Capítulo 27.

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¿Y si ese algo que siento por él no es tan malo como parece? Esa idea rondaba por mi cabeza mientras lo observaba intentar hacer el desayuno con eficiencia.

No es que yo sea una genia cocinando, pero Ivan es bastante... malo haciéndolo.

—Así no —volví a replicar con cansancio.

Apoye mi codo sobre la encimera para acomodarme mejor sobre el taburete.

—Mientras sea comestible, sirve —aseguró con severidad.

—Ahora entiendo porque pareces un muerto de hambre cada vez que te doy de comer. —Resoplé.

Manu me miró con los ojos abiertos con sorpresa y casi al instante volvió la vista al rostro de su amigo para ver que respondía.

—¿Cada vez que me das de comer? —resaltó la palabra "das" —. Si hicieras eso lo aceptaría con gusto, pero no tengo el recuerdo de tus lindas manos acercandome comida a la boca —alegó.

Separé los labios ofendida para soltar un grandisimo "¿Qué?", pero esa simple palabra no pudo salir por mi garganta. En cambio, lo único que pude hacer fue esconder mi cara sonrojada entre mis brazos apoyados en el frío mármol.

No me esperaba tal atrevimiento del frío hombre que parece darle asco el mero hecho de que existan los seres humanos.

El recuerdo del absoluto rechazo hacia Emiliano vino a mi mente. ¿Cómo estará él y su tierna hermana?

Suspiré aliviada de que otros pensamientos hayan calmado el compás de mi corazón.

Ahora que lo estudio con más detalle, no vi a Ivan socializar con nadie más que Manuel y yo. No puedo decir que es un raro por eso. O sea, yo tampoco socializo con nadie más que ellos dos y eso no me hace una rarita, ¿no?

Unos dedos fríos rozaron mi nuca haciendome temblar. Di media vuelta mi cabeza para ver al responsable de tal gesto inadecuado.

—¿Qué? —pregunté ante su mirada.

—Se está quemando tu cocina —advirtió con extrema tranquilidad.

—Ah... —balbucee concentrada en sus rizos despeinados —. ¿Eh? —Me levanté al oler la masa de panqueques quemarse —. ¡Manu, salí de ahí! —lo reté mientras me acercaba.

Le quité el trapo de las manos, con el que estaba intentando apagar las llamas de la sartén.

La preparación para el desayuno fue un tanto caótica, pero finalmente todo salió bien y pudimos deleitarnos con los, para nada desabridos, panqueques de Manuel e Ivan, quienes parecían bastante orgullosos de su cometido.

—¿Te gusta? ¿Está rico? ¿Somos chicos buenos?—preguntó mi hermano atropelladamente.

Sonreí enternecida.

Mi padre siempre suele decirle "sé un chico bueno". Lo escucho cada vez que ellos terminan de hablar por teléfono, o siempre que acaricia su cabeza con cariño. Como también le dice "buen chico" cada vez que Manuel logra una hazaña, al principio pensaba que era un tanto extraño, como si estuviera felicitando a un perro, pero con el tiempo me di cuenta de que en Estados Unidos suele usarse con bastante frecuencia.

—Me gusta, esta rico y son chicos buenos —respondí cada una de sus preguntas a lo que Manuel sonrió con felicidad.

—No son tan buenos como los tuyos, pero lo hicimos con todo el corazón —aseguró —. Aunque, lo de la cocina no estaba en nuestros planes —murmuró más tímido.

Lo de la cocina...

—Me da mucha inseguridad que tu amigo no...

—Nuestro amigo —interrumpió el menor.

Asentí dándole la razón.

—Que nuestro amigo no sepa apagar un poco de fuego —repliqué —. ¿Y si un día yo no estoy y te moris calcinado? —Apoyé mis manos en los hombros de Manu con preocupación.

Él me miró como si fuera una exagerada y negó con la cabeza.

—Cuando no estas vos usamos el microondas —se excusó Ivan.

Giré mi rostro mirándolo con cara de orto.

—¿Ah, si? —respondí con ironía —. ¿Y vos en tu casa no cocinas?

—Uso el microondas —repitió.

Fruncí el ceño.

¿Y como hace para estar en tan buen estado físico? ¿genética?

Ivan sonrió ante mi inspección completa de su cuerpo.

—Si queres te puedo compartir mi secreto. —Guiñó un ojo.

¿Y a este qué le pasa?

—Justo ese secreto no es el que me interesa saber —aclaré desviando la mirada.

Si de secretos hablamos, Ivan tiene cientos.

—¿Cuándo es tu cumpleaños? —preguntó Manuel cambiando drasticamente de tema —. En noviembre fue el mio, Sabrina y papá me hicieron una super fiesta sorpresa —contó ensoñado —. Si te hubiera conocido antes, te habría invitado obvio —aclaró.

—¿Mi cumpleaños? —susurró Ivan para si mismo.

Lo observé con atención.

Su ceño esta levemente fruncido, como si hubiera olvidado que su cumpleaños existía, peor aún, parecía estar esforzándose para recordar la fecha de ese suceso.

—Ah... —exclamó alzando la mirada hacia nosotros —. Creo que tengo más años de los que pensaba —confesó haciendo algunas cuentas mentales —. Cumplo veinticuatro en octubre —finalizó algo distante.

¿Veinticuatro? Se había olvidado de contar tres años cuando me dijo su edad, eso no es nada normal.

—¿Cómo te olvidaste? ¿No festejas tu cumpleaños? —se adelantó en decir Manu.

—No, hace mucho tiempo que no lo hago. —Clavó sus ojos sobre sus manos, observando el anillo con forma de diamante en su dedo.

—¿Por qué no? —pregunté esta vez yo —. ¿Por qué dejaste de hacerlo? —reformulé con más exactitud.

—Es... complicado —repitió la respuesta que siempre me da ante preguntas que pudieran llegar a exponerlo.

Evité bufar, teniendo un poco de empatia por él.

Extraño; SpreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora