77. Boda

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Lexy bajó del avión y corrió por los pasillos del aeropuerto con zapatillas rosadas desteñidas y un vestido blanco holgado. La mezcla resultaba ridícula para los ojos de muchos, pero para Lexy tenía sentido, más para su corazón, ese que estaba ansioso y golpeteaba en su pecho con tanta fuerza que la jovencita se quedaba sin aliento.

Fue entonces cuando descubrió que su nuevo deporte favorito era correr a los brazos de su amado y se iluminó por entero, tanto que tuvo que reírse y aunque pareció loca carcajeándose entre tantos taciturnos viajeros, a Lexy le importó un comino.

Se detuvo torpe en el final del recorrido y volteó sobre sus talones al menos una tres veces, intentando pensar con mayor coherencia, mientras buscaba alguna cara conocida por los alrededores. Fue entonces cuando Emma llegó a su encuentro y se rieron felices para estrecharse en un apretujado abrazo que las hizo mecerse de lado a lado.

—No necesitas zapatos para caminar al altar —jugó Emma y cogió el brazo de Lexy para llevarla corriendo al exterior—. Ordénate el cabello, arregla tu maquillaje, estírate el vestido y quítate esas feas zapatillas —indicó, abriéndole la puerta de su vehículo.

—Esas son muchas cosas —respondió Lexy lanzando su bolso de viaje contra el asiento y montándose ágil para empezar a ordenarse poco a poco—. Y no sé por dónde empezar —siseó ella, tan nerviosa que la voz le retembló.

Emma suspiró agobiada y se sentó en el asiento del conductor. Corrigió la postura del espejo retrovisor y se admiró en el reflejo con ojo crítico. Tenía un delineado de ojos perfecto y el labial rosillo le jugaba a favor con el lindo vestido de tirantes gruesos que había elegido para esa importante noche.

—Tu mamá te trajo un regalo para la noche de bodas —respondió Emma y le lanzó una bolsa negra que le pegó en el rostro—. ¿Es verdad qué no usas ropa interior? —preguntó demasiado curiosa y Lexy se quedó impactada por lo mucho que sabía.

—No, no la uso, me molesta —contestó ella, ruborizada.

—Entones hoy le darás trabajo a Joseph —burló Emma y emprendió el viaje hasta la zona en que la boda empezaba a desarrollarse—. Si no te quitó la ropa interior la primera vez, lo hará ahora que estarán casados —siguió y Lexy sintió las mejillas ardientes.

—Siempre hay una primera vez —respondió la muchacha con esfuerzo mientras se subió un fino corsé blanco por las caderas y lo amoldó a su cintura, senos y caderas para terminar por acomodarse el vestido encima de la sensual ropa que su misma y rigurosa madre le había elegido.

Buscó los tirantes de la ropa interior, pero no los encontró y detalló con mayor cuidado lo que llevaba puesto bajo el holgado y desabrido vestido blanco que había elegido. La lencería nívea se había adherido a su cuerpo como una segunda piel y el estampado de flores delineaba sus senos con gracia, los levantaba y le brindaba mayor sensualidad a su cuerpo. En el fondo de la bolsa negra encontró un portaligas del mismo color y unas delicadas medias que le parecieron perfectas para esa noche. Sin dudas, su madre había elegido bien y se vistió con prisa, ansiosa por llegar a su destino.

No bastaron muchos minutos para que Emma aparcara en una privada zona y descendiera corriendo, andando apresurada por el rededor del auto para encontrarse con ella.

Le ordenó el cabello con los dedos y se lo acomodó detrás de las orejas. La obligó a sentarse en el asiento y a quedarse quieta mientras le acondicionó unas cuantas florcitas blancas por el pelo, trenzándole algunos mechones y despejándole el rostro. Le maquilló los ojos con rapidez y aunque quiso esculpirla a su modo, la encontró hermosa al natural y solo le besó la mejilla para desearle buena suerte.

Lexy caminó por la calle llevando solo unas delgadas medias blancas que afinaron sus pies y se levantó el vestido para cuando pisó la fría arena que la unía al lago y también al amor de su vida.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora