21.

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Para sorpresa de absolutamente nadie, Jace no mentía cuando dijo que era yo débil y que probablemente me derribarían en el combate. El primer día, cuando voy a entrenar con Nain, sé que quizás no tengo el mejor estado físico del mundo; sin embargo, nunca esperé que terminaría con el cuerpo lleno de moretones. 

El segundo día es igual. Jace tampoco mentía cuando dijo que Nain es el mejor en lo que hace, aunque puede llegar a sacar a relucir una personalidad un poco cruel que cualquiera pensaría que no tiene.

— Mira nada más estos brazos sin músculo— dice un día, alzando mi extremidad en el aire y dejándola caer de inmediato.— Así no vas a derribar a nadie. Y ni siquiera me hagas hablar de tus piernas. Bien podrían ser las de una gallina y nadie caería en cuenta.

Así que, durante los próximos cinco días, no solamente se encarga de asegurarse de que reciba al menos un golpe en el estómago por entrenamiento, sino que también se encarga de darme de comer toda la proteína que no comí en un año.

— ¿Si quiera te alimentaban en ese castillo de mierda en el que te tenían retenida?— masculla en pleno entrenamiento una tarde en la que mi camisa se eleva en el aire y los huesos de mis costillas salen a la vista. Yo esbozo una pequeña sonrisa avergonzada. Sí que me alimentaban; pero a nadie realmente le preocupa qué comía, o si es que comía siquiera.

Cuando pasa la semana, siento que mi estómago me pide a gritos que ingiera otra cosa que no sea huevo ni pescado, pero sigue apareciendo allí a la hora de almuerzo, a la cena, y luego de nuevo al desayuno.

En cuanto a Jace Conner, se ha encargado de ignorarme por completo. O quizás no ignorarme, pero si obviar que mi existencia continúa. Si voy al mismo lugar que él, decide marcharse. Si nos encontramos, se apresura a regalarme un leve movimiento de cabeza antes de desaparecer. Cuando voy a la enfermería y él está allí, se despide rápidamente de Juniper y hace su camino hacia afuera.

No me ha pasado desapercibida, sin embargo, la manera en la que ha desaparecido toda esta semana. Un día no tuve entrenamiento porque él y Nain fueron a algún lugar en el bosque, y Jace Conner volvió repleto de sangre. Al otro día salió con Penny, nuevamente, repleto de sangre. Ya para cuando fue con Fiora, ni siquiera me extrañó que la sangre haya llegado hasta su cuello, ni que el agua hubiera salido roja cuando las deslizó bajo el chorro del lavabo de la enfermería. 

No es asunto mío, intento recordarme a mí misma, pero luego me digo que sí que lo es. Y que, peor aún, ni siquiera sé qué es lo que sucede allí afuera. Nadie me dice nada, nadie habla de nada. Todos parecieran saber, excepto por mí. Un día de entrenamiento, cuando intenté preguntarle a Nain qué sucedía con tanto misterio, se limitó a negar con el rostro y dejar salir un suspiro. 

— Ya tendrás tiempo para eso cuando estés lista— fue lo único que dijo, pero ya estoy harta de esperar que el resto decida si estoy lista o no. Ellos quizás tienen mucho tiempo, pero para mí no es así. Mi tiempo es limitado. Mi tiempo acaba en unas semanas; unas semanas en las que, se supone, debo informar a mi padre lo que sucede. O pensarán que estoy muerta.

Para cuando llega el día número doce de entrenamiento y Nain me da el primer golpe, no puedo evitar caer a la colchoneta, cansada sin siquiera haber comenzado primero.

— Levántate— me ordena, dando un paso en mi dirección para ofrecerme la mano. Sin embargo, no creo tener fuerzas para hacerlo.

— Creo que mis músculos han dejado de funcionar, Nain— me sincero, mis ojos clavados en el cielo despejado de la mañana, los madrugadores de la aldea ya de pie, caminando a lo lejos. 

Intento sentarme en la colchoneta, pero lo único que logro es desestabilizarme y volver a caer, los dos medios moños altos que tengo puestos aplastándose bajo mi cuero cabelludo. Sin embargo, Nain insiste. 

LOS CREADORES DEL CAOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora