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Ser invisible en el castillo significa sentarme a comer a la mesa junto a mi hermano y mi padre, pero no poder comer hasta que ellos terminen. Esa es una costumbre que a mi padre le gusta de manera especial. Debo mantener la cabeza gacha y los ojos fijos en mis manos hasta que ellos se acaben todos. No hay nada que lo ponga más frenético que el hecho de que yo levante la mirada a la comida.

Así que cada desayuno, almuerzo, y cena, hago lo mismo. Me quedo sentada en la silla que está en el medio (ni demasiado cerca, ni demasiado lejos), y me quedó observando la manera en la que mi anillo da vuelta en mi dedo índice. Una y otra vez hasta que mi padre y mi hermano ya no están. 

A pesar de que mi padre y mi hermano son muy parecidos en personalidad, sus rasgos físicos están lejos de serlo. Honestamente, mi hermano está lejos de parecerse a cualquiera de nosotros. Por alguna razón, cuando nació, el universo lo bendijo con una belleza externa a lo que la familia Winter ha conocido jamás, a pesar de que le hizo honor a su apellido con un cabello tan blanco como la nieve. Sus facciones son como las que debería tener un príncipe; suaves, delgadas, lineales. Sus ojos celestes hacen juego con su piel blanca y sus labios enrojecidos, y su figura es tan alta, esbelta y elegante. Cuando Harris camina es casi como si levitara, como si sus pies no alcanzaran a tocar el suelo. Cada movimiento suyo es una danza digna y refinada. 

— ¿Cómo estás esta mañana, padre?— pregunta Harris, su voz haciendo eco en el salón. Los empleados están detrás de nosotros, pero ninguno de ellos hace ruido alguno. Se quedan allí de pie por si mi padre o Harris necesitan algo.

Mi padre se limpia la barba canosa y se encoje de hombros. 

— Igual que la mañana anterior. 

— Sobre lo que hablamos ayer...

Los cubiertos de mi padre dejan de moverse. Con ese simple gesto, el rey Maverick ha dejado bien en claro lo que piensa sobre discutir esos temas conmigo aquí presente. Al parecer, Harris también lo ha comprendido, porque cambia de tema inmediatamente.

Sin embargo, mi padre ya parece cabreado. Después de unos segundos, masculla:— Me tengo que ir. 

Y se va. Así, sin más, Harris y yo nos quedamos solos en la mesa. No es hasta ese momento que me atrevo a subir la mirada hacia mi hermano, que ahora me observa con preocupación. Y entonces lo sé.

Jodida Katya.

— Retírense— pide Harris, y el salón entero desaparece de nuestros ojos. Cuando mi hermano me observa, sé que la ira y la frustración surcan sus facciones, pero intenta no demostrarlo con tanto ahínco. 

— Te lo dijo— suelto, cogiendo uno de los cuchillos de la mesa para apretarlo con fuerza. Harris chasquea la lengua.

— No te enfades con ella— me pide.— Es mi deber saberlo, y lo sabes.

— No, no lo sé.

— Emery...

— No entiendo cuál es la diferencia. No es como si pudieras hacer algo al respecto.

Harris observa por encima de su hombro, como si temiese que mi padre vuelva. En ese momento, caigo en la cuenta de que lo ha hecho a propósito. Ha enfadado a mi padre para que se marche y nos dejase a solas, porque a pesar de que el castigo para mí son los golpes, el castigo para Harris es el silencio.

— No, no puedo. Pero sí puedo estar ahí para ti— suaviza su voz. Yo trago saliva y clavo mis ojos en los suyos. Harris siempre me ha cuidado. Ha estado ahí para mí cuando nadie más lo ha estado, él y Katya. Aún así, sé que nada bueno podría salir de mí contándole lo que ha hecho mi padre. En el mejor de los casos, no sucede nada. En el peor de los casos, mi padre se entera y la próxima paliza será incluso peor. 

LOS CREADORES DEL CAOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora