joseph con ternura—. Que tengan un lindo fin de semana.

—Adiós, Eric —respondió Lexy y Joseph se levantó cortés para estrechar su mano.

Estaba eternamente agradecido con el dócil y comprensivo psicólogo que habían encontrado para Lexy y que los ayudaba cada día con sus lecciones.

Para ese entonces, más de un año había transcurrido desde que su mundo se había visto envuelto por el hechizo imperioso de Lexy Bouvier y, no obstante, habían vivido un sinfín de altos y bajos, no se arrepentía de nada, ni siquiera de lo que había hecho en contra de Esteban.

Estaba seguro de que, si en algún momento lo descubrían, iría a prisión con dignidad y pagaría por sus pecados como lo merecía. Al menos tenía a Lexy a su lado, sana y no solo física, sino también emocionalmente.

Desde que la joven había decidido conseguir ayudar y había puesto su pasado y vida en las manos de especialistas, había aprendido a valorarse como persona, como mujer y a amarse sin importar el resto.

La muchacha ya cursaba su último año de universidad y preparaba su práctica y los proyectos que debía desarrollar en su actual puesto de trabajo, ese que la había ayudado a crecer como profesional y como persona. Se destacaba a diario por sus grandes e ingeniosas ideas y de igual modo, en la universidad, se había convertido en una alumna respetada y aplicada.

—Si quieres podemos encontrar una mesa dentro del restaurante —habló Joseph cuando vio a Lexy frotarse las manos producto del frío que sentía—. O sí quieres, podemos pedir la comida para llevar —siseó después y le guiñó un ojo.

Lexy sonrió e inhaló profundamente, dejando que la frescura de la tarde se colara entre sus pulmones y revitalizara su cuerpo por entero.

Asintió con la cabeza un par de veces y cogió su cartera para acomodársela encima de la falda.

—Prefiero que vayamos a casa y preparemos algo juntos —refirió ella, coqueta, con esa gracia sinigual que a Joseph lo embriagaba.

No pudo negarse a sus ocurrencias y aunque estaba cansado y sin ganas de hacer nada, se rindió ante sus ideas y llamó al camarero para pagar por lo que habían consumido.

Caminaron a casa cogidos de las manos, charlando y soñando sobre sus planes para los próximos meses y es que se preparaban para enfrentar grandes cambios que ya empezaban a planear con anticipación, adelantándose a sus aspiraciones.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora