75. Alivio

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Lexy buscó con la mirada un taxi, corriendo a toda marcha por un desolado y oscurecido campo. Corrió cuesta abajo, tomando velocidad en cada pisada y desde la altura visualizó las luces de la ciudad, la música de la plaza central y el rico sonido del viento, ese que la llenó de energía a pesar del frio que sentía.

—¡Señor! —gritó cuando se encontró con un taxi y se colgó desde su ventana, asustando al conductor—. Por favor... —jadeó cansada y el hombre la miró con horror. Odiaba los locos turistas que su ciudad recibía—. Por favor, necesito que me lleve a la estación de radio "Luz de lagos" —suplicó aún con la respiración entrecortada.

El hombre levantó una ceja para mirarla con curiosidad y negó con la cabeza, un tanto liado por lo que la joven desconocida le pedía.

—No sé para qué quiere un taxi, si está ahí, mire —señaló y sacó la cabeza por la ventana para mostrarle el lugar exacto a Lexy, quien de pronto se iluminó y se echó a reír producto de la felicidad que sentía.

Sin despedirse se echó a correr avenida abajo y cruzó entre medio de los autos sin importarle que el semáforo no estuviera a su favor. Corrió tan animosa que prontamente comprendió que Joseph era el guía de sus sueños, era quien le daba fuerza a sus piernas y a su corazón para seguir levantándose una y otra vez.

Corrió animosa, llena de vida, con esa energía que tenía olvidada, trotó hasta que, en las afueras de la estación de radio, sus ojos se encontraron con Joseph y una mujer y aunque no estaban tocándose, besándose ni nada parecido, el mundo se le vino abajo cuando lo vio reír.

Él soltó una potente carcajada, muy característica de él. Masculina y llena de vida y aunque su risita tocó el fondo de su pecho y le devolvió calor a su congelado corazón, también la sacudió producto de los celos y centró sus ojos en ella, en su característica feminidad y su delicada vocecita.

Se perdió en ella y en él, en el divertido mundo en el que estaban encerrados, y se quedó allí, encubierta en la oscuridad de la noche y prisionera de sus miedos, esos que habían vuelto a renacer producto de sus inseguridades.

No se tragó las lágrimas que le subían por el pecho y dejó que mancharan su rostro con su calidez. Dio media vuelta, lista para marchar y regresar a la tristeza de su hogar, al opaco mundo que acostumbraba, cuando su voz se oyó y se vio forzada a parar.

—¿Lexy? —él preguntó, reconociéndola aún bajo la oscuridad, con ropa ajena a ella y con el cabello mojado por la reciente ducha que había tomado.

Cómo no iba a reconocerla, sí era la mujer con la que soñaba cada noche y con la que fantaseaba despierto cada día. Cómo no iba a reconocerla si seguía pensando en ella, si seguía enamorado de lo que era, de quien era cuando estaba junto a él, de la mujer en que se convertía a pesar de esos miedos que no le permitían vivir.

Ella volteó sin antes secarse las lágrimas con el puño y los dedos y lo saludó con las manos, intercalando miradas entre su rostro masculino y su bonita compañera. Ella le sonrió en respuesta y la saludó del mismo modo, lanzó el cigarrillo al suelo y se despidió de Joseph con un gesto que a Lexy le revolvió la barriga.

—¿Qué haces aquí, Lexy? —investigó, yendo directo al grano.

Ella titubeó y miró a su alrededor, nerviosa, asustada. ¿Qué se suponía que tenía que decirle? De pronto, todo lo que sabía, todo lo que sentía en el fondo del pecho se había esfumado y solo sentía miedo.

—No lo sé —afirmó con miedo y cerró los ojos para no verlo a la cara.

Joseph suspiró fatigado y se acomodó el gorro de la capucha que llevaba para dar media vuelta y caminar en sentido contrario.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora