Arco I: Incendio provocado

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Quemaba.

Quemaba porque despertaron a la vez. Errático.

Respiraban los dos de forma errática, a la vez, inhalando y exhalando. Jadeantes, mirando al techo.

Húmedo.

Húmedo el aire, húmedas sus frentes, húmedos sus pechos, húmedas sus espaldas, húmedos sus ojos.

Y miran hacia una dirección. Uno mira hacia la derecha, el otro hacia la izquierda, acostumbrados a encontrar a alguien ahí. Pero no. Uno encuentra su habitación vacía, un lado de la cama frívolo y vacío, una almohada en perfectas condiciones. El otro sólo encuentra la pared fría de concreto, una pared dentro de una celda claustrofóbica de dos literas y su única compañía eran tres asesinos de tipo D que dormían plácidamente, acostumbrados a despertar en el agujero de ratas donde llevaban años viviendo.

Uno encuentra el vacío, pero no a él.

El otro encuentra concreto, pero no a él.

Sus ojos se encuentran húmedos, acariciando el vacío. Tocando el concreto, tocando una sábana blanca y gélida. Las yemas de sus dedos trazan el mismo recorrido de nostalgia, sintiendo una presión en el pecho y una necesidad mundana, refugiándose en los recuerdos, pensando en las veces donde despertaban al lado del otro.

Despertando entre besos, despertando exhaustos, despertando cubiertos sólo por una sábana o despertando sin nada, sólo sus pieles chocando ante la luz del sol que siempre les descubría infraganti, compartiendo los más fogosos besos y los más lascivos toques.

Los toques de las sábanas se convierten en recuerdos que lo traen a ese momento, recordando que aunque nunca dependieron de sus largas noches amándose hasta el amanecer, ahora las necesitaban aún más. Estaba comenzando a quemarles, la distancia era dañina, dañina como sus acciones, dañina como sus dediciones.

Uno sólo necesitó aspirar de una camisa impregnada con su aroma, empuñando la sábana que le recordó la ausencia. Aspiró profundo, sintiendo sus lágrimas venirse abajo, jadeante cuando la necesidad se volvió abrasadora, cuando su cuerpo reaccionó y el sueño se le desvaneció. El que estaba entre paredes de concreto sintió ese tirón ese cuello, esa desesperación recorriendo sus venas y hundió su rostro en la almohada, tomando la iniciativa de deslizar dos dedos por su abdomen, dando un toque que recordaba a la perfección a ese manto de vello que no se quitaba porque aquel siempre disfrutaba juguetear con él. Hunde más su rostro, embriagándose con los recuerdos donde el aroma a licor abundaba y entonces, toma el grosor de su hombría despierta.

Muerde la camisa con fuerza, jadeando mientras ladea su cuerpo y con su otra mano atrae la almohada que no había sido tocada en toda la noche. Le da un uso metiéndola entre sus piernas, comenzando a frotarse lentamente, amortiguando los jadeos para no despertar a la inocencia que dormitaba a su lado entre sábanas y cojines. El sudor comenzó a mojar por completo su abdomen. Pero no era lo único mojado que tenía.

Cuando él tironeó de su miembro ante el pensamiento, hundiéndose en aquella almohada, pensando en la humedad de esa cavidad que había profanado por años; sólo pudo ahogar un grueso gemido contra ese cojín duro e incómodo, pero que se volvía la gloria cuando de ese aroma a licor se trataba. Lo imaginó hasta que lo percibió, lo imaginó hasta que sus ojos pudieron proyectarlo a su lado, reemplazando su mano en aquel vaivén.

Con esos labios rojizos entreabiertos, mirándole con aquellos ojos de ciervo, contemplando el deseo y la lujuria en ellos.

Sus movimientos contra la almohada se aceleran hasta que su garganta emite chillidos de frustración al no ser suficientes. Se irgue, deslizando el húmedo pantalón de chándal y sacándose la camisa sudorosa, poniéndose encima de la almohada, aumentando el ritmo de la fricción mientras de sus labios salen balbuceos y gemidos. Su saliva resbalaba junto a sus lágrimas, mezclándose cuando llegan al mentón. Sus manos se mueven por sí solas, tomando entre sus dedos sus sensibles pezones, gimiendo en alto cuando siente una corriente eléctrica recorrer toda su espalda desnuda. Lo necesita, lo necesita.

Sus dedos tantean en los bordes de la cama, en ese pequeño espacio entre el barandal dorado y el colchón, sacando el afilado cuchillo. Observa su expresión desesperada en el reflejo de la hoja, sus ojos llorosos, sus labios temblorosos y el sudor perlando su frente. Se contempla a sí mismo, solo en su lecho, necesitado. Tan necesitado.

Debajo del colchón de la litera saca ese punzón que utilizó para defenderse, ese punzón que le estaba forjando respeto en el infierno. Jadea sobre la almohada, deslizando al mismo tiempo que el omega el filo por la piel de su abdomen, no abandonando el vaivén de su mano y caderas.

Tiritan ante el delicioso ardor de su piel siendo abierta, viendo maravillados los hilos de sangre que comienzan a rodar por los pieles.

Se inclina hacia adelante sobre la almohada, haciendo el cuchillo al lado un momento y rebusca nuevamente entre los bordes un pequeño bisturí al que quita la tapa e inmediatamente mete a su boca, raspando su lengua con suavidad con el borde de la hoja el objeto, viendo los hilos de sangre pegarse al acero. Luego de eso, dejándose llevar por el desespero, abriendo su húmeda y lubricada entrada con sus dedos mientras con su otra mano introduce lentamente el bisturí por el lado de la hoja, mordiendo con fuerza la camisa de su amado, amortiguando el dolor punzante que su garganta quería verbalizar en desgarradores gritos que sólo hacía a su falo gotear sobre la almohada, moviendo todavía sus caderas.

Se queda varios minutos así, manteniendo un vaivén al ritmo de una mano que ya no se esconde bajo la tela negra de un uniforme. Y cuando siente que tuvo suficiente, el bisturí sale sin cuidado, siendo acompañado por el rojizo lubricante que mancha las sábanas y que después de gusta cuando el objeto regresa a su boca por un breve instante y después es dejado de lado.

El cuchillo y el punzón cortan a su vez los muslos, cortan los costados, sus pechos e incluso cortan con suma delicadeza la yugular. Se frotan sobre la sangre y jadean a la vez. El cosquilleo en sus vientres les anuncia que van a llegar.

Sobre la almohada rojiza, el omega extiende su zurda y con el cuchillo y con suma profundidad forma las iniciales "TH", por otro lado, en la diestra del alfa, con el punzón de forman en goteantes líneas de sangre "JK" .

-Mío, mío, mío... -Pronuncia el alfa entre jadeos, sintiéndose completamente cerca.

-Tuyo, tuyo, tuyo... -Responde el omega en el mismo estado errático.

En un gemido agudo y otro grueso, sus esencias manchan sobre la sangre derramada, pasando al mismo tiempo las lenguas por las heridas abiertas de sus brazos.

Luego TaeHyung es consciente finalmente de que está encerrado entre barrotes.

Jungkook vuelve a mirar a su alrededor, viendo que se encuentra en su antiguo hogar.

Y a su izquierda sólo hay una sábana blanca caliente y ensangrentada, con un cojín aplastado y húmedo.

Y a su derecha, sólo hay concreto.

[Libro 1] Catarsis de perversiones ||TK||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora