Capítulo 20.

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Mi rostro se hundió más sobre la superficie cálida y cómoda, a la vez que la palma de mi mano se abrió queriendo sentir con más intensidad la suavidad que la tocaba.

Vagos recuerdos de lo que ocurrió en la madrugar invadieron mi mente. Manuel me dijo algo de que lo acompañe al baño, pero estaba tan dormida que no le hice caso. Lo último que vi, fue a él y a Ivan salir de la tienda.

¿Volvieron o me dejaron sola?

Mi mano se arrastró debajo de mi mejilla para más comodidad, sintiendo pequeñas montañas firmes en el camino.

Fruncí las cejas. Que yo recuerde pusimos la tienda sobre una superficie del pasto lisa.

Rendida, me digne a abrir los ojos con fiaca. Levanté la cabeza, encontrándome con el rostro de Ivan descansando plácidamente.

Abrí mis ojos como platos y sentí que se me congelo la sangre. Bajé la mirada hasta mi mano, que se posaba sobre su pecho trabajado. La saqué rápidamente y rotrodeci lo más que pude percatandome de que Manu no estaba con nosotros.

Que vergüenza, que vergüenza, la puta madre.

Cerré los ojos con fuerzas y maldeci por lo bajo. Pasados unos segundos, me animé a escanear minuciosamente al hombre dormido.

Por lo menos todavía sigue metido en las profundidades de sus sueños. Su pecho sube y baja con tranquilidad y sus espesas pestañas cubren sus ojos. Lamentablemente, sigue acostado en frente de la puerta, por lo que obstaculiza mi huida.

Si no se despertó con el escándalo que hice hace un rato, no creo que se inmute cuando pase arriba de él para salir de este lugar.

Suspiré, calmando mis nervios.

Yo puedo.

Asentí convencida y arrastré mis rodillas hasta estar a su lado.

Escanee su gran cuerpo, buscando la mejor forma para pasar por encima de él.

¿Primero debo pasar una pierna? ¿O primero mis brazos y torso? ¿Y luego qué?

¿Qué hago?

Mordí mi labio inferior con frustración.

Solamente tengo que tener coraje, el resto es pan comido. Me he escabullido de Manu cientos de veces, esto no es nada.

Me di leves palmaditas en el rostro, animandome a dar el primer paso.

Bien, yo puedo.

Con cuidado, pase una de mis piernas por encima de su abdomen bajo, sin siquiera rozarlo en el proceso. Todo esto sería mil veces más fácil de no ser por la estúpida y pequeña tienda de acampar, en donde con suerte podemos estar sentados sin llevarnos el techo puesto.

Mis hombros se relajaron al ver que Ivan ni siquiera se inmutó. Miré la apertura de la tienda cerrada y con mis dedos busqué el cierre para abrirla.

¿Eh?

Fruncí el ceño notando como le faltaba la tira de tela atada al cabezal del cierre metálico para que pudiera abrirse sin problemas.

Estos hijos de puta, siempre rompen todo.

Gruñi sin poder controlar mi enojo e intenté tomar entre mis dedos temblorosos el pequeño cierre para moverlo hacia arriba.

¿Por qué me pasan estas cosas a mi? Quiero llorar.

Cuando lo vea a Manuel, juro que le voy a dar un cachetazo.

Unos dedos blancos se dirigieron hasta mi mano para quitarla suavemente y abrir el cierre en un movimiento calmado y controlado.

Suspiré con tranquilidad, dando por cumplido mi objetivo.

—Gracias —susurré apaciguada, girando mi cabeza para ver a mi salvador.

—Denada —respondió el pelinegro con una leve sonrisa.

—¡Perdón! —casi grité al percatarme de la realidad.

Salí de encima de Ivan con torpeza hacia afuera, sintiendo el pasto húmedo por el rocio debajo de las palmas de mis manos.

Soy la peor en llevar a cabo planes super secretos.

¿Cuánto tiempo estuve intentando abrir la carpa de mierda?

Me lamenté el haber sido tan estúpida internamente.

—Buenos días, Sabri —saludó Ivan como si nada, saliendo del lugar de nylon y estirando su musculado cuerpo —. ¿Desayunamos? —me preguntó.

Yo negué con la cabeza sin poder decir nada. Mis mejillas están coloradas y me arden.

Miré el pasto húmedo, queriendo que un poco del fresco rocio me empape la cara.

Vi el cuerpo de Ivan agacharse en frente del mío.

—Yo... no estaba haciendo nada raro —declaré a la defensiva.

—Ya sé que no. —Sus dedos se posaron debajo de mi mentón y levantaron mi rostro para verlo.

Elevé una de mis cejas ante su ciega confianza hacia mi.

—¿Y si sí estaba haciendo algo raro? —discutí con recelo.

Él sonrió divertido.

—¿Y si yo no considero nada de lo que vos hagas "raro"? —formuló como si esa palabra le pareciera de lo más inocente.

—Nunca terminas de conocer a las personas —murmuré —. No te confies. —Apreté mis labios evitando decirle "wachin".

Esa palabra saliendo de mi boca me quitaría cualquier rastro de seriedad.

Ivan se inclinó hacia mi oído y sentí su tibia respiración rozar el lóbulo de mi oreja.

—Te dejo hacerme todas las cosas raras que quieras, Sabrina —afirmó suavemente.

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

—No hago cosas raras con extraños —sentencie antes de levantarme.

Extraño; SpreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora