32.

24 3 2
                                    

— Eleanor— la voz de Nain se escucha en la enfermería. Juniper y yo estamos intentando curar la mano de Eliza, una pequeña de siete años que acaba de caer de bruces al suelo y se ha hecho un enorme rasguño que va desde su dedo índice hasta su muñeca.— ¿Estás muy ocupada?

— Estamos intentando curar a esta pequeña aventurera— es Juniper quien le responde por mí.— ¿No es así, pequeña?

Eliza ha dejado de llorar hace nada más unos segundos. Cada suspiro que da es largo y lastimoso. 

— S-si— tartamudea apenas, sus ojos grandes fijos en el suelo. Nain entra en la habitación de enfermería.

— ¿Cómo te has hecho eso?— enarca una ceja. Ella lo mira un poco temerosa, y luego me mira a mí. Yo intento darle una sonrisa mientras sostengo su pequeña mano en la mía y Juniper examina con cuidado de que no hayan piedrecillas adentro, ayudándose de una lupa. 

La pequeña vuelve a mirar al Áureo que tiene al frente.

— Estaba corriendo y me caí.

— Debió de haber sido una caída feísima.— dice Nain, pensativo, como si aquella situación ameritara toda su atención.— ¿Cómo es que has resistido tanto? Si yo fuera tú estaría desmayado sobre esa misma camilla.

Dicho eso, Nain se dramatiza a él mismo desmayándose encima de la camilla que está al lado. Exagera tanto que incluso pasa a botar una de las platas que están a un lado en la ventana con uno de sus brazos, grandes y musculosos por tanto entrenamiento. 

Sin embargo, a Eliza parece hacerle gracia. Y no es primera vez que Nain va a montar uno de esos espectáculos cuando hay niños heridos, todos por el bien de que dejen de llorar y de que Juniper pueda hacer su trabajo más rápido. 

— ¡Calum me dijo que yo era muy torpe por haberme caído!— chilla Eliza. Nain abre los ojos como dos enromes platos, una vez más, de forma extremadamente exagerada.

— ¡No puedo creer que ese debilucho haya hecho tal cosa!

— ¡Me dijo que era torpe y se rio cuando me puse a llorar!

— ¡Qué fastidio!— Nain chasquea la lengua y se cruza de brazos, aún allí recostado.— ¡Mejor ve y le haces recuerdo de la vez que terminó en enfermería porque lloró tanto que no podía abrir los ojos! El pobre creyó que había quedado ciego— la última frase me la dice a mí, cubriendo su boca con su mano derecha y hablando por debajo como si fuera un secretillo, aunque bien sabemos que es todo parte del show. 

Eliza estalla en carcajadas ruidosas que llenan la habitación, pero yo mantengo su mano firme. Juniper aprovecha las carcajadas para darle un pequeño pinchazo de un aceite de una de sus plantas desinfectantes, pero Eliza está tan concentrada en la conversación que ni siquiera rechista. 

— Venda— me pide Juniper por lo bajo. Yo asiento y le entrego el vendaje. Acto seguido, Juniper comienza a vendarle la mano con delicadeza, pero rapidez y agilidad al mismo tiempo. Una técnica digna de una persona que lleva haciendo eso durante quizás cuántos años.

— Ahora— continúa Nain.— No vayas a decirle que yo te dije. No quiero que ande por allí diciendo que soy un metiche. 

— ¿Entonces no puedo molestarlo?

— Puedes decir que te contó un pajarito.

Eliza asiente al mismo tiempo que Juniper levanta las manos, en acto de que está lista con la curación, y al mismo tiempo que una voz que reconozco muy bien habla desde la puerta. 

— ¿Terminaron con el espectáculo o debo venir después?

Ah, Jace Conner. Tan amante de la diversión como siempre.

LOS CREADORES DEL CAOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora