cap 33

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Al día siguiente, me desperté sobresaltada al escuchar un fuerte ruido proveniente de la cocina. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, una mezcla de preocupación y ansiedad apoderándose de mí mientras me levantaba rápidamente de la cama. Bajé las escaleras a toda prisa, mis pies apenas tocando los escalones. Al llegar a la cocina, me encontré con una escena que me dejó aún más preocupada.

Mi madre estaba de pie, con la mirada perdida y una expresión de profundo cansancio en su rostro. Sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba recoger los platos que habían caído al suelo, su respiración era entrecortada.

-Mamá, ¿estás bien? -le pregunté, mi voz cargada de preocupación mientras me acercaba a ella.

Ella levantó la vista al escuchar mi voz, y en ese momento vi algo en sus ojos que me inquietó: una mezcla de agotamiento, miedo y una tristeza profunda que parecía estar escondiendo. Tratando de tranquilizarme, esbozó una sonrisa forzada.

-Sí, cariño, solo... solo un poco distraída. No te preocupes -respondió, pero su voz temblaba y la preocupación en sus ojos era evidente.

No pude evitar sentir una punzada de angustia. Sabía que algo estaba muy mal. Me acerqué más, tomando sus manos entre las mías. Sentí la frialdad de su piel y el leve temblor que recorría su cuerpo.

-Mamá, ¿qué pasa? Puedes contarme. Estoy aquí para ayudarte -dije, tratando de mantener la calma en mi voz, aunque por dentro sentía una creciente inquietud.

Mi madre suspiró profundamente, sus hombros cayendo como si llevara un peso demasiado grande. Me miró con una expresión que no había visto antes, una mezcla de resignación y miedo.

-Es tu padre, TN. Está a poco de volver y... y no sé qué hacer. El simple pensamiento de su regreso me aterra -confesó, su voz quebrándose en un susurro. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero intentó contenerlas, mordiéndose el labio para no llorar.

La mención de mi padre desencadenó una cascada de recuerdos que había intentado enterrar durante mucho tiempo. Las noches llenas de gritos, los insultos y las miradas de desprecio volvieron a mi mente con una claridad inquietante. Siempre había sido una figura intimidante, su presencia llenaba la casa de un aire opresivo que parecía sofocar cualquier atisbo de paz. No solo su violencia física, sino también su abuso emocional, nos habían dejado cicatrices profundas, marcas invisibles que pesaban sobre nosotras, afectando cada aspecto de nuestras vidas.

Mientras abrazaba a mi madre, sentí cómo sus lágrimas empapaban mi hombro. Intenté transmitirle toda la seguridad y el consuelo que pude, aunque por dentro me sentía tan perdida como ella. La realidad de su regreso, de tener que enfrentarlo nuevamente, me llenaba de un terror paralizante. Pero sabía que no podíamos dejar que el miedo nos controlara. Teníamos que ser fuertes, encontrar una manera de protegernos y salir de esta situación.

Con el paso de los días, esa sensación de ansiedad y miedo no hizo más que crecer. Me encontraba constantemente distraída, incapaz de concentrarme en mis estudios o en mis amigos. Cada vez que escuchaba un ruido inesperado, un golpe en la puerta o el timbre sonando, mi corazón se aceleraba, temiendo que fuera él. Era como vivir en una pesadilla constante, donde el peligro siempre estaba a la vuelta de la esquina.

En la escuela, intentaba mantener una fachada de normalidad, pero sabía que mis amigos notaban que algo estaba mal. Bakugo, en particular, se mostró preocupado. Su mirada se llenaba de preocupación cada vez que me veía perdida en mis pensamientos o cuando me sobresaltaba ante cualquier sonido fuerte. Aunque intenté explicarle la situación, sabía que no podía contarle todo. El miedo a lo que mi padre pudiera hacer si descubría que había hablado de él me frenaba.

Mi relación con mi madre también se volvió más tensa. Ella intentaba mantener la calma y me aseguraba que todo estaría bien, pero sus ojos reflejaban el mismo miedo que yo sentía. Sabía que estaba haciendo todo lo posible por protegerme, pero ambas estábamos atrapadas en una situación que parecía no tener salida.

Cada día que pasaba, la ansiedad se volvía más insoportable. Me sentía atrapada en una red de temor y desesperación, sin saber cómo escapar. La idea de enfrentar a mi padre de nuevo, de tener que soportar su maltrato y su control, me llenaba de una desesperación profunda. A pesar de los intentos de mis amigos por animarme, sentía que me hundía cada vez más en un pozo de oscuridad y miedo.

Verdades Ocultas (Bakugo X Tn)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora