59. Cumpleaños

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Mientras el joven hombre recorría el norte del país enfrentando nuevos desafíos y buscando alcanzar nuevas metas, Lexy se preparaba para recibirlo ese fin de semana en casa y junto a su cuñada, Emma, organizaban la mejor fiesta sorpresa para el cumpleañero.

Las jovencitas, guiadas por la emoción y el descontrol hormonal que sentían, se habían pasado de la raya contratando un DJ, un maestro de sushi y algunas bailarinas que se encargarían de alegrar la noche y de guiar a los invitados en el amplio recorrido.

Ese viernes catorce de enero Lexy no abandonó su oficina para ir a almorzar y se centró en todo el trabajo que tenía al pendiente, pues debía llegar a casa antes de las seis de la tarde para recibir parte de la decoración que emplearían para alegrar la propiedad.

Cuando la hora de almuerzo llegó, Lexy envió a su asistente a por un par de bocadillos y gaseosas que la ayudarían a mantenerse firme frente a la computadora y con la cabeza en orden mientras su equipo de trabajo organizaba una reunión semestral en la que debía entregar informes sobre su práctica y trabajo.

Pero todo el orden que quería mantener con precisión se vio interrumpido cuando dejó su oficina algunos minutos para ir al cuarto de baño y para su regreso se encontró con una grata sorpresa que le robó una carcajada sobreexcitada y un revoltijo de tripas que la dejó demasiado alegre.

—¡Joseph! —chilló feliz y miró a todos lados al percatarse de que había llamado la atención del personal de aseo—. Joseph —siseó después y se cubrió la boca con una mano para contener la risa—. Pensé que llegarías después de medianoche.

El hombre se hallaba de pie junto a la ventana, mirando su entorno con las manos entrelazadas en su espalda, con una posición vigorosa que Lexy no se iba a quitar de la cabeza en mucho tiempo.

—Nos cambiaron el vuelo —reconoció él y recorrió su oficina, esa que había cambiado notoriamente desde la última vez que la había visitado—. Lo bueno es que ya estoy en casa y que no habrá más viaje por lo menos hasta finales del verano —narró feliz y Lexy aplaudió de felicidad, con los ojos brillantes y una enorme sonrisa dibujada en todas sus expresiones.

Y es que lo había extrañado tanto, que reencontrarse con él sorpresivamente la había dejado tan revuelta como feliz. Con todos los sentimientos a flor de piel y un sinfín de escalofríos que recorrían su espalda y brazos; también sus piernas y nuca.

—Me gusta tu estilo —susurró Joseph, tocando con la punta de los dedos un pequeño reloj decorativo que se hallaba situado sobre una alargada vitrina de cristal en una esquina de su iluminada oficina—. Tienes mucho estilo, Lexy —reconoció después, cuando vio la nueva silla de cuero castaño en la que la joven pasaba sus días de trabajo y sin pensarlo dos veces, se lanzó en ella, acomodando la espalda en el respaldo y girando un par de veces para probar la resistencia de las ruedas.

—La compré con mi primer sueldo, la otra me producía dolor de espalda —reconoció ella, satisfecha de verlo otra vez y un extraño nerviosismo se metió por todo su cuerpo.

—Ya te imagino aquí, con ese vestido sensual, las piernas cruzadas y la espalda recta —musitó el hombre con una ronca voz y miró a Lexy de pies a cabeza. La encontró más delicada que nunca, pero también sensual y corita.

Pero la timidez de Lexy desapareció cuando la joven lo vio a él, sentado masculinamente en su silla, con las piernas separadas y la camisa clara que le jugaba a favor, adhiriéndose a su cuerpo con descaro. El corazón le saltó dentro del pecho y tuvo que disimular el suspiro que liberó para no mostrarse tan obvia. Estaba agitadísima y al filo de perder la cabeza.

Deseó lanzarse encima de él como una leona hambrienta y montársele como tanto le apetecía, como ocurría en sus sueños más perversos, pero tuvo que contenerse algunos segundos porque no estaban a solas.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora