64. La celebración

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Se sintieron tan completos y cómodos uno con el otro, que no bastó mucho tiempo para que se encontraran desnudos y juguetones encima de la mesa de madera, disfrutando de sus cuerpos junto a la comida y expuestos junto a la luminosa piscina.

El cuerpo de Lexy descansaba junto a la sal de mar y las olorosas especies que había seleccionado para saborear las papas asadas y si bien estaban hambrientos, en ese momento sintieron más gusto por tenerse y amarse que por cenar.

Se iban a casar y debían celebrar.

Joseph nunca estaba dispuesto a perder el tiempo, mucho menos si se trataba de Lexy, ahora su futura esposa y es que debido a su angustioso trabajo y los estudios de Bouvier, habían estado postergando muchas cosas que tenía en mente y entre sus oscuros deseos.

El coño de la jovencita se retorció al pensar en lo delicioso que se sentía el roce de sus cuerpos tibios encima de la mesa y se excitó más al concebir que se hallaba desnuda al aire libre tras una romántica y sorpresiva propuesta de matrimonio. Se tocó los senos gimiendo al mismo compás de los besos de Joseph sobre su abdomen bajo y monte de venus y se pellizcó los pezones duros cuando la lengua del hombre llegó a su centro y sus labios succionaron con fuerza y sin detenerse, produciendo un divertido sonido que los embrujó aún más.

La boca del hombre viajó hasta sus muslos internos y la joven separó las piernas para darle espacio a su boca y corta barba, esa que rozaba su piel casualmente y que la volvía loca.

Jadeó deseosa de estímulo y dejó caer la cabeza encima de la mesa, cerró los ojos y se concentró en las cosquillas que le subían y le bajaban por todo el cuerpo.

Cuando Joseph besaba esas zonas olvidadas, Lexy se relajaba, se dejaba llevar y lo disfrutaba. Claro estaba que confiaba ciegamente en él y aquella peculiaridad los tenía en un punto romántico vehemente de no retorno.

Muy pocas veces encuentras a alguien a quien le entregas todo y cuando lo haces, no quieres dejarlo ir jamás. Ese era el caso de Lexy Bouvier, quien ya era capaz de pedir más y de exigir sus propios deseos sin avergonzarse o sentirse ajena. Joseph la complementaba aún en sus más desquiciadas ideas y ella le pagaba con la misma moneda. Ella siempre quería más, deseaba mucho más y lo bueno era que Joseph se sentía igual.

Una fría corriente los bañó, pero el calor que emanaban juntos era mucho más fuerte que cualquier brisa y que cualquier invierno. Para encontrar abrigo en su piel ardiente, lo aferró por el cuello y lo obligó acercarse a ella. Buscó su boca y le besó los labios con ansiedad. Le succionó el labio inferior con salvajismo y lo mordisqueó mientras sus piernas lo aferraron por la espalda, acercándolo a su cuerpo con apetito.

Se balancearon encima de la mesa, la que crujió en respuesta a sus movimientos y Joseph se levantó de su cuerpo con cuidado, sin antes dedicarle un par de besos tiernos en la boca y en el rostro. Nunca quería hacerla sentir mal, muy por el contrario, ella era todo lo que le interesaba.

Su mundo completo giraba en torno a ella, a su carita de niña buena y sus ojos brillantes. Esa sonrisa que siempre era capaz de cambiar un mal día y su vocecita que lo tranquilizaba de todo miedo.

—No soportará el peso de los dos —siseó excitado y cogió las caderas de Lexy entre sus manos para pegarla contra su pelvis y frotar su erección contra su vagina húmeda, encontrando alivio al insistente palpitar que sentía en su glande.

Lexy contuvo la respiración, más excitada cada segundo, sintiendo como los músculos del abdomen bajo se le contraían desenfrenados. Se le erizó la piel, pero no por el frío, sino por el roce de los expertos dedos de Joseph, esos que se deslizaron con paciencia por el centro de su pecho y cuerpo, torneando sus curvas y los evidentes cambios de su cuerpo.

Siempre míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora