Capítulo 34.

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(...)

Narra Ivan Buhajeruk.

—Tenes algo raro —declaró, observando cada detalle de mi rostro.

Sé que me veo más pálido y cansado. Debajo de mis ojos se me marcan unas leves ojeras que no son nada comunes en mi.

Sabrina inclinó más su cabeza cerca de mi y arrugó su nariz levemente como preguntándose "¿Estará enfermo?". Por primera vez pude ver tan solo preocupación en su expresión. No está haciendo teorías conspirativas de que me pasó, solamente quiere saber si estoy bien.

Acomodé mi mejor mi cuerpo en el sofá de la sala. De fondo solamente se escuchaba el ruido de la tele y al gato masticando su alimento

—¿Si? —cuestioné en voz baja —. Estos días tuve mucho trabajo.

En cierta parte es verdad, aunque no sé que clase de trabajo implica drogas y apuñaladas de por medio. Será solamente el mio.

Sus labios se fruncieron, disconforme.

—¿Por qué no te quedaste a descansar en tu casa? —me reprendió —. Tenes que descansar, Ivan. —Suspiró.

Relami mis labios y conté hasta cinco para tranquilizarme.

—Quiero estar con vos —declaré sin titubeos —. Acá me siento bien.

La mirada de Sabrina se iluminó brevemente y pude apreciar como pestañeo varias veces para mantenerse a raya.

—Ah —soltó esforzándose por parecer desinteresada —. No te ves como si te sintieras bien.

Levantó su mano para apoyar el dorso de sus dedos contra mi cuello.

Levanté las cejas con burla. Ella me miró mal y me golpeó la pierna levemente.

Sentí el impulso de agarrar la mano que tenía presionada suavemente contra mi cuello y obligarla a que la ponga sobre mi nuca y me b...

—Voy a buscar el termómetro —avisó, separándose.

Tomé aire y lo solté con cuidado.

La herida a un costado de mi ombligo me esta dando más problemas de los que creí. Es bastante pequeña comparada con las que me hice anteriormente, pero estas últimas semanas no paré de conseguir una nueva todos los días. Es bastante agotador, más si le sumamos que mi cabeza no para de pensar en una sola persona: "Sabrina".

Mis ojos se desviaron hasta la fotografía que había en la sala como si fuera una reliquia. Una en donde aparecen Leandro, Sabrina y Manuel, sonriendo como si no existiera nada más en el mundo que su felicidad.

Nunca me imaginé a Leandro siendo un padre tan cariñoso y expresivo como descubrí este último tiempo que es. Siempre pensé que no le importaba su familia, que estaban en segundo plano y les daba igual. Si él sería así, las cosas serían más fáciles, pero no. Tiene que ser el maldito padre ejemplar y perfecto, mandandole largos audios a sus hijos preguntándoles como les fue su día y diciéndoles lo tanto que los extrañaba.

Como odio eso, como odio que no sea el tipo de persona que me imaginé todos estos años, como odio que haya criado a dos hijos tan fantásticos y buenos.

—Volví —avisó Sabrina, haciéndome salir de mis pensamientos.

Miré como apoyaba sus rodillas sobre el firme almohadón negro y se acercaba con lentitud.

Miró mi manga larga negra y levantó el aparatito blanco.

—Te lo tenes que poner abajo de la axila —informó.

Levanté el brazo invitándola a que lo haga ella.

—¿Me haces el favor? —pedí.

¿Por qué? No sé.

—¿No sabes cómo? —Inquirió con la ceja levantada.

—No —mentí piadosamente.

Ella asintió y soltó un pequeño suspiro relajándose. Miró el aparatito y apretó un botón que emitió un sonido agudo.

—Voy —advirtió, acercándose un poco más.

Su perfume dulce me invadió delicadamente.

Miró el borde de mi remera con un poco de duda.

—Estoy a cinco segundos de desmayarme —admití para que se apure.

Sus ojos marrones se abrieron con preocupación. Extendió el borde de mi remera y metió su mano debajo de esta.

Los suaves dedos de Sabrina se deslizaron con cuidado de no rozarme demasiado en el proceso y, finalmente, dejó la punta del termómetro sobre mi piel y me obligó a bajar el brazo.

—Cuando escuches un pitido avísame —pidió, apartando su mano —. ¿Te sentis muy mal? —Me miró con sus orbes brillantes.

Me siento bastante mal, pero no quiero preocuparla.

—No mucho —respondí tranquilo —. Te veo y me siento mil veces mejor. —Extendí mi mano para rozar su rostro.

Sabrina ladeo su cabeza para sentir mi mano más de cerca. Sé que, nuevamente, esta comprobando mi temperatura, pero el pequeño escalofrío que recorrió su cuerpo me indicó que había algo más.

No sé si ya estoy delirando por la fiebre o qué, pero no puedo controlarme tan bien como antes. Parece que mis pensamientos tienen vía libre para hacer lo que quieran.

—Tu temperatura esta muy alta, Ivan —informó, tomando mis manos entre las suyas —. Voy a buscar algo frío, ¿Querés acostarte en mi pieza? —su tono me hizo saber que era una orden y no una pregunta.

Miré las escaleras unos segundos. ¿Voy a poder subir eso? Obvio que voy a poder, Sabrina me lo esta pidiendo.

—Si no te molesta —repliqué por lo bajo.

Pusó los ojos en blanco.

—Hoy no me molesta —afirmó —. Mañana ya no sé. —Se levantó.

Entonces tengo que aprovechar que estas de buenas, Sabri.

Extraño; SpreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora