Jodido Jace Conner. Jodida mirada perfecta, ojos atrapantes, y sonrisa fastidiosa. Y esa estúpida cicatriz que tiene, apuesto a que se la hizo cayéndose de un árbol, o apuntándose a sí mismo con esa ridícula espada que lleva. Já. La idea hace que me ría sóla.
Durante el resto del día, me dispongo a recorrer la aldea que ha creado la imaginación de Juniper. Se me hace una locura que ella pueda hacer todo aquello nada más utilizando sus recuerdos, pues pareciera que aquel lugar no tuviera fin; pareciera que el camino detrás de las montañas es infinito.
¿Cómo se sale de aquí? Debe haber alguna manera. Debe haber alguna forma de llegar al otro lado. No creo que el paisaje sea eterno, ¿o si? ¿Qué tal si camino, y camino, y camino? ¿Llegará un punto en el que me quedaré atascada? ¿O llegará un punto en el que podré salir de la imaginación de Juniper?
El día es caluroso. Mi paso es decidido, pero torpe. No sé a dónde voy ni a dónde quiero llegar, sólo estoy caminando mientras el sol brilla intensamente en el cielo. Aún así, el calor es soportable, y Divinity está lleno de vida y alegría. Las calles están repletas de las personas riendo, conversando, creando un ambiente vibrante.
Muchos llevan capas, de tejido ligero y suelto, se mimetizan en la multitud, realizan las labores que, asumo, mantienen esta aldea funcionando. Recolectan frutas y verduras de aquí por allá, llevan pescados recién sacados del agua de un lugar a otro, construyen, reparan, confeccionan pieles y tejidos. Todo funciona tan bien, tan en armonía, que no puedo evitar sentir una pizca de satisfacción en el pecho.
Mis pasos resuenan por el suelo polvoriento mientras avanzo por las improvisadas calles, esquivando niños que juegan, corren y ríen, algunos con la marca mundana en la frente, algunos no. Algunos con las orejas tan puntiagudas como las de Penny, algunos con los ojos tan extraños como los de Fiora.
Mi rostro debe estar sonrojado por el calor y el sol. Quiero unirme a alguna de las risas y conversaciones animadas que llenan el aire, pero todo en mi interior me dice a gritos que mi deber es odiar a esa gente. Ellos son los responsables de que hayan atacado el castillo. Son los responsables de que mi padre esté tan nervioso y furioso. Son los responsables de que todos los que están en el castillo vivan alerta por lo que estas personas puedan hacer.
La salida, me digo a mí misma. Debo buscar la salida. Y sin embargo, aquel día recorro todo Divinity, sus valles, sus bosques, e incluso me adentro un poco cerca de las montañas. Camino, corro, descanso, el estómago me ruge por el hambre, luego vuelvo a avanzar.
No sé cuanto pasa. Quizás horas, muchas horas. Sólo sé que cuando estoy volviendo a la aldea, rogando para haber memorizado el camino, ya está oscureciendo, y las luciérnagas han salido a hacer lo suyo. Divinity, sin duda, parece la ciudad de las luciérnagas.
En lo profundo del vasto bosque, los árboles susurran y el río canta, pero las luciérnagas... sí, son ellas quienes se roban toda la atención. Y cuando cae la noche y el cielo se viste de un terciopelo oscuro, la ciudad cobra magia. Y no es gracias a la luna llena, ni es gracias a las risas y al ambiente vibrante; es gracias a ellas, que crean un cielo de brillo dorado y etéreo.
Me adentro en el camino de piedra antigua que lleva hasta la terraza donde bien pudieron haberme asesinado, pero no lo hicieron. En vez de eso, hay un montón de gente reunida. Jóvenes, como de mi edad.
Deben ser unos diez o doce. En la circunferencia, justo en el medio, hay dos chicos peleando en un combate cuerpo a cuerpo, y abajo, fuera de la terraza, todos observan con una atención pulcra y silenciosa. Nadie dice nada. Todos están de brazos cruzados, a la espera de que el combate termine.
Me acerco un poco más, atraída por la curiosidad. Tienen una técnica y una habilidad impresionante para la pelea. Se mueven como dos gacelas que conocen a la perfección dónde irá a parar el otro, sus golpes justo en el momento perfecto. Parece una danza silenciosa, una que debe terminar con alguien herido, pero eso no llega a ocurrir. Se defienden muy bien, conocen muy bien a su oponente.
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LOS CREADORES DEL CAOS
FantasyEmery ama los secretos. Ama espiar a hurtadillas a su padre, adora escuchar las conversaciones que su hermano tiene con Katya, y sueña despierta con aquel lugar en el bosque de Aurora que nadie parece conocer. Emery ama los secretos. De hecho, los a...