Capítulo 44.

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(...)

El colectivo naranja paró en frente de casa y tocó la bocina como de costumbre, anunciando la llegada de Manu.

Salimos a recibirlo y él nos abrazó al vernos a ambos.

Le ordené a mi hermano que vaya a lavarse las manos antes de comer. Después de eso, nos sentamos uno al lado del otro, como siempre.

—¿Cómo te fue hoy? —pregunté interesada.

—Bien, hoy Mateo faltó, pero me senté con Lucas, nos divertimos mucho —contó.

Tiene tantos amigos que nunca relacioné los nombres con las caras de los susodichos.

Asentí, haciendo como que se perfectamente de quienes me habla.

—¿Ustedes que hicieron? —cuestionó el menor, interesado.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo inconscientemente.

Manu, con el tenedor enrolló unos fideos con salsa carbonara y se los metió a la boca, poniendo toda su atención en mi respuesta.

—Estudiamos —respondí lentamente, con miedo a que mi lengua se trabe.

Ivan pareció notar como mi cuerpo me delataba acerca de mis emociones.

Se rió por lo bajo y comenzó un nuevo tema de conversación.

Con cada palabra que decía sus dedos se acercaban más a mi mano, hasta finalmente rozarla delicadamente.

—¿No podía ser algo más lindo? ¿Cómo una germinacion? —pregunté a la ofensiva, asqueada.

La tarea de Manu para biología consiste en hacer un criadero de lombrices.

—No sé. —Se encogió de hombros —. Mi maestra eligió ese tema.

Arrugué la nariz disconforme.

Me giré para mirar a Ivan.

—Vos buscas las lombrices ¿no? —Sonreí con inocencia.

Él arrugó el ceño, sin estar del todo de acuerdo.

Moví mi mano y entrelace la punta de nuestros dedos suavemente.

—Yo busco las lombrices —declaró.

—Entonces mañana lo hacemos —dijo Manu feliz.

—Sip. —Asentí, alejando mi mano de la de Ivan.

Él me miró con disconformidad.

—Mañana lo hacemos —repetí.

(...)

Y ese mañana prometido nunca llegó.

Ayer al anochecer, Ivan tuvo que irse de imprevisto sin dar explicaciones. Sin embargo, nos dijo que iba a volver al día siguiente.

Él no se presentó en nuestra casa sin avisó previo como todos los días. Él nunca apareció.

Tuve que agarrar las asquerosas y viscosas lombrices con mis propias manos, aunque estaban cubiertas de guantes sintieron cada parte del guasano en su máximo esplendor.

Ese día me fui a dormir con ese pensamiento de molestia, pero después de otro día entero sin saber nada de él ese caprichoso pensamiento fue reemplazado por preocupación.

Suspiré mientras miraba la pantalla de mi celular. Abrí el chat de Ivan y me digne a mandarle un mensaje.

(...)

Nada. Ese mensaje nunca obtuvo una respuesta. Ni los de los siguientes cinco días.

Miré como el frío viento azotaba contra los pobres árboles haciendo que las hojas se les caigan.

Estos días me sentí tan ausente, como si una parte importante de mi felicidad se hubiera ido.

¿Bastante exagerado no?

Algo en el fondo de mi pecho tiene miedo porque sabe que Ivan no es la persona con la vida más común del mundo. Ivan irradia peligro, Ivan esconde cientos de secretos, Ivan desaparece...

¿Y si él no vuelve nunca?

Esa simple idea hizo que mis manos tiemblen.

Mordí mi labio inferior y volví a mirar la pantalla de mi celular con la falsa esperanza de que lea mis mensajes.

Todos los días, todos los putos días me deseaba buenas noches y ahora no es ni siquiera capaz de dejarme en visto. ¿Eso que significa?

¿Él está bien?

"—Dale su espacio, Sabri, no seas paranoica, él está bien."

Eso fue lo que me respondió Manu cuando le pregunte por él. Antes, problameblente, hubiera asentido y estado completamente de acuerdo con el menor, pero ahora no puedo hacerlo.

Por algún motivo no puedo quedarme tranquila y en el fondo sé porqué.

Él ahora significa mucho más para mi. Ivan pasó a ser único en mi vida. Es la persona que se roba mis sonrisas, mis suspiros, mis sueños. No puedo permitirme perderlo asi como así.

Tomé aire, llenando mi pecho de valentía.

Voy a decirle la verdad a papá.

Cuando llegué a casa, subí directamente a la habitación de Manuel.

—Voy a decirle todo a papá —fue lo primero que salió de mi boca, rompiendo el silencio.

La expresión alegre de Manuel se transformó con preocupación.

—¡No! —Se levantó y corrió hasta mi —. No podemos decirle. —Negó con la cabeza.

—¿Por qué no? ¿Qué tanto esconde? —quise saber con desesperación.

—Él te lo va a decir cuando vuelva, confía en él, por favor, Sabri —suplicó.

—¿Vos sabes todo, Manuel? —inquirí molesta.

—No, solamente se lo que vi, nada más —aseguró.

—¿Y qué viste? —Elevé mi ceja expectante —. ¿Qué viste, Manuel? —insistí cuando no respondió.

—Le prometí que no iba a contárselo a nadie —susurró —. Se lo prometí por el meñique, Sabri, no puedo traicionarlo —balbuceo.

—¡Soy tu hermana, por dios! —Llevé mi mano hasta mi cabello para tirarlo hacia atrás con frustración.

Cerré los ojos y tomé una bocanada de aire para calmarme.

Cuando los volví a abrir pude observar el cuerpo de mi hermano temblar y sus ojos cristalinos observarme.

Él no tiene la culpa.

Nada de esto es su culpa. Soy una estúpida.

Me agaché y lo abracé, transmitiendole tranquilidad.

—Perdón —me disculpe —. Vos sabes que yo te amo más que a nada. —Apreté sus pequeños hombros con ternura.

—Perdón por no ser bueno —lloriqueo Manuel, haciendo que mi corazón se encoja en mi pecho.

—No digas eso, Manu —susurré, acariciando su espalda —. Sos más que bueno. —Suspiré.

El único culpable de todo acá es Ivan Buhajeruk.

Extraño; SpreenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora