Capítulo 31.

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Agarré los dos joystick y le pasé uno a mi super invitado. Bueno, no tan invitado, porque no lo trato como tal. Hoy incluso lavó los platos.

Tiene que pagar de alguna forma todo el tiempo que estoy invirtiendo en él.

Hablando de pagar... Ivan no volvió al trabajo.

Al principio lo veía como algo sospechoso de la que podría sacar más de una teoría, pero ahora estoy genuinamente preocupada.

¿Y si termina viviendo abajo de un puente?

—¿En serio no te hecharon? —cuestioné desinteresada, mientras seleccionaba mi equipo.

Ivan suspiró pesadamente.

—Ya te dije que no.

Su tono de voz estaba un tanto cansado, harto de que le pregunté eso todas las veces que se queda.

—Estoy preocupada —admití —. Si Manu se entera de que no tenes plata para vivir, te va a traer acá y yo no quiero eso. —Bufé.

Ivan me miró, centrándose solamente en la parte buena.

—¿Te preocupas por mi, Sabri? —Sonrió levemente.

Mi ceño se frunció.

—Creo que no escuchaste la oración completa —discutí ignorando como me había llamado.

En algún momento rompí una barrera que me permitió ingresar más en su interior, no sé cuando ni porque, pero parece que esa brecha solamente se abre más con el tiempo. En consecuencia, Ivan parece estar transformándose en otra persona.

—Déjame tranquilo —contestó molesto y también eligió su equipo.

Evité poner los ojos en blanco. Extrañamente me irrita más que los primeros días.

Respiré hondo, lista para desempeñar el papel que me puede llegar a dar una respuesta.

—Solamente quiero que me respondas una cosita chiquita —dije suplicante, apoyando mi cabeza en su hombro.

Él se quedó en silencio unos segundos, procesando mi petición.

—Entonces, pregúntame lo que tanto queres saber —respondió finalmente, rendido.

—¿Por qué no estás trabajando ahora? —pregunté directamente.

Iván respiró hondo, como si estuviera decidiendo cuánto revelar.

—Porque quiero estar acá, con vos —respondió, su tono grave, pero con un toque de vulnerabilidad que rara vez mostraba —. Trabajo de madrugada.

Su respuesta me dejó sin palabras por un momento. Estaba tan acostumbrada a pensar en Iván como alguien que estaba con nosotros por una razon específica, como si tuviera un objetivo, que nunca se me pasó por la cabeza que simplemente el quisiera estar conmigo, sin otra razón secreta o malintencionada.

¿La tonta soy yo?

Analicé su rostro, buscando algún indicio de cansancio. Después de todo, trabaja en la madrugada y pasa el resto del día conmigo. ¿No esta cansado?

En mi inspección, pude notar unos leves pliegues debajo de sus ojos. No está mintiendo.

—¿Y por qué queres estar conmigo? —pregunté finalmente en un susurro.

Iván sonrió, pero esta vez su sonrisa no tenía nada de divertido ni burlón. ¿Qué significaba?

—Porque me gusta —confesó con indiferencia.

Me quedé mirándolo, sintiendo que mi corazón latía más rápido de lo que debería.

¿Le gusta porque puede relajarse y comer lo que quiera? ¿O le gusta porque... porque soy yo?

—Ah —respondí simplemente y clavé mis ojos en la pantalla.

—¿No vas a hacer otra de tus preguntas? —volvió a adquirir un tono divertido.

—No —negué, sacando mi cabeza de su hombro.

Ya obtuve suficiente.

—Que lastima, la conversación se empezaba a poner buena —se lamentó.

Lo miré con el ceño fruncido.

Él volvió a sonreír levemente y acercó su nariz a la mía, con claras intenciones de rozarlas, pero al notar que yo no demostraba nada más que confusión se alejó.

—Intenta... —Aclaré mi garganta —. Intenta no hacer tantas cosas raras en un mismo día —pedí —. Me vas a matar —murmuré, apenas perceptible.

—Entonces mañana —susurró, volviendo su atención al juego que estaba por comenzar.

Mañana.

(...)

—Hola —contesté ante el número desconocido.

—Hola —reconocí la voz al instante.

¿Nunca antes me había mandado un mensaje siquiera o me olvide de agendarlo?

—¿Qué querés, Ivan? —Suspiré cansada.

¿No le es suficiente con haber pasado tanto tiempo juntos durante días?

—Solamente te quería desear buenas noches —admitió como si ahora que lo pensara fuera algo muy estúpido —. Chau.

Me cortó.

Así como si nada.

¡Que pibe más bipolar!

Rodé los ojos y procedí a guardarlo entre mis contactos.

(...)

Y extrañamente, al día siguiente él no apareció por ninguna parte. Ni tampoco los dos días siguientes.

En ese momento me sentí culpable por haberle contestado con tanto desdén. ¿Y si esa era la última vez que hablaba con él? ¿¡Y si se murió!?

Ay, no, voy a tener que vivir con la culpa por el resto de mi vida si le pasa algo.

Apreté mis labios y busqué mi celular para simplemente mirar su nombre entre mis contactos.

"El extraño Ivan". Ese nombre no era para nada cariñoso. ¿Cómo me debe tener él?

"Sabri". Mis mejillas ardieron ante ese ridículo pensamiento. Obviamente alguien como él no me pondría ningún apodo... ¿o si?

Bufé y guardé mi teléfono en mi tote bag Prada. Regalo que me mandó papá cuando retomé las clases en la universidad. Se supone que él ya debería haber regresado y, por ende, me tendría que haber felicitado en persona con un abrazo, pero nada salía como yo quería.

¿Y si Ivan de verdad esta muerto?

¡Agh!

Revisé que todo estuviera en orden antes de salir.

Unos veinte minutos después de que me subí al colectivo, Emiliano se subió como de costumbre y se sentó al lado mio.

—Hola. —Sonrió.

—Hola. —Le devolví el gesto.

—¿Todo tranqui?

Oficialmente es el segundo amigo que tengo y el primero está desaparecido.

Extraño; SpreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora