Capítulo 10.

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Caminamos hasta el supermercado y tomamos un carrito para las compras.

Mientras Ivan llevaba el carrito, con Manu parado en la punta de este, yo analizaba las cosas de la lista.

—¿Qué verga dice acá? —Señalé una palabra escrita por Ivan.

Mientras yo revisaba las cosas que faltaban en casa y las iba diciendo, Ivan las fue anotando en un papel.

Se vé que dije todo muy rápido, porque las primeras palabras están escritas prolijamente y mientras más avanza la lista, menos entendible es todo.

Me acerqué a Ivan para que pueda leer.

—Yogurt —leyó.

Fruncí el ceño intentando encontrar esa palabra entre los garabatos.

—De frutilla —pidió Manu mientras yo seguía intentando encontrar esa palabra.

—Dice yogurt y punto —finalizó Ivan.

Saqué los ojos de la lista y lo miré juzgadora.

—No me mires así —ordenó acercándose a los lácteos.

—¿Ya te dije que no confío en vos? —repetí.

—Todos los días, Sabrina. —Suspiró cansado.

—Que bueno. —Sonreí acercándome conforme.

Elegimos los yogures que queríamos y algunas cosas más, como queso, leche, crema, serenitos, más queso y queso.

Seguimos recorriendo los pasillos del super agarrando todo lo que decía la lista, o eso se supone. Inchequeable la letra de Ivan.

—Uy —soltó Manu cuando levantó la pata hacia atrás como una princesa y golpeó a alguien —. Disculpe, fue sin querer —dijo mirando a la señora que había golpeado.

Yo le sonreí inocente y disimuladamente bajé a mi hermano del carrito, estirandolo.

—No pasa nada. —Sonrió y nos observó a los tres —. ¿Son hermanos? Que lindos —halagó.

Intercambiamos algunas palabras con la señora, terminando en la conclusión de que esta todo más caro que la mierda.

Quejarnos en un don que tenemos.

Mientras hacíamos la fila, pedí un uber porque compramos demás.

Pagamos y compramos una banda de bolsas de tela más, siempre me olvido de traer las que están en casa.

—¡No, mira, Sabri! —Mi hermano estiró mi remera.

—¿Qué? —Le presté atención y subí la tirita de mi musculosa.

Me señaló un cartel del estreno de Kung Fu Panda.

—Tenemos que verla, porfa —rogó.

Ya paso un mes desde que estamos de vacaciones y todavía no gatasmos ni un peso de la plata que nos dejó papá para "actividades recreativas".

—A la noche venimos si queres. —Asentí —. ¿Vos querés venir? —le pregunté a Ivan en contra de mi voluntad.

Insistió en pagar la mitad de la compra porque, según él, se comió toda nuestra comida.

En cierta parte tiene razón, pero no nos cambia en nada, así que me hizo sentir un poco mal que haga eso.

Él bajó su mirada hasta mi cara.

—¿Me estas invitando? —consultó extrañado.

Evité con toda mi fuerza de voluntad poner los ojos en blanco.

—Si. —Sonreí intentando parecer amigable.

Sus ojos se deslizaron hasta mi sonrisa fugazmente.

—No puedo —concluyó volviendo a mirar en frente.

Borré mi sonrisa y procedí a empujarlo levemente.

—Me hubieras dicho que no desde el principio —reclamé.

—Quería ver que hacías —confesó.

—Que divertido lo tuyo —murmuré.

Cada vez que interactuamos, Manu se nos queda viendo callado como si estuviera observando su novela favorita.

(...)

Después de comer, Ivan se fue dejándome en claro que rechazaba mi propuesta. No es que me importe tampoco.

Observé mis uñas indecisa. No sé si cortarmelas.

A Manu le gusta que estén largas para que le rasque la espalda.

Soy como una esclava.

Rendida, me las lime para emparejarlas y dejarlas del mismo tamaño. Después les puse el esmalte transparente para no comermelas.

En el resto de la tarde hicimos todos los deberes de la casa y le dimos de comer al michi, así dejábamos todo en orden.

Con Manu nos ayudamos mutuamente a elegir la ropa.

Revisamos que el gatito tenga todo antes de salir y esperar el uber.

—Aprende a manejar, Sabri —se quejó mi hermano.

—Es mucha responsabilidad para mi —declaré.

—¿Por qué? Si vos sos responsable. —Resopló.

—Mira si nos chocan y te moris, va a ser mi culpa —expuse mi miedo.

—No va a pasar eso —aseguró.

—Vos que sabes. —Volví a mirar el celular.

Son las nueve y veinte, si el uber se atrasa no vamos a poder sacar las entradas para la función que empieza en diez minutos.

—¡Ahí viene! —avisó Manu estirandome la remera.

Que mala costumbre. Encima yo odio usar remeras con cuellos altos porque siento que me quedo sin aire, haciendo que cada vez que Manu me pega un estirón tema por mi vida, aunque ya de por si la ropa pegada no deja mucho a la imaginación. Tener tetas es sinónimo de que te vean vulgar con cada prenda que te pongas, así que ya ni me importa.

Subimos al uber y por suerte llegamos bastante rápido.

En el camino, Manu iba escribiendose con alguien por WhatsApp y riéndose.

¿Será que ya tiene una enamorada a su edad?

—Apura que llegamos tarde —le dije a mi hermano que iba caminando con extrema paciencia.

Seguro ya empezaron las publicidades en la sala y todavía tenemos que sacar las entradas y hacer la fila para los pochoclos.

—Vos tranqui, Sabri, yo ya solucione todo —dijo haciéndose el importante.

Fruncí el ceño mirándolo confundida.

Cuando entramos al shopping y llegamos a la entrada del cine todo tuvo sentido.

—¿Y vos que haces acá? —consulté a la defensiva una vez que nos acercamos a él.

—Me desocupe antes —respondió despreocupado.

En una mano tenía las tres entradas y en la otra el balde de pochoclos.

—Mira vos. —Desvíe la mirada evitando pensar que me causó mucha ternura su accionar.

—¡Que bueno que viniste! —Manu saltó arriba de él.

Gracias a eso llegamos a tiempo a la película. Al pedo igual porque fue una mierda.

Extraño; SpreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora