Capítulo 22.

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Después de una larga jornada de escuchar a la misma profesora cuatro horas seguidas y mancharme toda la mano con tinta azul por querer tomar nota a la par en la que ella hablaba, volví a casa.

Mientras estaba sentada, sentí como alguien toco mi hombro tímidamente. Dirigí mi mirada a la persona encontrándome con el rostro del chico que nos habíamos encontrado en el cine aquella vez.

—Hola —saludó con una sonrisa y la voz animada.

Pude ver que llevaba una mochila en su espalda y un pequeño rastro de restos de goma de borrar en el pantalón oscuro.

—Hola —le devolví el gesto —. Tanto tiempo.

—Si, yo... perdí el celular así que no te pude escribir —dijo como si me debiera algún tipo de explicación.

—Ah, no pasa nada —lo tranquilicé —. ¿Viniste a la facultad?

Él asintió y sus ojos verdes se iluminaron, felices por que este sacando un tema de conversación.

—Estoy haciendo los refuerzos de verano, no me fue muy bien el cuatrimestres pasado —confesó.

—¿No? ¿Qué estas estudiando? —cuestioné.

—Ingeniería bioquímica —respondió haciendo que una pequeña mueca invada mi rostro.

Ahora entiendo porque no le va bien.

Seguimos conversando hasta que él se tuvo que bajar varias paradas antes que la mía. Cuando bajó, volvió a despedirme con la mano a través del vidrio de la ventana, yo imité su acción.

Fue agradable tener compañía mientras viajaba. En especial la de un chico tan simpático como él.

Pasaron veinte minutos hasta que finalmente llegué.

Soltando un suspiro, bajé del colectivo y caminé hasta donde estaba Ivan esperándome.

—Espero que Manu este dormido —solté cuando estuve lo suficientemente cerca.

Ir a la facultad y hablar con alguien definitivamente agotó toda mi batería. Lo único que quiero hacer es llegar y acostarme en mi cama, tapadita por tener el aire al palo.

—Dijo que cuando llegues lo vayas a saludar igual, aunque este dormido —Ivan transmitió el mensaje de mi hermano.

Su tono de voz es tan diferente. Es como si estuviera apagado y carente de emociones.

Mientras hablaba con Emiliano podía detectar cada cosa que sentía, cada movimiento de su cuerpo, cada respiración alterada por algún motivo u otro, cada brillo delatador en sus ojos, cada tono de voz diferente. Con Ivan no es así para nada y yo estaba acostumbrándome a eso por la falta de comunicación con otras personas.

Mordí mi labio pensativa.

—¿Y como estuvo tu día? —pregunté.

Algo en mi interior quiere buscar las emociones dentro de Ivan para asegurarse de que no carece de ellas. Por algún motivo esa parte estaría decepcionada si descubre que Ivan no posee emociones.

Apreté levemente mis dedos. Yo sé que Ivan las tiene, ayer me demostró que las tenía con sus ojos brillantes, sé que no fue una ilusión del momento.

Él me miró brevemente.

—Normal, nada fuera de lo común.

Suspiré frustrada por su respuesta tan seca.

—¿Nada interesante que contarme? —insistí con inocencia.

Ivan frunció levemente las cejas.

—¿Por qué la pregunta? —cuestionó.

Rodé los ojos, rendida.

—¿No puedo tener una conversación normal con mi amigo? —la última palabra raspó mi garganta con dificultad al salir.

Él relamió sus labios, pensando una respuesta.

—Es que... —Aclaró su garganta —. Siempre que queres hablar conmigo es por una razón específica, no porque sea tu amigo.

Bufé sabiendo que tenía razón. Siempre comenzaba las conversaciones para terminarlas en donde yo quería.

Me sentí un poco mal ante la imagen que tiene de mi. Capaz por eso no me cuenta sus penas.

—Bueno, puede ser —admití —. Pero ahora es diferente ¿o no? —Sonreí esforzándome por ser simpática.

—Diferente porque somos... ¿amigos? —cuestionó con duda.

—Y si —respondí rendida —. ¿Somos o no somos? —exigí.

La paciencia no es uno de mis fuertes.

Ivan sonrió entretenido con mi actitud.

—Somos —afirmó con su voz grave y calmada.

Salté internamente por la victoria.

—¿Querés mirar una película? ¿Cuáles te gustan? —consulté.

Todas las preguntas triviales que puedan existir no fueron hechas por ninguno de los dos. Yo no sé absolutamente nada de los gustos personales de Ivan.

—¿Nosotros dos solos? —cuestionó, haciéndome estremecer.

Cierto, había olvidado el pequeño detalle de la extraña y reciente tensión que surge entre Ivan y yo cada vez que estamos solos a menos de determinada distancia.

—¿Vos no querés? —interrogué, intentando desviar la atención del verdadero problema.

Ivan me miró disconforme.

—Si quiero —sentenció sin un ápice de duda.

—Enton... —El sonido de mi celular me interrumpió.

Lo saqué del lugar entre la cintura de la pollera y mi abdomen, donde siempre lo guardo cuando no tengo bolsillos.

Miré la pantalla encontrándome con el nombre de Emiliano. Hice mi mayor esfuerzo para no poner los ojos en blanco ante la inoportuna interrupción.

—Hola —respondí, intentando mantener la calma en mi voz.

Ivan me miró interrogante. Sé que a él le sorprenden tanto mis llamadas como a Manu.

—Hola, solamente queria saber si llegaste bien a tu casa, es tarde y... —balbuceó, causandome ternura.

—Gracias, por la preocupación. —Sonreí levemente —. Llegué bien, ¿y vos? —pregunté sin querer parecer una forra.

Se preocupó por mí.

—También llegué bien —habló más tranquilo.

—Miremos la película en tu pieza —la voz de Ivan interrumpió lo que quiera que estaba por decir Emiliano.

Miré a Ivan con mala cara por su gesto irrespetuoso.

—Era solamente eso, que descanses, Sabrina —se despidió el castaño del otro lado de la línea.

—Buenas noches, Emiliano —dije con pena.

Extraño; SpreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora