Capítulo 11

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Vamos a ver un poco de la delulu de Selinne.🤡


Selinne.

Tontos enamorados.

He estado buscando como loca por la ciudad, cada bar. Limpio mis lágrimas porque se que me necesita y debo estar para él, le envío mensajes al Yakuza y me dice que no sabe.

Nadie sabe adónde está pero yo estoy volviéndome loca, la lluvia no deja de caer y él está como loco, ebrio y enojado. La va a matar si no lo encuentro, la aristocracia la cuida y si le hace algo puede meterse en problemas.

Paso una hora entre las calles de lo más profundo de Londres. Todos los bares a los que ha ido pero ninguno, y mi paciencia se está agotando.

Ella volvió, pero sé que no la quiso. Sólo está así por su traición, y sinceramente no me agrada del todo, se comportó como si lo conociera cuando no es así...

El teléfono me vibra y contesto.

—¿Sí?

Se ha detectado un vehículo del señor Aragon fuera de los límites —dice un hombre—. ¿Es usted?

—Su novia —le digo.

—Le sugiero que le diga que se abstenga de salir del área. No puede salir de la ciudad.

—Envíeme la ubicación.

Cuelgo y al momento me llega una zona de mala muerte a la que él jamás ha ido. Me estaciono en el lugar cuando me percato de que su auto está mal estacionado, arriba de la banqueta. Es un bar de las afueras de Londres que tiene un letrero caído con luces rojas parpadeando dejando ver la zona. Night-club.

A veces me aburro de estar salvando a Tayler. Llega en la madrugada, apenas come, duerme o simplemente está en sus cinco sentidos.

Entro y enseguida el olor a licor corriente me baña. Trato de ver algo pero hay demasiada gente...

—¡Hola! —le hablo a una chica en la barra—. ¿Has visto a un hombre de dos metros con camisa blanca y...?

Mira hacia la esquina.

—Ha estado llamando a su novia porque dice que la necesita —se acerca a mí—. Me imagino que ya dió contigo.

Frunzo el ceño y llego hacia él mientras la mesera le toca el hombro pero le da un manotazo.

—Aquí está —le dice y se levanta tambaleándose.

—Moco... —sus ojos me miran asqueado—. ¿Qué haces aquí?

—Tú querías que viniera —le digo acercándome.

No debí hablarle así, ahora está tomando por una rabieta. Trato de acercarme y sigue marcando a números. Él al final tiene un contrato de sangre y puede romperlo.

—¿Hola? —habla al teléfono...—. ¡Te juro que te arrancare de donde sea que estés! O con quién estés.

—¿Cuánto lleva así? —le pregunto a la mesera que me ayuda con él.

𝐄𝐬𝐭𝐨𝐜𝐨𝐥𝐦𝐨 4 (+21) ©  BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora